Jöel Dicker: “Suiza ha controlado la pandemia, pero hay una gran crisis social”
El autor nacido en Ginebra es el último bestseller europeo. Aquí habla de su nueva novela, El enigma de la habitación 622, un thriller ambientado en su país donde entralaza la ficción con rasgos de su biografía.
Hubo un tiempo en que Jöel Dicker, el último fenómeno de ventas europeo, pensó que no lograría publicar. En 2011, a los 26 años, había escrito cuatro novelas y todas ellas fueron rechazadas por editoriales. Es más, el único editor dispuesto a publicarlo -el serbio suizo Vladimir Dimitrijevic- murió en un accidente de auto. Dicker (Ginebra, 1985) se sintió desolado. Pero en el funeral conoció al francés Bernard de Fallois, quien se convertiría en su editor y, según dice, en el artífice de su éxito.
Editor de Simenon, De Fallois no demostró mucho entusiasmo en el libro que Dicker le entregó, ambientado en la Segunda Guerra Mundial, pero reconoció de inmediato el potencial del siguiente: La verdad sobre el caso de Harry Quebert. El veterano editor se dedicó a llamar a los libreros para recomendar la novela y esta rápidamente escaló en la lista de ventas. Fue el thriller que vino a suceder a la saga Millenium y se convirtió en un bestseller: vendió 5 millones de copias en 33 idiomas.
En su quinta novela publicada, El enigma de la habitación 622, el autor hace un homenaje al editor muerto a fines de 2018. Lanzada por el sello Alfaguara, tiene la forma de un thriller que juega con su biografía y los recursos de la ficción: es la historia de un escritor llamado Jöel Dicker, quien lamenta la pérdida de su amigo y maestro. “Bernard de Fallois era el hombre al que le debía todo”, escribe.
Con ventas por nueve millones de ejemplares, Dicker ambienta su novela por primera vez en Suiza, luego de sus libros que transcurrían en Estados Unidos. La historia comienza en el Palace de Verbier, hotel a los pies de los Alpes donde el protagonista toma un descanso. Allí descubrirá que le han asignado la habitación 621 bis, entre la 621 y la 623. El número 622 no existe y se relaciona con un antiguo crimen sin resolver en el que se cruzan secretos bancarios, espías y estafadores.
-Suiza transmite una imagen de tranquilidad que está lejos de la que leemos en su novela...
-Efectivamente, Suiza da una imagen de tranquilidad, pero que no necesariamente entra en conflicto con otra imagen, un poco distinta. Se sabe que Suiza es un país tranquilo, y esa es precisamente una de las razones por las cuales es uno de los destinos importantes del espionaje internacional: pasan muchas cosas, hay muchas reuniones. Dado que es un país tranquilo, acoge muchas cumbres internacionales, es sede de la ONU, es un lugar privilegiado para tener encuentros discretos. De ahí que haya mucho espionaje. Está, por ejemplo, el caso de (Edward) Snowden, el agente de la NSA que operaba en Ginebra. Creo que esta imagen de tranquilidad forma parte de Suiza y explica por qué, a veces, no es tranquila.
-La relación editor-escritor suele estar marcada por la tensión, no fue su caso, ¿no?
-Es cierto que con frecuencia se dan casos de autores que tienen una relación tensa y difícil con sus editores. No fue el mío, pues tuve una relación muy particular. Cuando nos conocimos con mi editor, yo tenía 26 años y él, 86. Él ya había hecho su carrera, no tenía grandes desafíos profesionales. No había esa tensión que puede darse en estos casos; por el contrario, fue una relación muy tranquila, muy amistosa, muy distendida, muy agradable. Yo no tenía aún una carrera, así que todo estaba por hacerse, mientras él, evidentemente, tenía toda una carrera detrás suyo, pero también muchas ganas de hacer cosas, y podía hacerlas sin sentir una gran presión.
-¿De qué modo lo afectaron los rechazos al inicio de su carrera?
-Eso tuvo dos impactos. El primero, es que fue difícil, me sentí mal y pensé que nunca me iban a editar, que nunca tendría una carrera; pero al mismo tiempo me di cuenta de que, a pesar del rechazo, mi entusiasmo por escribir y el placer de la escritura no mermaron. Tenía ganas de seguir escribiendo y, gracias a ese rechazo, me di cuenta de que escribía porque sentía una pasión. Y así es como pude seguir adelante.
-¿Cómo se relaciona con el éxito?
-Tomo el éxito de mis libros con mucha calma: me doy cuenta de que no es un éxito mío, sino de mis libros. Aun si he sido yo quien los escribió, cuando la gente me reconoce en la calle y me dice, “me encantó su libro”, la relación conmigo es indirecta porque se está hablando de mi libro. Es un éxito bastante amable, tranquilo, benévolo y muy agradable, porque estoy en el segundo plano: es el éxito de mis libros, lo que es una situación distinta de la de un actor o un cantante.
-Suiza parece haber controlado la pandemia, ¿cómo lo ve usted?
-Suiza ha logrado manejar muy bien la pandemia, quizá también porque el pueblo suizo es muy disciplinado y porque Suiza es un país pequeño y es mucho más fácil manejar las cosas cuando se es un país pequeño, con desafíos de gestión más simples. Ahora, pese a ello se vio muy afectada en términos de enfermos y de muertos (respecto del total de la población), y sobre todo ha habido una gran crisis social y económica, con gente que ha sufrido mucho, con gente a la que le han cerrado sus tiendas, que tenía negocios que hoy están en peligro. Hay gente que sufre viviendo en pequeños departamentos y ha habido un gran alza de la violencia conyugal. En todo caso, me es difícil ver esa sociedad que está sufriendo: no he estado enfermo ni he tenido cercanos enfermos o muertos por el coronavirus. He tenido mucha suerte en ese sentido, pero tengo muy presentes a quienes han sufrido por el virus y por sus consecuencias.
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