¿Cuál es el mejor disco de Los Bunkers?
Ahora que Los Bunkers volvieron a tocar en vivo —después de un lustro de silencio y dedicados a otros proyectos—, los críticos de música y periodistas de Culto repasan la discografía de los penquistas para debatir cuál es su mejor trabajo de estudio.
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Los Bunkers: donde la realidad duerme escondida
Hay que elegir con cuidado la canción que abre un disco debut. No es tan solo una primera impresión. Permite hacerse una idea -rápida, general, incompleta- de lo que va a ofrecer el grupo. Oasis, con su incendiaria "Rock and roll star", se permitió reimpulsar —una vez más— el viejo desenfado libertino del rock, con guiños a la altanería bravucona y callejera que los Stone Roses habían levantado en "I wanna be adored". Por su lado, el beat simple pero efectivo que Miguel Tapia despacha en la apertura de "La voz de los 80'" es un gancho de izquierda que impulsa la declaración con cariz fundacional en que Los Prisioneros enterraron al denso rock setentero y denunciaron, casi como premonición, la "alegría triste y falsa".
En esa lógica, la ironía poco clara de "Somos tontos, no pesados" que Los Tres ensayaron en su debut, da algunas luces sobre el humor de Henríquez y el talento musical del grupo. No mucho más. Por ello cuando la posta del rock penquista llegó hasta Los Bunkers, a comienzos de los 2000', la jugada fue más osada. Muy poco después de la detención de Pinochet en Londres y con los traumas de la dictadura militar aún frescos, el quinteto optó por abrir su debut con "El detenido", una composición que resume el interés por volcar su discurso casi de forma exclusiva en el formato canción. Además adelanta el vínculo con el temario social de los 60', sazonada con voces sacadas del manual de Lennon y McCartney y el tono épico que desarrollarían en La culpa.
En joyas como "Papá no llores más", con su interpelación a que los soldados se marcharán, está la forma que se resolvieron algunas ideas en otros discos. La canción social, en el universo Bunker, juega entre lo explícito y lo velado. Entre la elegancia y la potencia. El mensaje es claro, pero no es altisonante ni irreverente. En cierta forma conserva algo de los códigos de la transición en que todavía se decían cosas, sin decirlas. El mensaje se transmite limpio, pero bien colocado en su contexto sonoro. Más que una actitud desafiante, Los Bunkers tempranamente decantan por trabajar su mensaje desde lo estrictamente musical.
Por ello evitarán usar poleras con mensajes -como lo propusieron los familiares de Eduardo Miño, el sujeto cuyo suicidio a lo bonzo inspiró el mayor himno del grupo- o pronunciar sentidas consignas durante sus conciertos. No, lo de ellos es la música. Que ella hable y genere un marco interesante y atractivo. Y en eso, siguen el lado más artístico de la Nueva Canción: obras con contenido pero muy bien compuestas y ejecutadas.
La idea del grupo, en cierta forma, era actualizar el cruce que intentaron Víctor Jara y Los Blops en "El derecho de vivir en paz". No es casualidad que precisamente una versión de ese tema sea la que cierre el disco. Nuevamente, es un mensaje colocado de manera elegante, pero bien trabajado. Es un vistazo a las influencias —y superar la "angustia" de la que hablaba Harold Bloom—, pero haciendo ver que efectivamente son parte del entramado artístico que trabajaban los penquistas,
https://www.youtube.com/watch?v=T9aBcBCR_Gw
En la introducción de "Entre mis brazos" hay un intento de convertir a lenguaje propio el gusto por la corriente que inmortalizó a Patricio Manns, Inti Illimani, entre otros. El golpe que da Mauricio Basualto sugiere un elegante bombo legüero. Las voces Beatleras del coro, majestuosas, épicas, anticipan el final largo y teñido de psicodelia en que se suma un órgano que no puede ser más Ángeles Negros. La idea del tema se llevó incluso al video, con la introducción que tomó la estética de Quilapayún —tal como lo haría Álvaro Henríquez con la portada del disco de Pettinellis—.
