Pedro Videla, la trágica historia del cirujano muerto por un cañonazo del Huáscar (y fue enterrado con un anillo)
El joven cirujano de la goleta Covadonga fue uno de los caídos el 21 de mayo de 1879, en una acción que tuvo de tragedia e infortunio. Había terminado sus estudios apenas dos meses antes y se había enlistado en la marina, donde hizo notar las precarias condiciones de equipamiento para llevar adelante su labor médica. Acá una historia de un personaje poco conocido ante los nombres más capitales de Prat y Condell.
“Covadonga recaló a Tocopilla haciendo mucha agua, he citado mucha jente i mandado a bordo operarios a achicar bombas. Creo salvará. Hai tres muertos, entre ellos el doctor Videla, i cien heridos [sic]”, anunciaba el lacónico telegrama enviado desde Antofagasta por el general en jefe del Ejército, Justo Arteaga y publicado en los periódicos de la capital el día 25 de mayo de 1879. Se conocían las primeras noticias de lo que había ocurrido en Iquique y en Punta Gruesa en los inicios de la Guerra del Pacífico.
Nacido en Andacollo en 1854, Pedro Regalado Segundo Videla había sido uno de los jóvenes que, sorprendido ante el estallido de la guerra que enfrentaba a Chile contra sus vecinos, el Perú y Bolivia, se había enlistado para ofrecer sus servicios como médico. Pasó sin escalas de las aulas a los buques, pues había finalizado sus estudios en la Universidad de Chile, en marzo de 1879 y tras aprobarse su memoria de título sobre el tratamiento de la rabia, se le concedió el grado de Licenciado en Medicina.
Videla estaba listo para recibir el título de médico en la ceremonia de juramento ante el Claustro Pleno de la Universidad, fijada para el 14 de abril de ese mismo año. Pero no ocurrió. El inicio de las hostilidades lo motivó a presentarse en la Armada donde fue enganchado como cirujano 1° para la goleta Covadonga, entonces al mando del capitán Arturo Prat Chacón.
Ahí fue embarcado rumbo a Iquique, donde el día 16 de mayo, el almirante Juan Williams Rebolledo hizo algunos cambios en los mandos; Prat pasaba a la Esmeralda, Carlos Condell a la Covadonga y ambos buque se quedarían a cargo de mantener el bloqueo al entonces puerto peruano, mientras la escuadra se hacía a la mar para intentar sorprender a la escuadra del Perú en el Callao. La historia es conocida; los buques peruanos zarparon casi al mismo tiempo, ambas escuadras se cruzaron sin verse y una vez en su destino, Williams entendió que el enemigo no estaba y había dejado su retaguardia expuesta peligrosamente. Un chasco enorme.
Mientras, tal como otros oficiales, Videla mataba el tiempo entre los ejercicios navales y la escritura de cartas para amigos, familiares y allegados. “En sus cartas fechadas en Iquique el 16 y 17 de mayo de 1879, dirigidas a su compañero de curso don Juan J. Barriga y a su profesor de Medicina don Wenceslao Díaz, describe sus impresiones como médico embarcado, relata su viaje de Valparaíso a Iquique con otros buques de la escuadra, habla de su comandante y compañeros de cámara y hace interesantes observaciones relativas a sus primeros días como oficial de Marina”, detalla la semblanza sobre el médico, escrito por el historiador naval y contraalmirante Alfonso López McCabe.
En sus cartas, Videla anotó una observación sobre el material que disponía para su labor como médico. Un detalle que sería importante más tarde. “Refiere la falta de instrumental quirúrgico y de otros elementos terapéuticos de que adolecen los buques que integran la escuadra bloqueadora (...) Cuenta por su parte que dispone de pocos medios en su buque, le falta un aparato de Esmarch, que tiene un solo torniquete, sólo 500 gr. de cloroformo y que no tiene pinzas para la extracción de balas”.
El Cirujano Videla muere en combate
Se sabe lo que ocurrió la mañana del 21 de mayo. Los vigías de las viejas naves de madera chilenas alertaron la presencia de dos humos al norte, los blindados Huáscar e Independencia. El capitán Prat lanzó su famosa arenga y junto a la Covadonga iniciaron el fuego contra el primero, el que respondió, mientras se sumaba el segundo. Pasado una hora, aún no ocurría nada decisivo, pero la suerte comenzaría a cambiar.
