José Donoso: el pájaro escribe desde la trizadura
25 años se cumplen desde que el autor de Coronación dejara este mundo, el 7 de diciembre de 1996. En Culto, reunimos a escritores y especialistas para abordar la obra de uno de los narradores chilenos fundamentales del siglo XX, en su lado literario, pero también el humano.
La imagen se le quedó grabada al joven Alberto Fuguet. De alguna forma, era como toparse de frente con Elisa Grey de Ábalos, la nonagenaria y deschavetada anciana cuyos días postrada en cama se narran en Coronación. Solo que no se trataba de una obra teatral o de una película, era la realidad misma, puesto que el futuro autor de Tinta roja pisaba la casa del escritor José Donoso, su maestro.
“La primera vez que fui a su casa noté que en la entrada –en lo que parecía ser el garaje trasformado en una suerte de clínica/casa de hospicio– había una anciana muriéndose. Era la mamá de doña Pilar, su mujer. Todo me pareció muy donosiano”, recuerda Fuguet a Culto.
La muerte, el abandono, la fragilidad, la desesperanza en último término, fueron tópicos que José Donoso Yáñez usó de manera recurrente en sus creaciones. Su muerte, acontecida hace 25 años, el 7 de diciembre de 1996, da pie para volver a explorar una obra tan intensa como interesante.
Según informó ese día la agencia de noticias EFE, Donoso falleció “víctima de una dolencia digestiva que padecía desde hace años”. De hecho, en marzo de 1991 estuvo internado en la clínica de la UC por una úlcera. En la ocasión, se dio tiempo para conversar brevemente con el matutino LUN y sus palabras se publicaron en la edición del 14 de marzo de ese año. “Ya me siento mucho mejor. Lo terrible fue el miércoles”.
- ¿Qué le ocurrió?
- Estaba pensando y no me acuerdo, fíjese…
El año anterior venía de recibir el Premio Nacional de Literatura, aunque, en su estilo sufrido, señaló: “No lo he disfrutado mucho. He pagado algunas pocas deudas, no más”.
Alberto Fuguet aún recuerda cuando se enteró de la noticia. “El día que Don Pepe murió, se presentaba mi novela Tinta roja en la FILSA. Se suspendió. Lo reagendamos y rearmamos unas semanas en un restorán/bôite de la calle San Diego llamado Los braseros de Lucifer”.
“Fui a la misa en Providencia, a esa iglesia de la plaza Pedro de Valdivia. ¿Fue ahí? No asistí al funeral en Zapallar, no tenía auto. En enero, murió doña Pilar. A veces voy a su tumba que está al frente del mar”, añade el autor de Sudor.
Trizadura y una caja de pandora
En sus diarios, editados póstumamente por Ediciones UDP y que se titulan Diarios tempranos. Donoso in progress, 1950-1965, el autor de Casa de campo señala que para llegar a la escritura hay que tener un cierto tipo de herida. Como si fuese una necesidad sine qua non incluso antes de saber ubicar una coma.
“Si un escritor no tiene en sí las posibilidades de marginalización o una veta marginal, sino tiene una trizadura de algún tipo, no puede nunca llegar a ser escritor”, escribió Donoso. Dicho en simple, para escribir hay que sufrir.
Y más aún, esa trizadura Donoso no la encontraba ahí en su zona de confort, sino que en los márgenes, de ahí su fascinación con seres deformes, como lo muestra en El obsceno pájaro de la noche, o en los travestis y putas de El lugar sin límites. “Yo creo que una persona que es demasiado íntegramente parte de una clase social, estructurada, como son las clases sociales en Chile, esas personas no pueden realmente llegar a una grandeza literaria (…) La marginalización tiene que buscar una metáfora. Esa metáfora puede ser el chueco, el viejo, el niño, el marica de burdel, cualquier cosa. Esa trizadura de la que estoy hablando se identifica con esas personas”.
Quien editó esos diarios fue Cecilia García-Huidobro Mac Auliffe, académica de la Escuela de Literatura Creativa de la UDP, una referente en la obra de José Donoso en nuestro país. Editó la reedición de la Historia personal del boom y la del libro Jane Austen y la elegancia del pensamiento, la tesis que el escritor hizo en la U. De Princeton. A la hora de pensar la escritura y la obra del hombre de Coronación, opta por una definición concisa y al pie: “Una caja de pandora siempre en fuga”.
El escritor Rafael Gumucio es un reconocido seguidor del autor de Este domingo y al teléfono con Culto define de esta manera su obra: “Creo que José Donoso mezcla dos tradiciones chilenas encontradas: la de vanguardia, donde estaban Juan Emar y Vicente Huidobro; y el realismo social, que uno puede encontrar en Joaquín Edwards Bello o en Nicomedes Guzmán. A partir de eso, logra construir un retrato de Chile en que no excluye la fantasía, el sueño, el delirio sin dejar de estar pegado a la tierra”.
La académica María Laura Bocaz Leiva, profesora asociada en la Universidad de Mary Washington, en Virginia, Estados Unidos, ha estudiado la obra de José Donoso y publicó una edición crítica de El lugar sin límites, vía Ediciones UAH. Convocada por Culto para hablar sobre la escritura donosiana responde: “La escritura de Donoso es una escritura altamente cuidada, donde cada palabra, cada elemento que conforma el mundo narrado ha sido escogido con precisión”.