La razón es simple. Ese LP debut además posicionó a Los Bunkers como un grupo de chicos melómanos que cumplió los deberes. Se notaba esas tardes escuchado los discos adecuados de la british invasion y la tradición rockera de los sesentas, mientras las sombras iban cayendo sobre Concepción despierto. La armónica porturaria y doliente de "Fantasías animadas de ayer y hoy" y "No sé" se emparenta con los primeros Beatles tanto como las guitarras arremolinadas de "Yo sembré mis penas de amor en tu jardín" lo hacen con "And you bird can sing", y "Buscando cuadros" con "Taxman". Porque claro, de algún punto hay que partir. Pero los penquistas pronto consiguieron dar el salto a ser compositores de fuste y no meros imitadores.
Además estaban sus voces ¿quién no se conmovió con las armonías cantadas por los Durán? en gran medida es un sello de la banda que de inmediato los diferenció del resto de agrupaciones más rockeras que surgieron en esos días, en que la industria musical tambaleaba bajo el vendaval de internet, las descargas gratuitas y la piratería.
Es decir, de alguna manera en ese primer trabajo ya se advierten las claves que definirían gran parte de la estética del grupo o las que impulsarían su crecimiento hasta alturas insospechadas. Por ello no es raro que su fugaz reencuentro haya sido en un lugar cargado de energía simbólica. En gran parte, lo simbólico combinado con una elegante integridad artística serían los elementos que definirían su carrera
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Canción de lejos: el momento previo
Por Andrés Panes
Hablemos de Los Bunkers en términos beatleros. Cómo no hacerlo si uno de sus primeros antecedentes es una banda de covers, Los Biotles, contracción de Biobío y Beatles con la que se presentaban antes de llegar a su forma definitiva. En ese tren de pensamiento, entonces, la obra definitiva del grupo, desde una perspectiva apegada al canon, debiese ser La culpa, el momento en el que su mixtura de influencias se ensanchó para incluir referentes latinoamericanos que elevaron su sonido hasta nuevas alturas. Con todo el respeto a las proporciones, diría que La culpa ocupa en su catálogo un espacio similar al de Sgt. Pepper's: es la respuesta "correcta" ante la pregunta que estamos respondiendo en este versus. Pero a mí, cuando se trata de Los Bunkers, me llama atrae más el momento previo, Canción de lejos, aunque no lo compararía con Revolver, sino más bien con Rubber soul, un disco en el que ya estaba esbozada la futura grandeza de los Beatles, pero aún eran juveniles, inmaduros, rozagantes y encantadores, tal como el quinteto nacional en 2002.
https://www.youtube.com/watch?v=nuOqKTA0Q7A
De tan solo ver ese cosplay en la portada, Los Bunkers de Canción de lejos me derriten el corazón. Son, ante todo, unos nerds musicales. Cómo no sentirme identificado siendo un semipenquista que en la Octava Región descubrió su amor por las canciones dentro de una instancia a la que el grupo siempre se refería en sus entrevistas: el encierro forzado por las lluvias, definitorio también de una personalidad un tanto insular. Los Bunkers eran mateos a morir y no se caracterizaban por socializar mucho con otros músicos. Cuando les preguntaban por qué, se quejaban de que los santiaguinos no eran capaces de sentarse a escuchar tres discos al hilo sin abrir la boca. ¿Insoportable esnobismo? Quizás. Pero yo acá sentí lo mismo un montón de veces y cuando era veinteañero llegué a discutir con amigxs/colegas por ese tipo de cosas. Es, por ende, un asunto de espíritu el que me conecta a Canción de lejos. El espacio mental que habitaban Los Bunkers es un lugar que yo también conozco.
Algo tiene que funcionar muy mal (o muy bien) en tu cabeza para venirte a Santiago a probar suerte en algo tan incierto como la música, donde los que triunfan son un nanométrica fracción de todos quienes lo intentan. Yo apuesto a que fue la seguridad en su acervo musical la que trajo a Los Bunkers a esta ciudad. Luego desarrollarían su admirable ética de trabajo, pero la base de su confianza era la cultura compartida tras horas escuchando viejos discos. De ahí el apego a sus nada ocultas influencias, evidentes en el video de "Las cosas que cambié y dejé por ti", la segunda mejor canción del disco, firmemente anclada en el molde Beatles, que tampoco era el único de un repertorio que podía moverse con fluidez entre rastros de los Charlatans ("Lo que me angustia") o Salvatore Adamo ("Canción de lejos").
