Simón Soto, escritor: “El mundo del Matadero está muy vivo y quiero seguir explorándolo”
El autor publica La sangre y los cuchillos, conjunto de relatos que amplía el universo de su primera novela, un éxito de crítica y de lectores.
Fue un libro inesperado, en cierto modo. Luego de dos aplaudidos libros de cuentos, en 2018 Simón Soto publicó su primera novela, Matadero Franklin. Inspirada en la vida de Mario Silva Leiva, el Cabro Carrera, en ella viajó a los años 40 y rescató un mundo en extinción: el mundo de los matarifes y su entorno, un ambiente de hombres rudos donde convivían obreros, hampones y prostitutas, comercios y bares, alcohol y droga al ritmo de de las cuecas bravas.
Elogiada por la crítica, la novela se convirtió en un insospechado éxito de lectores. Consecutivamente, Matadero Franklin logró el premio a Mejor Novela del Ministerio de Cultura y el Premio José Nuez Martín que concede la UC. Y con la colección Bordes del sello Planeta, llegó a México, Colombia y otros países de la región, en una edición disponible ahora en Chile.
“El libro sigue vivo”, dice Simón Soto (1981). Conectada con la novela social chilena, la estética de Matadero Franklin responde a una sensibilidad delineada por el cine y por series como Los Soprano y Peaky Blinders. En siete años de investigación, el autor conoció a dos antiguos matarifes, recorrió el barrio, visitó bares que aún subsisten y recopiló historias. “Fue un proceso largo y todavía tengo mucho material”, dice.
¿Material para una segunda novela?
Creo que sí, una segunda novela, pero no aún. Sí es un mundo que está muy vivo y me gustaría seguir explorando.
De allí nacen los relatos de La sangre y los cuchillos, conjunto que reúne cinco cuentos y una narración que da título al libro. “Tenía materiales e ideas para la segunda novela, pero me fui dando cuenta de que si volvía a meterme en el mundo del Matadero, quería que fuera distinta a la primera novela. Me aterra repetirme. Y dándole vueltas a cómo enfrentarla desde otra perspectiva, le dije a mi editor que aún no quería meterme en ella, pero sí establecer un puente, donde yo visitara ciertas historias y personajes. Y aparte me interesaba probar otros recursos, otros narradores, otras formas”, dice.
Uno de los ambientes que rescatas es el del boxeo, que era muy importante en la época, no?
Era una actividad importante y que generaba un fanatismo tremendo, hubo grandes boxeadores y ofrecía la posibilidad de salir de la precariedad. Y también había boxeo amateur, así como hoy mucha gente se junta a la pichanga. En el barrio Matadero el boxeo era muy importante, la gente lo escuchaba en la radio. Es un deporte que me gusta mucho, ya no puedo practicarlo pero me apasiona.
El escritor resalta un aspecto poco destacado asociado al box: la belleza. “En ciertos momentos el cuerpos puede alcanzar la belleza, pienso en el gol de Maradona a los ingleses. Ese es un momento de belleza, y el box también lo permite. No es solo vencer, también hay que sostener la pelea. Pienso en las pelea de Ali con Foreman, por ejemplo. Y la muerte es una cuestión muy próxima, es un deporte exigente y tiene momentos de belleza pero puedes morir. Y al igual que tantas cosas hoy, está en un juicio valórico. Me interesa rasguñar un poco esa nostalgia, pero con humor. Me interesan los géneros clásicos y despeinarlos”.
Tanto en la novela como en los cuentos la violencia es un elemento presente. ¿Cómo te planteas frente a la violencia?
La violencia es una arista humana fundamental para comprender de qué estamos hechos, qué nos mueve, cómo reaccionamos frente a determinados estímulos y/o carencias. A mí me importa empujarla hacia lugares complejos, no importa cuán gráfica y espantosa sea. Pienso que es un componente crucial de mi trabajo.
También hay un tema con la orfandad, ¿cómo resuena para ti este tema?
Mira cómo está en juicio no solo la figura del padre, sino toda la entidad masculina. El hombre como lo entendíamos hasta hace unos años, con sus vicios, sus equívocos, su violencia, con todo lo terrible y espantoso, pues yo pienso que es imposible que esa figura la volvamos a experimentar en esos términos. El hombre de pocas palabras, que golpea la mesa y toma las decisiones en sus diversos núcleos -familiares, laborales, sociales-, ya no va a volver. Pero están sus ecos, vivimos sus consecuencias. Y fue una figura con muchas características horrorosas, pero también había una versión virtuosa de ese padre que protegía y proveía. Como cuando Harold Bloom analiza la figura del Rey Lear, conectando la altura de la obra con la patriarcal grandeza de Lear. Pienso también en el comandante Adama de la serie Battlestar Galactica. Es un padre imperfecto, pero es un patriarca la mayoría de las veces justo y al servicio de sus hijos (los humanos sobrevivientes que deambulan por el espacio es busca del planeta Tierra). En fin; pienso que el padre es una imagen sobre la que queda mucha materia para reflexionar, con mucha complejidad y grises, y me sigue interesando muchísimo.