“En la prosa de este escritor cuyo centenario estaremos celebrando en diferentes partes del mundo el 2024, el tipo de narrador empleado para contar la historia, el orden en el que se presentan los hechos dentro de la ficción, es el producto de un oficio ejercido con tanto rigor, con tanta maestría, que el resultado es una joya verbal”, agrega Bocaz.
De hecho, un rasgo importante, y que se asocia a la mencionada tesis que Donoso hizo en su paso por la U. De Princeton (hoy disponible por Ediciones U. De Talca) es la influencia de la literatura anglosajona en su propio trabajo. “El manejo del inglés que tenía Donoso era formidable –señala María Laura Bocaz–. Podía leer, escribir y hablar sin ningún problema lo que le permitió prescindir de las traducciones y leer en su lengua original a Virginia Woolf, Jane Austin, Isak Dinesen, Emily Brontë, Oscar Wilde, Henry James, James Joyce, William Faulkner, Shakespeare, por solo nombrar algunos de sus favoritos”.
En ese aspecto, Bocaz también cita a los diarios y cuadernos de trabajo, la fibra más íntima de Donoso. “Es interesante también cómo en sus cuadernos de trabajo hay huellas de ese bilingüismo y de la influencia que la literatura anglosajona tuvo en su escritura. En esos cuadernos de trabajo que son una de las principales entradas a la cocina de la escritura donosiana, nos encontramos a menudo con comentarios de puño y letra en inglés”.
“Por ejemplo, en medio del proceso de escritura de El lugar sin límites, el que efectivamente fue breve, Donoso anota con un inusual optimismo: ‘This will certainly be one of the great stories of Latin America’ –explica Bocaz–. También lo podemos ver transcribiendo citas en inglés que posteriormente incorpora en sus ficciones sobre todo como epígrafes y títulos. Por ejemplo, durante el extenso y tortuoso proceso de escritura de El obsceno pájaro de la noche, una novela fascinante, ambiciosa y altamente compleja, nos encontramos con la transcripción de la carta que Henry James padre escribe a sus hijos William y Henry, texto que es posteriormente utilizado por Donoso como epígrafe de la novela y en el enigmático título.”
Cecilia García-Huidobro ubica una zona para encontrar la influencia anglosajona en José Donoso. “Yo creo que la literatura anglosajona a Donoso le cambió los bordes de la escritura o mejor dicho le dio licencia para desbordarse tanto en las estructuras como en el lenguaje”.
Mi amigo Carlos
Un hecho por el cual suele recordarse a José Donoso es por haber formado parte del llamado “Boom latinoamericano”, el mote que agrupó a diferentes autores en la década del 60. Él mismo publicó un libro donde se refería al grupo llamado Historia personal del “boom”. Ahí, atribuye gran parte de la fama de grupo a su amigo, el mexicano Carlos Fuentes.
“Carlos Fuentes ha sido uno de los factores precipitantes del ‘boom’; para bien o para mal, su nombre anda unido tanto con su realidad como con la leyenda de su mafia y farándula”, anotó Donoso en el citado libro.
Ambos se habían conocido siendo colegiales en el Grange School, puesto que el padre de Fuentes era diplomático en Santiago. Años después, se encontraron en 1962, en el Congreso de intelectuales organizado por la Universidad de Concepción. “Nos hicimos amigos. Hablaba inglés y francés a la perfección. Había leído todas las novelas –incluso a Henry James, cuyo nombre todavía no había sonado en las soledades de América del Sur–, y visto todos los cuadros, todas las películas en todas las capitales del mundo”, recordó Donoso.
El resto es conocido, la fama mundial para los nombres de la talla de García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar y el mismo Fuentes. Donoso suele ser mencionado un peldaño debajo de estos. Cecilia García-Huidobro considera que, de todos modos, el autor de El jardín de al lado tiene un merecido lugar.
“Como personaje puede que sea secundario en el reparto del boom, pero algunas de sus obras son claves en esa explosión novelística que se produjo en los sesenta en Latinoamérica. De hecho, probablemente algunos de sus títulos han sobrevivido y van a permanecer mejor que muchas obras de los autores más protagónicos del boom”.
Para García-Huidobro, sí existen similitudes de los libros que publicó José Donoso en esos años a los de sus afamados compañeros. “La gran renovación narrativa que supuso el ‘Boom’ fue la apuesta por la indagación sobre la novela escribiendo novelas, articuladas con libertad para experimentar con el punto de vista, echando mano a metáforas, saqueando a la cultura popular y especialmente a la poesía. Se apropiaron del potente registro que la poesía latinoamericana había conseguido, cuestión que no había alcanzado la novela. Ese es un común denominador entre ellos”.