Como no soy un apologista de Los Bunkers, entiendo que Canción de lejos en ningún caso es una obra perfecta. Supongo que una canción insustancial como "Siniestra", fogatera y con el hedor del pasado de donjuán guitarrero de Álvaro López, debe haber alimentado los prejuicios que el productor del disco, Álvaro Henríquez, tenía respecto al grupo, al que consideraba demasiado adolescente para su gusto. Sin embargo, eran esos jovencitos, en específico los hermanos Durán (porque Mauricio Basualto era mayor y los López aportaban menos en la composición), quienes se encargaron de crear ese momento de pura magia musical llamado "Miño". Sobre el tema se ha escrito mucho, desde los acercamientos de la banda con los hijos de Eduardo Miño hasta la anécdota de cuando el mismísimo Paul McCartney se la aprendió. Para mí, las claves de la inmortalidad del simbólico sencillo son dos. La primera: que Los Bunkers al crearla, para visibilizar una noticia que les pareció poco y mal abordada por los medios, abrazaron espontáneamente el compromiso histórico de los músicos chilenos con las causas populares. La segunda: que la letra, donde se conjuga el sentir de Miño al autoinmolarse con la historia familiar de los Durán ("lavando a mano dentro de un piano" alude a que su casa en Hualpén tenía piano, pero no lavadora), conmueve por su empática poesía social. Se conecta, citando el texto de las Juventudes Comunistas en la contratapa del LP "Pongo en tus manos abiertas" de Víctor Jara, con "la conciencia despierta del artista identificado más que comprometido con su pueblo". Que Los Bunkers se viesen a sí mismos en ese valiente hombre desesperado, en vez de romantizar o hacer panfleto su tragedia, habla de por qué son una banda tan especial.
https://open.spotify.com/album/6mEv2ZSIvmq8hMtnBDPpCK?si=iiLH5m7nT9eVGrS667Qaqw
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La culpa: ver la montaña de tristezas
Por Nuno Veloso
En el año 2003, Los Bunkers lanzaron la obra que marcó su mayoría de edad: La culpa. Producida por ellos mismos, esta, su tercera placa, los vio expandirse compositivamente y aventurarse tanto musical como líricamente. La idea era experimentar en el estudio, combinando canciones con distintas aristas, pero recoger también la tradición más incandescente de la canción chilena. Gracias a ello, aquí dieron por finalizada su transición hacia la identidad.
Se trató de un trabajo planeado con anticipación, con demos que se trabajaron desde diciembre del año anterior junto a Gonzalo González, y con el advenimiento de los treinta años del Golpe de Estado sobre las cabezas. Editado un mes después del 11 de septiembre de 2003, su portada —obra de Carlos Cárdenas— recoge el espíritu de la Brigada Ramona Parra, y retrata a la banda mirando hacia el pasado —la izquierda del cuadro— con las montañas y la ciudad como telón de fondo, y un sol a medio ocultar.
Una de las imágenes que abre el disco, en esa potente conjunción de Dylan y Beatles que es "Canción para mañana", es precisamente "una montaña de tristezas". Este temazo, que además escupe para el bronce "los viejos son de lo peor, nunca tuvieron una pizca de razón", se suma a la enérgica "La culpa" y a "No necesito pensar" esbozando una atrapante trilogía de inicio. Pero el frenesí decanta más tarde en el homenaje a la tradición del Canto Nuevo, evidente en el tono y la instrumentación folklórica de "Culpable" y en una sentida rendición de "La exiliada del sur" —un poema original de Violeta Parra, musicalizado por Patricio Manns—, delineando el eje del disco.
https://www.youtube.com/watch?v=8c0ec9snZHE
Otra gema es "Mariposa", una de las canciones más delicadas de su catálogo, una cúspide de refinación interpretativa para la banda. Ya casi al final, la luminosidad de "Mira lo que dicen sobre nuestro amor" —con guitarras en backmasking incluidas— antecede a la expansiva "Última canción", de marcha densa y repleta de teclados chirriantes y guitarras lacerantes, un costado menos convencional y más desafiante, abiertamente psicodélico. Un antecedente de lo que sería Vida de Perros.
