Mariana Enriquez: “El horror de la dictadura me formó literariamente”

Mariana Enríquez
Mariana Enriquez (1973), la elogiada escritora argentina que ganó el Premio Herralde de Novela por Nuestra Parte de Noche acaba de publicar su libro de crónicas El Otro Lado.

Del rock a los poetas malditos, en las crónicas de El Otro Lado pueden rastrearse las obsesiones e influencias de la premiada autora de Nuestra Parte de Noche.


No quería ser escritora. La chica que escribió Bajar es lo peor vivía en La Plata y quería que la leyeran sus amigos. Ella leía a Bret Easton Ellis, Anne Rice y Rimbaud; escuchaba a los Sex Pistols y a The Stooges, y soñaba ser periodista para entrar a conciertos gratis. Con los ojos delineados de negro, se enamoraba de River Phoenix en Mi mundo privado y en el quiosco buscaba la revista Cerdos y Peces, de Enrique Symns. Eventualmente, aquella veinteañera se sorprendería de verse hoy, 25 años después, convertida en una de las escritoras más reconocidas de la narrativa argentina. “Me diría ¿cómo lo hiciste?, ¿por qué?, ¿por qué no armaste una banda?”, dice Mariana Enriquez (1973), desde su casa en Buenos Aires. De todos modos, aquella chica que no soportaba la música de Charly García tampoco ocultaría su emoción al saber que Patti Smith recomienda sus libros en redes sociales. “Eso es lo que más le habría encantado”.

Si Bajar es lo peor insospechadamente la instaló como la “escritora más joven de Argentina” en 1995, Nuestra parte de noche la confirmó como una de las voces más originales y vigorosas de la literatura actual en español. Ganadora del Premio Herralde, fue una novela en cierto sentido inesperada: torrencial, intensa y de una enorme energía narrativa, en ella se cruzan el rock, el terror, los años 80.

Entre uno y otro libro, Mariana Enriquez estuvo 10 años sin publicar, y lentamente su universo imaginario dio forma a un estilo propio, distintivo y seductor. Entre uno y otro, hizo periodismo, fue a recitales gratis y pagó de su bolsillo para ver a Manic Street Preachers tocar en el Teatro Karl Marx de La Habana, y a Fidel Castro entre el público. Se asomó al fantasma de Alejandra Pizarnik, soportó a Charly García gritando su genialidad en una entrevista de madrugada, escribió de libros, películas, y de sí misma en columnas donde se asoma y se esconde.

Con sagacidad, alma de fan moldeada por la inteligencia y animada de voraz curiosidad intelectual, Mariana Enríquez llevó su galaxia de intereses al periodismo: El otro lado, un volumen de 700 páginas publicado por Ediciones UDP, es un testimonio elocuente. El libro es una antología de sus artículos publicados en Página 12 y otros medios, y la selección, a cargo de la periodista Leila Guerriero, dibuja una estética, un mapa de la subjetividad donde aparecen sus obsesiones y donde transitan Nick Cave y Sylvia Plath, Bruce Springsteen y Emily Brontë, Kurt Cobain y Keith Richards. Y con ellos, compulsiones, drogas, sus padres y su abuela.

”Creo que en el libro hay un montón de pistas de por dónde fui buscando, o las cosas que me fueron interesando y que aparecen luego transformadas o que influyen de alguna manera en mi literatura”, dice la escritora, que solía jugar a la ouija y que empezó a leer en la biblioteca de su casa, una habitación donde dormían viejas muñecas de porcelana y había una puerta al sótano, donde vivía su abuelo vampiro, como solía asustar a sus amigos, según cuenta.

Hablas de un secreto sobre tu abuelo, pero no lo revelas. ¿Te sientes más expuesta?

