Mordaces y ruidosos: el teatro político de La Re-Sentida cumple 10 años
La compañía liderada por Marco Layera celebra su primera década con una retrospectiva con tres de sus obras en Matucana 100, desde el 3 de octubre.
Alguien debía aguarles la fiesta. Faltaban aún dos años para el Bicentenario patrio de 2010, pero el exceso de fervor y de ansiedad en la clase política chilena tenían la futura celebración a la vuelta de la esquina. Pero en opinión de un grupo de cinco jóvenes actores de distintas escuelas de teatro, no había mucho que festejar. Eso los motivó a reunirse en las calles de Valparaíso en mitad de 2008. Se hicieron llamar La Re-Sentida, y 10 años después son una de las compañías más aplaudidas de la escena teatral chilena del nuevo siglo.
Su estilo gusta y disgusta: ácidos, estridentes y medularmente incorrectos, así y todo sus obras han pisado algunos escenarios europeos, como el Festival de Avignon y la HAU de Berlín. Este año debutaron también en el Festival Internacional de Teatro de Buenos Aires (Fiba), y en noviembre lo harán en los Teatros del Canal de Madrid. Integrada por Nicolás Herrera, Carolina Palacios, Benjamín Westfall, Pedro Muñoz y Marco Layera, la agrupación celebrará su primera década con una retrospectiva en Matucana 100, donde tres de sus montajes volverán a escena entre el 3 y 21 de octubre.
Ambientada en un futuro cada vez más próximo, primero lo hará Tratando de hacer una obra que cambie el mundo (2010): allí, un grupo de artistas de izquierda encerrado en un sótano intenta crear una obra que revolucione las conciencias, mientras en la superficie la derecha parece haber aliviado los problemas de la sociedad.
Después será el turno de La imaginación del futuro (2013). Ganadora del Altazor en 2014, la pieza sube a escena a un agobiado Salvador Allende, encarnado por el actor José Soza. Confundido y hastiado ante la presencia de sus asesores, el presidente se ve obligado a replantear su último y célebre discurso, a pocas horas del golpe de Estado de 1973.
La dictadura de lo cool, su último obra de 2016, cerrará el ciclo. Todo ocurre la noche de un 1 de mayo: mientras en las calles hay protestas y desmanes, un grupo de amigos ligados a la elite intelectual y cultural chilena se reúne para celebrar al nuevo ministro de Cultura. Este último decide, sin embargo, boicotear la fiesta y convertirla en una brutal pesadilla.
"Tenemos la suerte de que nuestras obras tengan larga vida", dice Layera (40), líder, autor y director de las obras del grupo. "Diez años atrás las voces oficiales querían celebrar a un país integrado, justo, diverso y democrático, pero sentíamos un resentimiento y una rabia que aún nos invade, aunque en otro contexto. Vivíamos en un país que nos dolía, y quisimos opacar ese cumpleaños y dar la otra mirada de esta nación injusta, violenta y grosera. Ahí nació nuestra visión crítica de la transición y las utopías. En estos 10 años, creo, hemos sido los peores embajadores de lo que llaman la imagen país".
¿De qué sirven el teatro y el arte en tiempos de crisis?, es una de las preguntas que atraviesa el trabajo de La Re-Sentida. "Intentamos hacerles callejones sin salida al público y tenderles trampas", comenta el director. "Quizás eso explique por qué mucha de la gente que va a ver nuestras obras se salga en mitad de la función o nos reviente en redes sociales. Varias veces nos dijeron que el teatro no se hacía así, y por lo visto estaban equivocados", agrega.
Layera, quien además este año dirigió su primera obra al margen del grupo, Paisajes para no colorear (que en enero volverá al GAM), resalta el trabajo de las compañías más jóvenes: "Me gustan mucho el Colectivo Zoológico, Perro Muerto y La Niña Horrible. Son interesantes y comprometidos con el país y nuestra sociedad, además de trabajar colectivamente. Es un teatro ligado a la política, no político y en un país que sigue fracturado por los mismos temas, pero que hoy están en la agenda pública y se discuten".
De nuevos proyectos ni hablar, dice el director. "Nos encerraremos a trabajar recién a mediados del próximo año", cuenta, y recalca la precariedad habitual con la que deben convivir las compañías de teatro chilenas: "Aquí no existen espacios de creación ni visibilización para los grupos, ni teatros que abran sus puertas a los cabros más jóvenes o de regiones. Eso se arrastra hace años. Si una compañía quiere sobrevivir, lo único que resta hacer es insistir, insistir e insistir", concluye.
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