No todo lo que brilla es rock and roll
Maniobras, presiones, lobby. Hay que ser más que extraordinario y artísticamente influyente para ingresar al Salón de la fama del rock and roll que acaba de anunciar a los nuevos miembros de su panteón.
La leyenda cuenta que Del Shannon, el intérprete del one hit wonder "Runaway", se suicidó en febrero de 1990 porque no fue incluido en las primeras nóminas del Salón de la fama del rock and roll. En rigor Shannon era depresivo y eventualmente su postergación tuvo algo que ver -fue incluido finalmente en 1999-, sin embargo el acto representa la temprana relevancia de la institución creada en 1983 por Ahmet Ertegun, fundador de Atlantic records. Aunque en 2006 los Sex Pistols enviaron una nota manuscrita llena de palabrotas para rechazar el ingreso, la gran mayoría de los artistas lo considera un honor.
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La última nómina anunciada esta semana es un ejemplo perfecto de la extraña lógica y gustos históricos del Salón y sus votantes. Entre otros ingresan a la clase 2020 Nine Inch Nails y Depeche Mode pero ha quedado fuera Kraftwerk, padres de la electrónica. También hay premio para Whitney Houston y Notorius B.I.G., que de rockeros no tienen nada en términos musicales (no así sus vidas privadas), pero Judas Priest, clásicos del heavy metal y cuyo primer álbum apareció hace 46 años -la institución pone como regla un cuarto de siglo desde el debut discográfico- nuevamente ha quedado fuera, ignorados tal como sucede con Iron Maiden. ¿Por qué? Porque vetas 100% rockeras como el heavy metal y el progresivo no son del gusto del Salón. El peso del periodismo musical en el Hall, siempre reacio a esas casillas, se manifiesta.
Las respuestas a este tipo de criterios se encuentran en el origen de la entidad. Como suele ocurrir con la gran mayoría de los premios en espectáculos, la calidad y la influencia de los nominados son solo algunas de las variables a considerar. Cuando Ertegun fundó el Salón reclutó a pesos pesados de la industria musical como el editor histórico de la Rolling Stone, Jann S. Wenner, junto a ejecutivos discográficos como Seymour Stein, uno de los fundadores de Sire records, y Bob Krasnov del sello Elektra, entre otros. Ertegun sumó además un par de abogados. ¿Algún artista? Ninguno.
Como se trata de un negocio, la puja por quedarse con la sede del Salón fue un asunto de billetes. Ciudades como Philadelphia, Memphis, Detroit y Nueva York fueron superadas por Cleveland. La urbe movió dineros públicos para que la institución se estableciera allí además de adjuntar razones históricas. En Cleveland se acuñó el término "rock & roll" gracias a Alan Freed, el locutor y DJ que impulsó el género en los 50, y fue en Cleveland donde se realizó el primer concierto rock de la historia.
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Los puristas que entienden el rock literalmente como un asunto de guitarra eléctrica y amplificador Marshall a tope, reclaman año a año por la inclusión de artistas que provienen de otros territorios musicales como el pop y el hip hop. En estricto rigor, el Salón nunca fue particularmente severo con la regla de incluir sólo artistas de rock comprendido como un tipo de música compuesta e interpretada con guitarra eléctrica. Desde los inicios la institución ha reconocido artistas del soul -la música favorita de los afroamericanos en los 60 y 70 tal como desde los 90 lo es el hip hop-, cuando leyendas como Ray Charles, Sam Cooke, Smokey Robinson, The Drifters, The Supremes, Otis Redding, Stevie Wonder, Four Tops, The Platters y The Temptations, fueron integrados a la galería entre 1986 y 1990 sin que nadie considerara fuera de lugar el reconocimiento. Ninguno de ellos son rockeros bajo esa óptica que no incluye el fenómeno cultural detrás, sin embargo fueron parte integral de la industria musical cuando el rock estaba en pleno apogeo. Aquellos nombres son fácilmente citables como inspiración para cualquier leyenda rockera que se precie. A su vez en 1992 ingresó Johnny Cash, que tampoco es un representante genuino del rock, pero una influencia insoslayable para varias generaciones de la misma manera que pioneros como Elvis reverenciaban el nombre de Hank Williams, estrella del country que hizo escuela en el hábito de reventarse hasta morir antes de los 30.
En 1997 ingresó The Jacksons 5, un fenómeno de fines de los 60 que gobernó la siguiente década lejos del rock como favoritos de padres y adolescentes. Lo mismo la diva del soul de ojos azules Dusty Springfield, inducida en 1999. La inclusión de ABBA en 2010 generó cuestionamientos en su categoría de reyes del pop, pero no hubo objeciones a Bee Gees en 1997.
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Desde el fallecimiento de Ahmet Ertegun en 2006 el poder de Jann S. Wenner se ha manifestado de manera flagrante. Apenas un año después no tuvo empacho en imponer a los votantes, un millar de expertos, el ingreso de Grandmaster Flash en lugar de Dave Clark Five, una de las bandas semi olvidadas de la "invasión británica" de los 60 en EE.UU. cuyo éxito rivalizó por un corto periodo con The Beatles. Aunque Dave Clark Five obtuvo seis votos más, Wenner hizo saber a la institución que no toleraría otro año sin el ingreso de un artista de hip hop, género que desde entonces se ha sumado con estrellas históricas como Tupac Shakur, N.W.A. y Beastie Boys. Por cierto Dave Clark Five ingresó finalmente en 2008.
Otra puja sucedió cuando la leyenda del jazz Miles Davis resultó incluido en 2006 tras un telegrama enviado a los votantes firmado por Quincy Jones, Stevie Wonder y Diana Ross entre otros emblemáticos artistas afroamericanos. Indiscutido que se trata de un gigante del jazz y de la música contemporánea pero lo cierto es que Miles Davis entró por la ventana al Salón de la fama del rock and roll. Con ser extraordinario e influyente no basta. El patrocinio ayuda, mucho.
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