En algunas cosas sí, pero en la literatura también, lo que pasa es que el lector no sabe dónde. Hay cosas en mis cuentos y mis novelas que tienen que ver con secretos, intimidades, anécdotas manipuladas por mí y que fueron vergonzosas o secretas y que aparecen ahí. Ese texto sobre el abuelo es una manera de decir hay un montón de cosas en que parece que me estoy abriendo y ofreciéndote información súper sincera y honesta, pero te estoy dando lo que quiero ofrecer. Con las crónicas íntimas o con la crónica del yo, uno también se construye un personaje y hay un montón de cosas que no vas a contar, y es un derecho que uno tiene.

¿Esa biblioteca de tu infancia existió?

Sí, era una biblioteca donde estaba el piano de mi madre cuando era joven; era una habitación rara, porque se usaba poco y era totalmente libre, yo podía agarrar el libro que quisiera. Nunca hubo ningún límite en mi casa acerca de lo que podía leer o no.

Y naturalmente te inclinaste hacia…

Hacia lo oscuro, ¡sí! (ríe). Yo no sé si fue porque no tengo hermanos, siempre fui sola, tal vez menos juguetona y más concentrada. Pero a todos los chicos les gusta el terror y lo paranormal. Y después fui encontrando cosas. Hay muchos cuentos de Cortázar, por ejemplo, súper siniestros. Y había otros libros que leía, no entendía y los leí mucho después. Por ejemplo en esa casa estaba El obsceno pájaro de la noche, de Donoso. Tuvo su momento en Nuestra parte de noche, pero la primera vez no lo entendí. Eran libros que yo dejaba para después, porque no tenía el vocabulario ni la cabeza. Si uno piensa, los libros canónicos están llenos de cosas oscuras, no es que sea algo recóndito, están en la primera línea. Recuerdo haber leído en colecciones para chicos Cumbres borrascosas, un libro tremendo, vos lo abrías y la niña se había portado mal y la tía la arrojaba a la habitación embrujada. Hay algo que tiene que ver con la literatura de la imaginación que es muy contradictoria, se le da a la infancia por eso, porque se considera que en la infancia la mente es más abierta y no tienes los problemas de los adultos. Entonces te dan Crónicas marcianas, y está ese cuento donde llega la expedición a Marte y encuentra a sus familiares muertos, piensan que llegaron al cielo y luego se preguntan qué pasaría si son marcianos disfrazados de nuestros parientes y nos van a matar, y es de una crueldad espantosa, porque no solo se dan cuenta que esos familiares que aman no lo son, sino que no había vida eterna. Es de una desesperanza absoluta, y se lo das a un niño. Y después de adulto lees a Knausgard, que es un tipo que está escribiendo un libro y tiene problemas con los hijos, y como pregunta filosófica es mucho menos pesada. Es como si ya de adultos no tuvieras permiso para leer literatura de la imaginación que con otro lenguaje se plantea problemas muy profundos.

Nuestra Parte de Noche
Nuestra Parte de Noche mezcla el terror sobrenatural con el real y ganó el Premio Herralde de Novela 2019.

Es lo que pasó con Stephen King, que fue visto por sobre el hombro mucho tiempo.

Su primera novela, Carrie, es bullying y masacre escolar; Cementerio de animales, el terror a la muerte de los niños; It, infancias infelices, abusos, mil páginas sobre el trauma. Y eso mucho tiempo fue considerado entretenimiento menor, porque además es muy entretenido. Hay un prejuicio contra la literatura de la imaginación, que es cada vez más anacrónico. El cuento de la criada, de Margaret Atwood, lo leí hace muchos años y me llamó la atención cuando lo hicieron serie y cómo la tomó el movimiento feminista; es una distopía, pero es un libro claramente político.

¿Es lo que te interesa del terror?

Sí, totalmente.

¿Es algo que descubriste? Porque en tu primera novela aún no estaba.