La Esmeralda sufrió la ruptura de una caldera, lo que obligó a Prat a acercarse lo que más pudo a la playa, cosa de obligar al Huáscar a disparar por elevación. Mientras, Condell, debió tomar una decisión. “Vista la superioridad del enemigo, así como también la treintena de botes que se destacaban de la playa en ausilio de nuestros enemigos, i comprendiendo que por mas esfuerzos que hicié ramos dentro del puerto nos era difícil, sino imposible, vencer o escapar a un enemigo diez veces mas poderoso que nosotros, resolví poner proa al sur, acercándome lo mas posible a tierra [sic]”, detalla en su parte del combate.
En ese momento del lance, el cirujano Pedro Videla se encontraba en cubierta observando los movimientos de los buques. A eso de las 9.00 de la mañana decidió descender al entrepuente donde estaba instalada la enfermería de combate. Fue entonces que el Huáscar disparó un proyectil en dirección a la Covadonga que la atravesó de banda a banda.
Videla se aprestaba a bajar a la enfermería ayudado por un guardiamarina y un marinero que lo sostenía desde abajo. La fatalidad lo encontró justo en el camino del proyectil lanzado desde el monitor peruano. Este le rebanó los pies y mató al otro marinero que estaba apoyando la labor.
De inmediato fue llevado a la enfermería y luego a su camarote, mientras se desangraba por las heridas. “Intenta dar instrucciones a sus asistentes, para que procuren cohibir la hemorragia que lo desangra, pero los intentos que éstos realizan resultan todos infructuosos”, apunta Alfonso López McCabe.
El cirujano tuvo la mala fortuna de que no hubiera a bordo otro colega con su misma preparación para atender de manera correcta sus lesiones. Para darle ánimo, sus compañeros le iban informando de lo que ocurría en el combate: la jugada audaz de Condell para acercarse a los bajos de Punta Gruesa adonde la persiguió la fragata blindada Independencia y luego encalló. El golpe de fortuna le dio la posibilidad a la Covadonga de atacar a su poderoso adversario y batirlo sin problemas.
Sintiendo que se le iba la vida, Videla manifestó sus últimos deseos a sus compañeros que lo rodeaban. “Digan a mi madre, que mi último pensamiento ha sido para ella y entiérrenme con el anillo que llevo puesto en mi dedo”. detalla López McCabe. Según este, el mentado anillo tenía una historia. “Era su argolla de compromiso con la señorita María Mercedes Videla, prima suya, fallecida pocos meses antes en Bolivia, donde su padre desempeñaba un cargo diplomático en representación de nuestro gobierno”.
Mientras en cubierta la tripulación de la Covadonga celebraba la inesperada victoria sobre la Independencia, Videla entraba en agonía. Murió, según algunas versiones documentadas, cerca de las 19.00 horas de ese mismo 21 de mayo. Su cadáver fue bajado en Tocopilla, adonde arribó la goleta esa noche tras evadir la persecusión del Huáscar. Días después fue enterrado en el cementerio de La Serena. Años más tarde, en 1920, sus cenizas fueron trasladadas al Monumento a los Héroes de Iquique, en Valparaíso.
“Se notaba en su rostro pálido i moreno tal aire de simpática melancolía, que convidaba al aprecio i a la amistad. Franco, vivo, caballeresco, su trato era agradable e instructivo, i su porte arrogante i delgado, transformóse en el de un esperimentado guardiamarina cuando vistió el galoneado uniforme de cirujano de la armada [sic]”, detalló la semblanza sobre Pedro Videla, en el estilo de la época, publicada en la prensa. Efectivamente, en los días posteriores a lo ocurrido cuando se conocieron los hechos en mayor detalle, los periódicos publicaron breves perfiles de los protagonistas de los combates y ya se comenzaba a pedir un monumento para ellos.
La muerte de Videla también fue apuntada en el parte oficial del capitán Carlos Condell, quien alcanzó a bajar a verlo a su camarote mientras respiraba su último aliento. “Terminaré este parte lamentando la pérdida de nuestro compañero el doctor don Pedro R. 2.° Videla, que dejó de existir horas después del combate a consecuencia de una bala que le llevo los dos pies; i en el equipaje, la muerte del grumete Blas 2. Tellez i del mozo Felipe Ojeda. Hubo cinco heridos, pero no graves, entre los cuales se cuenta el contador del buque, que recibió dos balazos”.
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