El balance de Tom Jobim
Esencial en el nacimiento de la bossa nova, la figura del gran maestro carioca sigue iluminando el sendero de los músicos latinos y su relación con lo foráneo.
Como un agente doble, el compositor brasileño Tom Jobim supo moverse en hemisferios opuestos, dominando tanto el lenguaje docto como el popular. Su formación de pianista clásico le permitía desenvolverse en la norma formal culta de la música, pero también creó canciones universales que se volvieron patrimonio de la humanidad. Varios reportes consignan que solamente "Yesterday" de los Beatles ha sido cubierta más veces que su "Garota de Ipanema", himno de la bossa nova, el estilo que ayudó a desarrollar combinando su inventiva sonora con las letras del poeta Vinícius de Moraes y la voz de João Gilberto.
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En homenaje a sus aportes, Jobim vive para siempre en Ipanema, en la forma de una estatua de tamaño real que lo inmortaliza con su guitarra al hombro caminando por su parte favorita de la playa. Inventariar los reconocimientos a su obra llenaría varias páginas, desde lo concreto como el Espacio Antonio Carlos Jobim en el Jardín Botánico de Río de Janeiro (que incluye un teatro, un galpón y un museo) hasta lo más difícil de medir como la profundidad de su huella en el jazz, un género del que bebieron sus comienzos y al que luego le devolvió la mano tornándose una fuente inspiradora. Cabe recordar que Jobim se hizo famoso en Estados Unidos y el resto del mundo en 1964, cuando el saxofonista Stan Getz lo tuvo al piano y, junto a João Gilberto, grabó varias de sus canciones en el multiventas Getz/Gilberto.
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Los clásicos de puño y letra de Jobim aluden a cosas tan esencialmente brasileñas como sus montes ("Corcovado") o el mes en el que más llueve ("Águas de Março"), pero no saben de nacionalidades a la hora de entibiar corazones. Si usaba términos humildes para caracterizar a la bossa nova, definiéndola como una "samba económica", compensó la disminución de las percusiones con una riqueza armónica que derritió a oyentes profesionales como Frank Sinatra y Ella Fitzgerald, intérpretes habituados a seleccionar repertorio entre un mar de propuestas.
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Las primeras flores que llegaron al hospital neoyorquino donde Jobim falleció en 1994, a causa de un paro cardíaco tras una operación de vejiga, fueron de La Voz. En su autobiografía, Nancy Sinatra cuenta que su padre era otro al lado del carioca. Usualmente ruidoso alrededor de sus amigotes juerguistas del Rat Pack y de la Wrecking Crew, Sinatra bajaba las revoluciones cuando compartían el estudio durante las sesiones que dieron vida a sus discos colaborativos. Jobim comandó esa clase de respeto hasta el final: en su última aparición en vivo, capturada en Antonio Carlos Jobim & Friends, Herbie Hancock reacciona a su presencia como un fan.
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Aunque han transcurrido 25 años desde que partió, nunca dejará de ser un artista ejemplar, especialmente en latitudes tercermundistas, donde seguir su ejemplo parece cada vez más imperativo. Tom Jobim estudió lo mejor de otras culturas y lo adaptó con sensibilidad al entorno que lo rodeaba. Bach, Ravel, Stravinsky, Chopin y Debussy merodean subrepticiamente por su cancionero, en una señal de la erudición que también admiraba en otros músicos, como su ídolo Heitor Villa-Lobos, un compositor de comienzos del siglo 20 con una visión similar. En la línea de tiempo de la música brasileña, donde la bossa nova fue sucedida por el movimiento tropicalista, cuyo pilar conceptual era el canibalismo cultural, Jobim aseguró su espacio entre los más grandes balanceando una exquisita curatoría de lo foráneo y una especial atención por las situaciones, los parajes y la gente del país donde nació.
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