No sabía hacerlo, yo quería escribir terror pero no le encontraba la vuelta, porque no sabía desde donde. Estaba acostumbrada al terror anglosajón y lo que King llama los factores de expresión fóbica social, las cosas que dan miedo a la sociedad, no son iguales. Hasta que entendí cómo hacer funcionar nuestros miedos con el terror como género, qué es una casa embrujada en América Latina, qué es un asesino serial, qué es el mal. Hasta que lo entendí y pude pensarlo no pude escribir terror. Ahora el terror masivo es ese. Lovecraft Country es una serie sobre el racismo, pero es terror. Cada vez se está entendiendo mejor el terror y el primero que lo entendió fue King.

El Otro Lado
El Otro Lado es una selección de crónicas y perfiles de Mariana Enriquez a cargo de Leila Guerriero. Acaba de ser publicado por Ediciones UDP.

¿Para ti el terror ineludiblemente está asociado a la dictadura?

Para mí es ineludible, porque yo crecí en la dictadura, el horror de la dictadura me formó emocional y literariamente. Hasta los ocho años pasé toda mi primera infancia en dictadura. Y luego había muchos textos sobre lo que pasó, el Nunca más, el informe sobre derechos humanos; empezaron aparecer muchos textos periodísticos de la dictadura, parecía muy irreal. Yo había notado el encierro, mi familia no era militante, pero mi madre tenía amigos que sí, entonces se vivía en un ambiente muy tenso. Y en el lenguaje hay algunos regalos: aparecidos-desaparecidos. Al hacer desaparecer cuerpos la dictadura creó fantasmas. Y además había cierto horror sangriento, no era un horror hacia afuera, se hacía todo adentro. El verdadero horror era el secuestro y la tortura, y eso era dentro de la casa, en el espacio seguro.

En Nuestra parte de noche aparece el invunche, una figura de horror chilote y que está en El obsceno pájaro de la noche. ¿Es un gesto de recuperar la mitología local?

Totalmente. Yo encontré al invunche primero en Patagonia, de Bruce Chatwin, luego en El obsceno pájaro, y dije ah, quizá este personaje fabuloso debe estar en la literatura chilena, y no lo encontré nunca más. Qué raro, porque un inglés con un mito de Europa del Este escribe Drácula, un icono de la cultura popular, y nosotros lo despreciamos no solo al invunche, también al San la Muerte, el Gauchito Gil. Eso tiene que ver con un desprecio histórico a las supersticiones populares, que no tuvieron permiso a entrar en la literatura, porque ya son más menores que lo menor, donde funcionan un montón de prejuicios: a las creencias de los pueblos originarios, un desprecio a las supersticiones como historia oral que no merece el texto impreso, y en menor medida un prejuicio feminizado como cuentos de viejas. Y a mí me interesa no como rescate antropológico, sino porque está muy presente. Todas mis amigas se tiran el tarot, o se hacen leer la borra de café o lo que sea, y es muy raro que vos veas un cuento sobre eso. Para mí tiene que ver con lo que hablamos de la imaginación, de chica sí, pero de grande no, pero secretamente existe, sigue ahí, porque es humano.

¿Qué te parece la recepción de la novela?

Me tiene muy contenta. Es una novela exigente, larga, tiene mucha información, mucha trama; no digo que es difícil a lo Ulises, pero exige tiempo y dedicación, y además es muy personal, es una novela que tiene muchas de mis obsesiones: el rock, el ocultismo, la cuestión política, cierta militancia juvenil, el sida, la herencia, la memoria, cuestiones que no necesariamente interesan en forma amplia. Entonces que guste, me pone contenta, y me pregunto por qué será; creo que hay algo generacional.

Y aun con la distancia de la experiencia, su alma de fan vuelve a vibrar cuando artistas como Patti Smith recomiendan sus libros: “Es de una gran generosidad y es un mimo. Yo empecé a leer alguna literatura gracias a ellos, ella nombraba a Rimbaud y yo iba a buscarlo. Al final Una temporada en el infierno fue más influyente para mí que Horses, pero es parte de cómo llegué allí. Entonces es como un cierre de círculo muy emocionante”.

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