Jean Echenoz: “Me gusta explorar formas narrativas muy diversas y hacer apuestas desconocidas”
El reconocido escritor francés, autor de la formidable trilogía biográfica que integran Ravel, Relámpagos y Correr, habla de su nueva novela. Un extravagante relato de detectives con ecos de Buster Keaton titulado Vida de Gérard Fulmard.
En el inicio de la novela, un perno gigante atraviesa el cielo, rompe los vidrios de un lujoso edificio y mata a su dueño. Otras piezas metálicas caen en el entorno y destrozan un supermercado. Son los restos de un satélite soviético que llevaba 50 años en órbita y que impactan en el barrio de la Rue Erlanger, una calle de edificios elegantes de los años 30, próxima a la Torre Eiffel, que adquirió fama de maldita. En ella vive Gérard Fulmard, exasistente en una línea área, quien perdió el trabajo por una “infracción” y ahora busca reciclarse. Por lo pronto, el colapso del satélite alivia momentáneamente su economía: el perno gigante mató al dueño del departamento donde vive, “víctima de la tecnología soviética”, y Fulmard acaricia la idea de evadir el pago del arriendo.
Después de dedicar una trilogía narrativa a personalidades excepcionales, Ravel, Emile Zatopek y Nicola Tesla, el francés Jean Echenoz le entrega el protagonismo de su nueva novela a un personaje más bien opaco, eventualmente mediocre y abiertamente fracasado. Él mismo se describe así en las página de la novela: “Estatura por debajo de la media y peso por encima, fisonomía desangelada, estudios limitados a un título de bachillerato elemental, vida social e ingresos frisando la nada, familia reducida ya a nadie, dispongo de muy escasos atributos y pocos atractivos o medios”.
Vida de Gérard Fulmard, la nueva novela del autor de Ravel, Correr y Relámpagos, presenta la historia de un personaje que convive con la torpeza, escaso de luces y perseguido por el infortunio, que se verá involucrado en una disparatada trama de mentiras, traiciones y bajezas políticas.
Nacido en Orange en 1948, Echenoz recibió en 1988 el Premio Gutenberg a la “mayor esperanza de la literatura francesa”. Un título que de algún modo ha confirmado a lo largo de 18 libros, distinguidos con numerosos galardones, entre ellos el Médici, el Premio Europa y, el más importante, el Goncourt por Me voy. Pero Echenoz observa estos reconocimientos con cierto desapego. “Son cosas externas, es lindo, pero no cambia mucho en mi vida diaria”, afirma.
Con una distancia similar parece abordar su obra literaria. Si bien la trilogía biográfica le reportó éxito de crítica y lectores, y Correr (el libro sobre Zatopek) es su título más popular, Echenoz decidió alejarse de la no ficción. No quería repetirse. Así en 2017 dio forma a Enviada especial, una farsa de las novelas de espionaje ambientada en Corea del Norte.
Desde sus inicios Echenoz ha jugado con los géneros literarios y ahora, en Vida de Gérard Fulmard, utiliza los códigos del thriller y de la novela de detectives para torcerlos y ofrecer un policial extravagante: un relato salpicado de humor, a veces paródico, que ofrece también una mirada corrosiva sobre el mundo del poder y la política.
En su búsqueda de reinvención, Gérard Fulmard instala una agencia de detectives. No sabe nada del asunto y confía haber visto suficientes películas sobre el tema, pero eventualmente tiene menos competencia que el Inspector Clousseau.
De cualquier modo, y aunque no sea precisamente brillante, la estatura moral de Fulmard es superior a la de los personajes que se cruzan en su camino. Como era previsible, sus primeros casos -algunas búsquedas en torno al barrio donde vive- son un fiasco. Decepcionado, camina al borde del río Sena y piensa retirarse, pero entonces recibe una oportunidad: su terapeuta, al que debe asistir regularmente tras ser expulsado de la línea aérea, lo pone en contacto con un caso que remece a Francia: la desaparición de la secretaria general de la Federación Popular Independiente (FPI), un partido de extrema derecha.