Pero, si hay un tema que recoge el alma del álbum, es "El festín de los demás". Postal agridulce del Chile a treinta años del inicio de la dictadura y un comentario sobre sus resabios que hoy, a 16 años del lanzamiento de La culpa incluso, lamentablemente aún se extienden y no parecen tener ganas de irse a ningún lado. Su letra, explícita, denuncia el guión de nuestro país desde sus albores: "Hablan sobre repartir lo mejor para vivir. El dinero, la nación, la salud, tu educación (…) Ven a recoger las migajas del festín de los demás".
Así, Los Bunkers, que venían tocando a Víctor Jara desde el primer disco —y sin olvidar que Francisco Durán había tocado junto a Inti Illimani años antes— se encontraron al fin en el momento propicio para expresar su costado más social, en un registro que sitúa al sentimiento por sobre la razón. Frutos llegarían, como el Festival de Olmué y una nominación a los MTV Awards. Pero nada se compararía a tocar junto a Claudio Parra —de Los Jaivas— en el homenaje a Salvador Allende, llevado a cabo en el Estado Nacional a comienzos de septiembre de 2003. La llegada de La culpa no solo abrió las puertas creativas de Los Bunkers, sino que recogió el espíritu de los pilares de la canción chilena y lo esparció a la modernidad, hacia el cambio de siglo, inspirando el mismo ejercicio en muchos de sus contemporáneos. ¿Y por qué lo hicieron? Pues porque el sueño existe.
https://open.spotify.com/album/4QK2ecV3jFeTPI9c2C5Zih?si=3_00QrnOQxOSee1aaZUASg
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Vida de perros: esto es lo más parecido a la vida
Por Alejandro Jofré
Hay una línea del Lester Bangs de Philip Seymour Hoffman —en la película Casi famosos— que resume muy bien la estirpe de un disco como Vida de perros (2005): "La mayoría del gran arte es sobre ese problema: culpabilidad, añoranza y, ya sabes, amor disfrazado de sexo y sexo disfrazado de amor".
Luego de electrificar la Nueva Canción Chilena a la altura de La culpa (2003), y echar sendas raíces en el panorama local a un valioso ritmo de cuatro discos —que no pasaron desapercibidos— en cinco años, Vida de perros marca una cumbre en esa cordillera que Los Bunkers han levantado en la playa de su discografía.
El álbum es una masa de sonido enriquecido con una artesanía de letras íntimas, devastadas y escritas en segunda persona singular para interpelar a cualquiera de tú a tú. Desde el single "Ven aquí" hasta "Te vistes y te vas", la banda no hace más que conectar desde las temáticas que legaron de sus mayores influencias (no es casualidad que circule una edición del disco con una sentida versión de "Y volveré" de Los Ángeles Negros o la coqueta "Get it on" del líder de T-Rex).
Aunque sobre el final anuncian la confianza en el porvenir ("con flores nuevas para repartir"), Vida de perros parece un viaje al subsuelo en plan autodestructivo, lleno del tedio que esparcen las rupturas y las carencias. En esa geografía del disco hay un punto de inflexión a la altura del penúltimo tema, el que nombra al disco, donde la letra desciende todavía más y cambia a una primera persona singular —y hasta de cantante— para adentrarse en los minutos más oscuros de una discografía luminosa.
https://www.youtube.com/watch?v=5OuFnuhXUBc
Con tantas melodías imbatibles como estados de ánimo posibles (de la rabia de "Ahora que no estás" a la esperanza en clave de "Hoy", del desprecio de "Miéntele" al conformismo de "Nada es igual"), la dupla de los hermanos Francisco y Mauricio Durán tiene argumentos serios para meterse en el compartimento de otros referentes, como los hermanos Parra de Los Jaivas o los Carrasco de Quilapayún; pero hay que ser justos y anotar que Vida de perros es un trabajo colectivo, de piezas de un engranaje que alguna vez vio andar a la mejor banda chilena del siglo en curso. A las frases macabras de sus letras ("tanto tiempo he malgastado aquí", cuelan como un puñal en "Llueve sobre la ciudad", acaso su aporte al cancionero para días lluviosos) habría que sumar la pasión con que aborda cada oración el cantante Álvaro López y cómo el grupo saluda a la historia musical del mejor modo posible, incluso desde bajo y batería, con detalles que van desde la instrumentación de antaño hasta ciertos tonos menores.
