El resplandor de la guillotina: un relato de Jaime Bayly
Barclays también ha hecho televisión, o la ha perpetrado, según cómo se mire, en otras ciudades de América: en Santo Domingo, cinco largos años, cuando era muy joven y adicto a ciertas drogas; en Buenos Aires, en el canal 9, entrevistando a grandes personajes argentinos; en Santiago de Chile, en TVN, como conductor de un programa de entretenimiento junto a un gran animador chileno, Felipe Camiroaga, que murió en un accidente de aviación.
Barclays se dejó maquillar, se anudó una corbata y se sentó frente a una cámara de televisión por primera vez en su vida en 1983, en el canal más poderoso de Lima, Perú. Así debutó en la televisión. Tenía dieciocho años. Hablaba de política con aires de sabiondo.
Cuarenta años después, en 2023, Barclays se maquilla, se anuda una corbata y se sienta todavía frente a una cámara de televisión, en un canal influyente de Miami, Florida. Tiene cincuenta y ocho años. Sigue hablando de política con aires de sabiondo, de sabelotodo, de sumo pontífice o predicador.
Han pasado cuarenta años y al tonto de Barclays no se le ha ocurrido otra cosa que salir en televisión para ganarse la vida, lo que le permite pagar las abultadas cuentas familiares, pues con las regalías de sus libros a duras penas le alcanzaría para pagar la cuenta de la luz, pero no la del teléfono.
En esos cuarenta años de guerras y guerrillas, Barclays ha hecho televisión en América, siempre en América, principalmente en Lima y en Miami, las ciudades capitales de su vida.
En Lima sus programas se han emitido en los canales importantes y el éxito no les ha sido esquivo. De todos los programas que hizo en aquella ciudad, el mejor o el menos malo fue “El Francotirador”, difundido por el canal 2 durante años. Luego lo despidieron por tener demasiado éxito, demasiado poder.
En Miami ha dirigido programas para varios canales: canal Sur, CBS en español, Telemundo y Mega. En esta última estación dirige y presenta hace más de quince años un programa que lleva su nombre, acaso el mejor o el menos malo de cuantos ha hecho en esa ciudad. Durante muchos años, hacía ese programa político en Miami de lunes a viernes y viajaba a Lima los fines de semana, donde presentaba un programa los domingos.
Barclays también ha hecho televisión, o la ha perpetrado, según cómo se mire, en otras ciudades de América: en Santo Domingo, cinco largos años, cuando era muy joven y adicto a ciertas drogas; en Buenos Aires, en el canal 9, entrevistando a grandes personajes argentinos; en Santiago de Chile, en TVN, como conductor de un programa de entretenimiento junto a un gran animador chileno, Felipe Camiroaga, que murió en un accidente de aviación; en Bogotá, donde hacía un programa político para el canal NTN; y en Guayaquil, grabando entrevistas con figurones locales para Teleamazonas. Es decir que Barclays tiene amplio millaje en aviones y horas de televisión en los canales de América.
Ahora mismo Barclays estima que hace el mejor programa en sus cuarenta años de carrera, o el menos malo: de lunes a viernes, en el canal Mega de Miami, un programa político que, con toda impudicia, lleva su nombre, “Barclays”. Comenzó a hacerlo cuando se fundó dicho canal, allá por 2006. Sigue haciéndolo todas las noches. Lo disfruta. Ya no hace entrevistas. Dejó de hacerlas con la pandemia. Dejó de invitar público al estudio. Ahora presenta breves videos de noticias (generalmente políticos hablando, diciendo memeces) y los comenta con enfado o enojo, con espíritu risueño o lúdico, en tono sarcástico o socarrón, levantando la voz, gritando, o riéndose de lo bobos, chatos, bastos, tontorrones, que son los políticos de aquí y de allá, de todas partes.
Sin embargo, el futuro de Barclays en la televisión es incierto.
A pesar de que su programa registra a menudo los mejores índices de audiencia del canal y deja ganancias netas, se ha anunciado recientemente que el canal Mega, fundado por empresarios que poseen una cadena de radios de español en los Estados Unidos, ha sido vendido. Según ha filtrado la prensa, los nuevos dueños del canal son empresarios tejanos de derechas, religiosos, conservadores, cercanos al Partido Republicano.
Barclays no conoce a los nuevos dueños. No sabe si cambiarán toda la programación, o solo aquella que no funciona. No sabe si prescindirán de todos los programas que ahora se emiten en el canal, para lanzar unos espacios nuevos, que reflejen la remozada identidad del canal. No sabe, en buena cuenta, si seguirá en antena, presentando su programa, o será despedido. Tendrá que esperar pacientemente a que le digan si desean o no contar con sus servicios. Está en una posición vulnerable, precaria: es solo un empleado, o en el mejor de los casos “un talento” (y esto es debatible, desde luego), pero los dueños mandan, los jefes deciden, así funcionan las cosas cuando hay libertad de empresa, una libertad en la que Barclays ha creído siempre.