A Fulmard le encargarán vigilar a algunos personeros, entre ellos al fundador de FPI, ya retirado, casado con la mujer desaparecida, un cliente habitual de prostíbulos y que suele espiar las fotos ligeras de ropa de su hijastra. Por la novela transitan también una serie de personajes que suelen rondar las cúpulas: abogados, asesores, asistentes, así como el terapeuta de Fulmard. Con su estilo vagamente despistado, el detective será testigo de mentiras, fraudes y traiciones.
Narrada con gran economía de medios y certero sentido visual, Echenoz propone un viaje que tiene ecos de Racine y de Marcel Schwob, que encierra sorpresas y que es rico en detalles y sutilezas. Si la novela abre con la eclosión de un vetusto satélite ruso, cierra con la imagen de ligeros copos de nieve que caen sobre el rostro de Fulmard.
Su trilogía de novelas sobre Ravel, Zatopek y Tesla presenta vidas reales a partir de la ficción. En Vida de Gérard Fulmard presenta una vida ficticia como si fuera real. ¿Podría leerse como el ejercicio inverso?
Esto puede deberse a que esta novela está escrita en primera persona, como si el personaje de Fulmard fuera el narrador. Quería que primero contara su historia, dejándome la libertad de intervenir y comentar lo que le está pasando. Pero este libro no tiene nada que ver, ni siquiera en forma invertida, con las tres vidas imaginarias de las que me hablas y que había escrito hace unos años; es una perspectiva diferente.
En esta novela usa las herramientas del crimen o el thriller, pero de una manera poco convencional. ¿Qué le interesa del género?
Mis primeros libros usaban a menudo el género de suspenso y quería volver a un juego sobre este género. Es un motor narrativo que me gusta y que me parece una forma de tragedia moderna. Pero en este libro quería usar esta forma de manera diferente. Primero está construido, entre otras cosas, sobre el esquema de una tragedia clásica (Phèdre de Racine) cuyo escenario reproduje desviándolo de varias maneras, por ejemplo, invirtiendo el sexo de los personajes. Se podría decir que Fulmard está presenciando una versión contemporánea de esta obra, en la que es convocado y obligado a intervenir.
Además de las novelas policiales, usted ha explorado las novelas de aventuras y espías. ¿Cuál es el motivo de esta investigación de su parte?
Las ganas, sin duda, de ver cómo podía abordar diferentes géneros. La novela policíaca, a menudo novelas de aventuras y espionaje, pero también las formas de la fantasía, anticipación, cine de desastres o narrativa más o menos biográfica. Me gusta la idea de explorar formas muy diversas. Ver qué puedo hacer con ellas y encontrarme cada vez en una nueva problemática, en apuestas desconocidas.
Gérard Fulmard es una persona como todas las demás, dice él mismo, solo que “menos”: más bajo que la media y con más sobrepeso, fracasado y solitario, ingenuo, una especie de antihéroe. ¿Cuál es el atractivo literario del fracaso o el antihéroe para usted?
Digamos que los personajes positivos me aburren un poco, en general. Pero en esta novela en particular, quise desarrollar un personaje corriente, más bien mediocre, alejado de una vida aventurera, e inmerso a su pesar en un drama. Pero también quería que los otros actores de este drama no fueran mejores que él, aunque vinieran de otro mundo. El de la política parecía prestarse bastante bien a este proyecto.
Sin ser abiertamente cómica, la novela tiene humor e ironía, una ironía algo melancólica que a veces recuerda a Buster Keaton. ¿Le interesaron las películas de Buster Keaton?
Siempre me pongo a distancia de las historias que cuento, lo que inevitablemente produce efectos lúdicos e irónicos. Pero no me gusta la idea de una risa demasiado demostrativa. La referencia a Buster Keaton es muy valiosa para mí, sabes que Keaton nunca sonríe. Dicho esto, hay una forma de pureza, casi santidad en Keaton, que está deliberadamente ausente de esta novela. Ella no habría encontrado su lugar allí.
De igual forma, la impronta de Hitchcock parece asomar en la construcción de la trama y de ciertas escenas. ¿Ha influido el cine de Hitchcock en su forma de contar historias?
En general, tengo la impresión de que el cine me enseñó mucho sobre la construcción de una novela. Siempre he intentado trasladar a la novela elementos de su gramática, de sus ritmos y de su retórica: movimientos de cámara, montaje, etc. Y entre los cineastas que han significado mucho para mí, Alfred Hitchcock está obviamente en primer plano.
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