En la historia —hasta el pasado fin de semana criogenizada— de Los Bunkers, Vida de perros fue el disco que los llevó a ser la banda chilena mejor instalada en México, luego de que en 2006 colonizaran lugares tan importantes como el Teatro Metropolitan, el Estadio Azteca y un festival como el Vive Latino. Vida de perros, por así decirlo, entintó el pasaporte de los penquistas y fue su credencial para fichar en su siguiente aventura con un sello como Universal. Fue, para efectos de cualquier análisis, y sobre todo, el disco que los volvió una banda, ya no de Concepción ni chilena, sino latinoamericana.
https://open.spotify.com/album/458KtFZXizDQb83WFOScaW?si=U_S9DYU4SpqpsjMFEPIYqg
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Barrio Estación: cosa de adultos
Por Raúl Álvarez
Los Bunkers, los nuestros, se iban a México sin pasajes de regreso. La historia nos era conocida. Otra vez, aquellos cinco de Concepción partían su aventura desde cero en tierras desconocidas pero con un nuevo estatus: artistas prioritarios de Universal Music.
Su primer disco para una multinacional fue bautizado Barrio Estación (2008), tributo evidente a aquel barrio bohemio de la sureña cuna natal que siempre han llevado con orgullo. El arte del álbum también estuvo lleno de añoranzas. Amarillo y negro como símbolo de la cultura ferroviaria del sector y un padre con su hijo al centro, siluetas marcadas como la sombra que emerge al sol.
Aunque "Deudas", el primer single adelanto, fue recibido con tibieza a comienzos de 2008, es triste recordar que las noticias al respecto hablarían de otra cosa. La distribución de Barrio Estación había sido vetada por la principal tienda de discos en Chile y su aparición corría peligro debido al nexo entre su antiguo sello y la propiedad de aquel extinto retail musical. Aunque aquella agridulce experiencia terminó con el álbum distribuido en supermercados a "precio accesible" —con Música libre (2010) la experiencia se repetiría pero en un periódico de circulación nacional—, aquella pugna extramusical empañó lo realmente importante: las canciones.
Finalmente, Barrio Estación salió a las calles la segunda quincena de junio de 2008.
En México la experiencia fue distinta y menos traumante. Llegaron a los puestos de los discos más vendidos, "Me muelen a palos" tuvo una alta rotación radial y empezaron a girar por todo el país gracias al éxito y popularidad alcanzada con un recopilatorio de grandes éxitos que resumía lo más trascendentes de sus cuatro álbumes anteriores.
Chile tendría su revancha casi un año después (7 de junio de 2009) con un multitudinario concierto gratuito en la Plaza de Armas de Santiago para tocar el disco completo. Un registro de aquella tocata sobrevive en Youtube.
https://www.youtube.com/watch?v=M3AsmnxCkDk
"Nada nuevo bajo el sol" y "Una nube cuelga sobre mí", las canciones más añoradas hasta hoy, son la muestra más evidente de que la banda de Concepción podía hacer rock iberoamericano con todas sus letras. El mismo lugar y Tarde, dos composiciones que son una, nos lleva por el viaje sonoro que siempre imaginaron y nos cumplen. Si la sombra local de Los Tres aún atormentaba sus cabezas, acá se esfumó para siempre.
Barrio Estación es a Los Bunkers, lo que Abbey Road fue a The Beatles. Podemos discutir si son mejores o no, teorizar con que Vida de perros es el Revolver y que ahí estalló todo, pero lo cierto es que nunca antes habían sonado tan implacables. Dejaron de ser el niño del globo en su carátula para convertirse en el padre con sombrero que lleva a otros como ellos de la mano. Cosa de adultos.
https://open.spotify.com/album/0htWQyvgHFGwF8S2de8hYj?si=iEYvvIneRpC5i8Gw6GRG5g
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Música libre: nunca hay que partir de cero
La década del 2010 abrió con una sorpresa para toda la fanaticada de Los Bunkers, tanto sus fans acérrimos en Chile como los que por esos días iban sumándose de otros rincones de Latinoamérica. Los penquistas anunciaban la salida de Música libre, un álbum con una particular característica: solo incluye versiones de algunos de los clásicos de Silvio Rodríguez.