La coca y el socavón
Otro elemento que sorprende es la presencia de la cocaína ya en esa época.
La cocaína llegaba a través del puerto de Valparaíso, eso también lo investigué. En los 40 y 50 ya había coca, obviamente era muy cara y la consumían los pijes. Pero es una droga que siempre ha estado presente, y uno se pregunta cómo es posible que esa droga alimente los cientos de millones de dólares que le dan cuerda al narcotráfico si es tan antigua. Además de haberla consumido, me parece que es una droga muy misteriosa, en lo que provoca el efecto, que es un mega super ego; sana cualquier deficiencia emocional que uno tenga, te transformai en un tipo seguro, con energía, con una lucidez absoluta. Pero cuando pasa la euforia, al día siguiente es la resaca infernal, y eso lo provoca una droga prístina, casi transparente, brillante, limpia; provoca tanta adicción y es tan oscura. A mí siempre me provocó mucho misterio y es la única que he consumido.
La sangre y los cuchillos es la segunda publicación del escritor en 2020, luego de Diarios de abstinencia, la bitácora personal del año en que dejó el alcohol y la cocaína.
¿Podías escribir drogado?
Sí, bueno, tampoco es que fuera el Negro Piñera. Lo hacía en la noche, con un amigo, siempre había una excusa. Drogado se te ocurren cosas, después del bajón uno ve y no sirven. Hoy tampoco tomo.
El alcohol está muy relacionado con la coca, no?
Sí era una conexión inmediata. Me tomaba algo y me daban ganar de jalar. Era un team. Pero mi producción era inferior en calidad y cantidad a lo que hago ahora.
¿Qué te llevó a dejarlos?
Mi hija tenía 9 meses. Yo me juntaba a almorzar con un amigo y volvía como palo, borracho. No estaba escribiendo. Hasta que llegó un punto de crisis, o seguía en esa o cortaba todo. Y tomé esa decisión, con terapia y luego con pastillas. Queda un socavón cototo después de eso, porque la química del cuerpo está acostumbrada. Ya estoy bien, pero al igual que el demonio de la melancolía, el demonio del vicio siempre está ahí. No hay que obviarlo, hay que mirarlo de frente para espantarlo.
¿Qué te llevó a publicar tus diarios?
Una de las cosas era la oportunidad de publicar en una editorial que me gusta mucho (UDP). Y publicar algo distinto a Matadero. Yo siempre pienso en la carrera de los Beatles, guardando las siderales distancias. La grandeza de los Beatles es que en 9 años giraron de White album a Revolver o el Sgt. Pepper’s. Lo único que les importaba era ir cambiando, explorando, empujando su propio trabajo, y ese modelo me importa mucho.
¿Cómo reaccionó tu entorno?
Bien, pero mi mujer no lo quiere leer, y obviamente respeto esa decisión. No revelo nada muy terrible, pero aparece la relación de pareja. Fue un momento muy crítico, de mucha angustia, un torbellino de emociones, eso tenía un daño colateral en la relación con mi mujer y eso está presente en el diario.
¿Qué diarios de escritores han sido importantes para ti?
El diario de Tolstoi, ese fue el motivo por el que empecé a escribir diarios. Fue un cambio en mi vida, como cuando leí Los detectives salvajes. Me remeció y me pareció muy interesante la exploración de sí mismo que puede hacer uno. Los diarios de Alejandra Pizarnik, de Sylvia Plath, Los diarios de Emilio Renzi de Piglia. El diario me permite ir probando las prosa constantemente. Ahora dudo seriamente que vaya a publicar diarios nuevamente, pero los sigo escribiendo.
Volviendo al punto de inicio, ¿qué ha significado para ti descubrir el mundo en torno al Matadero?
Ha sido una exploración, una profundización llena de materia narrativa, pero también de elementos que tal vez podrían componer algo así como una “identidad chilena”. Lo escribo entre comillas porque, ¿quién podría tener la soberbia de determinar qué es nuestra identidad? No hay una, es difícil rastrearla, pero en este tiempo de trabajo y escritura creo haber detectado, por lo menos, algunas características del sujeto popular, proletario. Es algo totalmente opuesto al folclore, es mucho más complejo que eso, y me ha estimulado para continuar indagando en este mundo. Pero no es lo único que voy a hacer; me interesan otras cosas, otros temas, otras formas narrativas.
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