“Eso no es histórico, es histérico”
Residió en España entre 1967 y 1980, antes había registrado pasos por Estados Unidos, Buenos Aires y México. Pero en 1980, José Donoso decidió regresar a nuestro país, donde vivió hasta su muerte. No solo siguió publicando libros como El jardín de al lado (1981), La desesperanza (1986) o su última novela en vida Donde van a morir los elefantes (1995), también comenzó a impartir un taller literario que daría frutos. Por ahí pasaron nombres como Gonzalo Contreras, Arturo Fontaine Talavera, Carlos Franz o Alberto Fuguet, quienes formaron la que se llamó “La nueva narrativa chilena”, de los 90.
Fuguet, un joven estudiante de periodismo por esos años, tuvo un conocido y recordado episodio debido a una diferencia de gustos con Donoso. “Bukowski fue mi autor de cabecera por unos años. Cuando ingresé al taller de Donoso, Don Pepe no sabía de su existencia. Esto provocó un clash y, cuando supo que no había leído a Dostoievski, me echó de su taller. Yo me defendí diciendo: “¿Cómo puede hacer talleres o creerse importante si no ha leído a Bukowski?”, cuenta.
“El taller que me tocó era gratis –recuerda Fuguet a Culto–. No sé si alguien del exterior le pagaba. No lo recuerdo. Pero era por invitación. Cuando Diamela Eltit votó por mí y salí segundo en el concurso de La Época, Donoso me llamó y me dijo: ‘Ven a verme y vemos si te dejo regresar’”.
-¿Y qué pasó?
-Me interrogó, me dijo: “Solamente aceptaré alumnos con proyectos de novelas, nada de cuentos, ¿te fijas?”. “Tengo una novela, es de época”, le dije, “ochentera”. A Donoso se le abrieron los ojos. “Me parece un período notable. ¿Es acerca de la Guerra del Pacífico?” “No”, le dije, “1980″. “Eso no es histórico, es histérico”, sentenció.
-¿Qué otros recuerdos tienes?
-Donoso nos trataba a todos como iguales y no lo éramos. Lo mejor del taller eran las risas de Fernando Sáez y sus comentarios medios camp/bitch ultra certeros. Donoso odiaba la prensa y cada entrevista lo dejaba agotado y expuesto.
Mi Donoso preferido
Como un ejercicio de amor a los libros, pedimos a nuestros entrevistados que nos comentaran cuál libro de Donoso creen que es una buena puerta de entrada a su obra.
Parte Rafael Gumucio: “Este Domingo y El lugar sin límites, son una buena puerta de entrada, también Veraneo y otros cuentos”.
Por su lado, María Laura Bocaz indica: “Creo que sus cuentos y Coronación. Aquí se concentra gran parte de los temas y motivos que conforman el universo de Donoso, tales como la identidad, la máscara, el disfraz, el retrato de una clase aristocrática en decadencia. Las relaciones de poder entre sexos, géneros y clases sociales; el deseo erótico y el sexo. La representación literaria del mundo infantil”.
Cecilia García-Huidobro se suma al coro y propone dos títulos. “Partir con El lugar sin límites, donde retrata las mayores trancas de nuestra idiosincrasia. Es breve, cautivante, y rabiosamente donosiana. Allí está la superposición de realidades que caracteriza su poética, el poder y las pulsiones que despliegan lo más obscuro de nosotros mismos. También recomiendo empezar por El jardín de al lado, tiene los ingredientes característicos de su obra y un guiño ‘camp’, la escribió en los años que estuvo obsesionado con eso”.
Alberto Fuguet señala su particular cariño por uno de sus libros: “Una de mis novelas favoritas suyas es La desesperanza. Quizás porque me siento parte de ella, porque la comenté. Le di mis opiniones. Positivas, claro. Don Pepe nos leyó mi capítulo favorito: cuando el protagonista se reencuentra con un examor y los pilla el toque de queda caminando por las frondosas calles de Providencia. Le pregunté qué era Ylang Ylang y me explicó que era una flor y siempre que le veo o huelo, pienso en Donoso”.
Rafael Gumucio ensaya una idea de por qué la obra de Donoso trascendió tanto. “El tiempo ha demostrado lo radical de su intento, siempre fue alguien menos revolucionario o políticamente comprometido que los otros, sin embargo, si uno lee su obra, es muy profética, muy dura, muy exigente”.
Para Cecilia García-Huidobro, su obra se engancha con la de autores de nuestro tiempo. “Donoso es un eslabón clave en la genealogía de la literatura chilena, una pieza que ensambla a predecesores como Droguett, Bombal, Juan Emar, o sea escrituras marginales respecto del canon, cargadas de perplejidad y de incomodidad. Conectado con esa tradición bastante invisibilizada, la obra de Donoso abrió compuertas en la novelística que dieron pie a experimentaciones posteriores como la obra de Diamela Eltit, o Lina Meruane o Matías Celedón para mencionar solo unos pocos”.
Fuguet rememora el lado más humano, justo en momentos en que su primer libro, Sobredosis, estaba siendo destrozado por el crítico de El Mercurio, el sacramental cura Ignacio Valente. “Cuando lo del cura y sus esbirros mercuriales me masacraron, Don Pepe me llamó y me dijo: ‘Sé que no me vas a creer, pero believe me: esto es lo mejor que te pudo haber pasado’”.
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