Así las cosas, Barclays está mentalmente preparado para que lo despidan. ¿Por qué habrían de despedirlo, si su programa, mal que mal, ha tenido cierto éxito los últimos quince años o más? Porque Barclays es de derechas, pero no es conservador, no es religioso, no es cercano al Partido Republicano ni desea serlo. Barclays es de derechas, pero liberal o libertario, y lo único que tiene de conservador es que desea conservar su programa de televisión y el dinero que tiene en el banco: en eso, es sumamente conservador, a no dudarlo. Más aún, no es religioso, se considera agnóstico, no se atreve a afirmar ni a negar la existencia de Dios, y piensa que las creencias religiosas de una persona pertenecen al ámbito de su intimidad. Finalmente, no es cercano al Partido Republicano, ni a ningún líder de ese partido, así como tampoco es cercano al Partido Demócrata, ni a ningún líder de ese partido: Barclays es un periodista independiente y atesora su libertad de opinión como su capital más preciado, más valioso. Por tanto, cree que, como periodista independiente, debe criticar a los republicanos y a los demócratas. Noche tras noche, se permite la espléndida libertad de criticar a Biden y a Trump por igual. Si lo apuran, considera que el escenario ideal sería que ninguno de los dos postulase a la presidencia en 2024. Si ambos se enfrentasen, no sería improbable que ganase Trump, pues Biden está ya muy mayor para seguir gobernando cuatro años más. Barclays espera que los demócratas designen a un candidato que no sea Biden y los republicanos a uno que no sea Trump.
Si los nuevos dueños del canal le exigen que apoye con fervor militante al partido Republicano, Barclays tendrá que renunciar. Si le piden que no critique a Trump, tendrá que dimitir. Si le ordenan que defienda una visión religiosa del mundo contrapuesta a sus ideas sobre la libertad individual, tendrá que dar un paso al costado. A estas alturas de su vida, con cuarenta años de televisión a sus espaldas, Barclays no podría convertirse en un conservador, un religioso, un republicano, un fanático de Trump. Si tan solo intentase esas piruetas, esas acrobacias, se sentiría un embustero, un farsante, el hombre más falso y mercenario del mundo.
Barclays es de derechas libertarias y sospecha que seguirá siéndolo. Cree en la democracia, el capitalismo, el libre mercado. Cree que el gobierno no soluciona los problemas: el gobierno es el problema. Cree que cuanto más pequeño y austero sea el Estado, y menos se entrometa en la vida de los ciudadanos, tanto mejor. Cree que la riqueza deben crearla los individuos, los emprendedores, no el Estado. Cree que cuanto más bajos sean los impuestos, y más acotado el gasto público, tanto mejor. Cree en la libertad de cultos, la libertad religiosa: ninguna confesión religiosa debe recibir dineros públicos, ninguna debe imponer su agenda moral a los gobiernos civiles, el Estado debe estar separado de las religiones y, por tanto, ser laico. Cree que cuanta más libertad tengan los individuos para decidir sobre su futuro, sus finanzas y sus sueños, más prosperidad y felicidad alcanzarán esos individuos y, por consiguiente, las sociedades en las que ellos viven.
Además, Barclays piensa que el buen periodista debe estar siempre en la orilla contraria al poder. El buen periodista hace entrevistas aguerridas, formula preguntas hostiles, vierte críticas corrosivas. El buen periodista no está para aplaudir dócilmente, sino para vigilar, cuestionar y criticar. El buen periodista se debe a la verdad, y por tanto le toca denunciar a quienes tuercen o desfiguran la verdad, sean políticos de izquierda, de centro, o de derecha. El buen periodista no debe caer en las trampas de la vanidad, en las emboscadas del ego, una bestia salvaje a la que conviene enjaular: no debe aspirar a ser congresista o senador, ministro o embajador, no debe recibir favores de los políticos de turno. El buen periodista debe ser incorruptible, insobornable, indoblegable. El buen periodista puede equivocarse, y a buen seguro va a equivocarse, pero sus errores deben ser honestos, de buena fe. Si un periodista se inscribe en un partido político, o aspira a un cargo político, o usa su tribuna para apoyar incondicionalmente a un político profesional, estaría traicionado su compromiso ético con la verdad, la honestidad, la independencia.
Así las cosas, pasará lo que tenga que pasar. Barclays seguirá siendo un escritor de derechas liberales, libertarias, laicas, agnósticas, y en ningún caso se convertirá en títere o marioneta de nadie: ni del partido Republicano, ni del partido Demócrata, ni de ningún político en el poder o en la oposición. El compromiso de Barclays es con la libertad de opinión, la independencia periodística, el respeto a la verdad. Nunca ha vendido ni alquilado sus opiniones, y ya está muy mayor para venderse o alquilarse: las televisiones siempre le han pagado para que diga exactamente, sin imposturas, lo que le sale de la cabeza y el corazón. Si los nuevos dueños le exigen que sea conservador, religioso, republicano, defensor a ultranza de Trump, no le quedará más remedio que retirarse del canal de televisión donde más feliz ha sido en cuarenta años de vida pública.
Barclays ve a lo lejos el resplandor de la guillotina y teme ser decapitado. Sin embargo, como los gatos, puede que tenga siete vidas.
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