La apuesta —porque no hay otro modo de llamarla, visto en retrospectiva— era entonces a muerte. Un disco de canciones probadas no podía resultar mal, a excepción que las versiones fuesen horrendas. Era un arma de doble filo. No estar a la altura del nombre del cubano era enterrar una carrera que se veía ascendente.
La clave de este disco, es que justamente Los Bunkers no renunciaron a la creación. Quizás, ese es el sello característico de su carrera: nunca se cansaron de ir más allá. De probar todas las posibilidades que la sincronía de cinco talentos —talentosísimos— podía permitir. Los Durán, los López y Basualto jugaban para ganar la Champions, porque se sabían buenos y querían ser aún mejores. No por el dinero.
Entonces, el sexto trabajo de los hombres tras "Miño" trató de hacer propias las composiciones legendarias del trovador de San Antonio de los Baños. Como los Beatles haciendo suyas las canciones de Chuck Berry, Gene Vincent, el Motown o las Shirelles, como un abrevadero del cual sacaron ideas para acordes, frases, puentes, líneas, Los Bunkers hicieron sonar a Silvio como si fuese miembro de Los Bunkers.
Esto se hace evidente al poner el vinilo, hacer caer la aguja y escuchar la psicodélica introducción del primer tema, "Sueño con serpientes", que le debe sobremanera a "Taxman" con ese riff hipnótico pero que tiene tanto la clave de la psicodelia (frases largas) como la del rock clásico (línea melódica y recordable). Ahí, solo con ese riff se anuncia claramente la idea de que viene, y las expectativas se cumplen. Desde ahí se trata de machacar y machacar.
En "Quien fuera" (en cuyo video se dieron el gusto de hacer un guiño al de "Something"), se tomaron la licencia de meter esas guitarras arpegiadas que le dan aire y atmósfera a la canción, en contraste con la íntima y sencilla grabación original. Es imposible no escuchar a los Smiths ahí, pero también a los zombies de Liverpool.
https://www.youtube.com/watch?v=hUJoy7vvVTY
La tercera canción (mi favorita del disco, aunque eso no le importe a nadie), "Que ya viví, que ya te vas", tiene ese beat del rock bailable tan de moda en esos años con nombres como The Rapture, pero que no desentona en absoluto. Escuchamos también teclados y sintes, siguiendo la línea experimental que ya habían anunciado dos años antes en Barrio estación. Baila, baila, con Silvio Rodríguez.
La cuarta, "Al final de este viaje en la vida", es un acierto, no solo porque es una de las obligatorias que tienen que estar en cualquier homenaje que se le haga al trovador isleño, sino por la inclusión de Manuel García. Su color de voz le queda perfecto al tema, amén de la delicada y cuidada producción de Meme del Real para la canción, mezclando lo tradicional con los sonidos más modernos. Acá hay un cambio de acordes muy evidente en la parte de al medio respecto de la original, ¿queda mal? En absoluto. Es una canción nueva, y esa decisión era necesaria, el hombre de "Tu ventana" tiene un registro más bajo. Al final, es un problema que terminó siendo una bendita (y creativa) solución.
Llega el momento de "El necio", en esta hay dramatismo, intensidad, en contraste con la quietud de la versión de Rodríguez. El arpegio de Francisco Durán le da tensión al inicio, y luego estalla en el rock "a lo Bunker". Con fuerza, con energía. En vivo la gente la suele gritar más que cantar. Si bien se le omitió una parte de la letra, es parte del libreto del disco. Crear algo nuevo, tomarse todas las licencias.
Y llegamos al último surco del lado A. "Leyenda". Quizás la más apegada a la versión original del cubano, pero los sintes y el dobro de Francisco Durán le dan un aire medio country. Acá es evidente que los penquistas hicieron la pega de ir a llamar a Bob Dylan, pero Bob es muy discreto y no dice nada. Simplemente hay que tocar. Será mejor así. Ojo con el ritmo a lo Bo Diddley en la batería de Basualto. Sí, es la más apegada a la versión original, oyéndola al principio. Luego, al avanzar es otra cosa.
Traemos el cepillo, limpiamos el disco. Lo damos vuelta, otra limpieza. Suena "Ángel para un final". Es una versión donde el piano le cede el protagonismo a las guitarras. La canción pasó a ser un tema que podría haber estado en su primer disco, con esas frases arrastradas tan deudoras del George Harrison contemplativo de los 70's.
Luego, "Santiago de Chile". El homenaje que el cubano le hizo al caído gobierno de Salvador Allende, ahora en clave millennial con sintetizadores, guitarras distorsionadas, y beats cortados. Pese a —nuevamente— omitir parte de la letra, no perdió un ápice de la solemnidad contestataria de la original. La canción ganó mucho en intensidad y dramatismo. Ideal para ser la cortina de Los archivos del Cardenal.
Enseguida, un respiro. "Y nada más". La guitarra intrincada del inicio fue reemplazada hábilmente por unas voces que le deben horas de escuchar "This boy", "Yes it is" o "Because" de The Beatles. Es la vuelta a un recurso que hacía tiempo parecían haber olvidado y que los hizo destacar mucho en sus primeros discos, las armonías vocales. Silvio Rodríguez sonaba con aire beatle, aunque también a la Nueva canción chilena. O a la Nueva canción chilena con toque british invasion.
Ah, ahora suena "El día feliz que está llegando", con un pegadizo riff de inicio que le debe mucho al Revolver. Con harta armonía vocal. En la parte final, de las guitarras, los Durán sacan a relucir esos trabajados arpegios complementarios —en diferentes partes del mástil— propios de su sello. Un recurso que nunca falla y que desde algún lugar hace que la dupla Keith Richards y Ronnie Wood esboce una sonrisa.
Cuando pensaba que no iba a aparecer, aparece "Pequeña serenata diurna", otra de las infaltables en el catálogo de Silvio Rodríguez y que de tanto en tanto aparece en alguna fogata. Faltaba más. Con la voz de Francisco Durán, el tema, en su puente medio tiene un pasaje instrumental rockero y sicodélico, a diferencia del ritmo latino de la original. En vivo, acertadamente solía ser pegada con "La exiliada del sur".
Y bueno, el track final, la increíble "La era está pariendo un corazón". Con una estructura sacada del rock noventero (suavidad/estallido), la inclusión de efectos y nuevamente la voz de Manuel García, los penquistas firmaron una versión sólida.
Quizás la queja puede ir en que faltaron algunas de las clásicas del cubano. "Óleo de una mujer con sombrero", "Playa Girón", "Ojalá", pero nadie puede decir que Música libre es un mal disco. A diferencia del álbum de covers de Weezer, donde cada corte estaba quirúrgicamente perfecto, pero no se escucha a la banda, acá el mérito es que sí podemos distinguir claramente el elemento "Bunkers" en cada uno de los tracks. Creación a partir de lo ya existente, con la sola diferencia de que en vez de componer una melodía y letra nuevas, tomaron las de Silvio y las hicieron suyas. La creación nunca parte de cero, siempre desde un referente, eso vale tanto para crear canciones inéditas como versiones.
Tiempo después de lanzado el álbum, el guitarrista Mauricio Durán reveló que tuvieron un diálogo vía e-mail con el cubano, donde este les confesó no solo su satisfacción con el trabajo, "sino que algunas de las canciones que escogimos, en su origen tuvieron una esencia roquera. Entonces, eso nos hizo súper gratificante el constatar que en cierta medida, en las obras y las letras de Silvio, hay mucho más Rock que en muchas bandas de rock." Es que el quinteto hizo sonar a Rodríguez de una nueva forma, de forma rockera, de forma libre. Música libre.
https://open.spotify.com/album/4ZIg4y7DVpIBYJAOHKXsx0?si=TkQpADoGRBONmQbmuesXJQ
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