Así es la capital ondera de Nueva Zelanda

<P>Para Wellington, ser una ciudad atractiva y cool es toda una consigna. Y si bien su clima es algo duro y el viento a veces corre en contra, sus dimensiones a escala humana, su geografía privilegiada y, por supuesto, su importante población universitaria han sido claves para consolidarla como el corazón cultural del Pacífico. </P>




ES CASI imposible encontrar un lugar donde comprar un paraguas en Wellington. Una contrariedad que confunde a cualquiera, en una ciudad que jamás ha pasado por una sequía. Pero aquí todos saben que más vale ahorrarse la compra del objeto y dar por hecho que éste nunca va a durar más que una tarde.

Corre tanto viento en la capital neozelandesa y corre tan a menudo, que la ciudad se ganó el título de "Windy Welly" (Welly ventosa), por poseer un clima que deja en ridículo a quien pretenda usar el mencionado artefacto para protegerse de la lluvia.

Pero a pesar de su horrible fama meteorológica, Wellington se sabe linda y la verdad es que a ella -y a quienes la habitan- poco les importan las críticas y, viento en contra o a favor, le saben sacar el jugo como una de las pocas áreas urbanas de Nueva Zelanda que realmente vale la pena visitar y disfrutar.

Porque aclaremos el punto: Nueva Zelanda debe ser uno de los lugares más lindos del mundo en materia de paisajes naturales, en donde el 30% del territorio de las dos islas que componen al país está protegido como zona de conservación y en donde es más fácil encontrar una ruta donde hacer trekking o una zona donde acampar, que una estación de bencina. Pero es en sus ciudades, donde la tierra en que se grabó toda la saga de El Señor de los Anillos queda al debe, salvo claro, por su honrosa excepción capitalina.

En 2011 fue la propia Lonely Planet la que se dio cuenta de los encantos de la ciudad y decidió nombrarla como la "capital pequeña más cool del mundo", y eso es mucho decir para una ciudad que cuenta con algo más de 180.000 habitantes y que además era dueña de ese maldito karma climático. Con la seguridad dada entonces por la guía turística, Wellington parece haberse reinventado y hoy dejó el complejo del tamaño de lado, mostrándose orgullosa y estilosa.

Y eso de que el tamaño no importa es cierto en este caso. Es un agrado poder caminarla de punta a cabo, haciéndola perfecta para recorrer incluso en un solo día. Por lo mismo es una estupenda parada para las rutas de cruceros que no han dudado en incluir su puerto como visita obligada en las travesías que recorren Oceanía y las islas del Pacífico. También es un destino que atrae a parte importante de los más de ocho millones de amantes de la naturaleza que visitan el país anualmente.

Un paseo obligado en Wellington parte por el Museo Nacional de Nueva Zelanda, el Te Papa -"nuestro lugar" en lengua maorí-, de arquitectura ultramoderna que cuenta con una muestra estable, gratuita e interactiva de la flora y fauna local, de su composición geológica y de la historia de sus ancestros maoríes. Todo esto es muy importante para entender un poco más del espíritu kiwi, de su pasión por la preservación, de su respeto por la cultura aborigen y de su dramática formación geológica que nos hace competencia en materia de desastres naturales.

Y después de esta primera impresión introductoria, vamos a lo que esta ciudad realmente le interesa mostrar: su lado ondero y alternativo. Su faceta hipster, por muy odioso que pueda parecer el concepto, aquí se da de manera natural, impulsado por una mayoritaria población universitaria que resta varios años y da color a una ciudad que de primera impresión muestra ese aire anglosajón serio y formal.

Para encontrar esto, una vez más hay que fijarse en el aspecto climático: si llueve y corre viento (que es lo común), se encontrará puertas adentro, en uno de los tantos cafés que abundan en Cuba Street y sus alrededores. Aquí la adicción a la cafeína compite codo a codo con la pasión por la cerveza; por lo tanto, si es de día, los cafés van a estar siempre llenos y en las tardes, los bares contiguos harán lo suyo. De lunes a lunes.

La música en vivo es el plus de todos estos locales, gracias a la Escuela de Arte y Música de la Universidad de Victoria, verdadero semillero de talentos callejeros. Por eso es común ver bandas tocando en algún local y, si no es ahí, será en la vereda o en el paradero de micros.

Ahora si el buen clima sonríe, Wellington toma un color y un ánimo diferentes. De fiesta y de pasarela de moda. Las mesas de los cafés salen a la calle, la gente sale a trabajar a la calle aprovechando el wi-fi gratuito, gentil auspicio del municipio, y los parques se llenan a la hora de almuerzo. La gente corre a tomar sol a la playa de Oriental Bay, que queda al final del perfectamente bien diseñado borde costero.

El sol literalmente hiperventila a la ciudad entera. Y si los locales no están en la playa, o no se fueron de camping en las inmediaciones, seguro estarán paseando en familia en el respetable Jardín Botánico, que ofrece uno de los mejores miradores de la ciudad. Para alcanzarlo vale la pena tomar el monorriel que por módicos 10 dólares neozelandeses (US$ 8 americanos) lo dejará a algunos pasos del jardín, que despliega en sus 25 hectáreas de especies nativas e importadas.

La gastronomía también se hace respetar en Wellington. No precisamente por la cocina local que digamos es "reducida" -para no entrar en pelambres-, sino por la amplia variedad de sabores importados por la comunidad de inmigrantes representada por europeos, malayos, turcos, tailandeses, mongoles, indios, chinos, japoneses, latinos y un largo etcétera. La gracia es que aquí juega en muchos locales el concepto BYO (Bring Your Own), que permite a los comensales traer su propio vino para acompañar la comida pagando un mínimo sólo por descorche.

La noche, como es de esperar de una ciudad universitaria, es aquí un atractivo importante. Es en la misma calle Courtney Place, que da lugar a la elegante filarmónica y también al teatro cívico, donde también abundan los locales para bailar hasta la mañana siguiente y los tugurios de dudosa reputación. Todo este enjambre de opciones deja ver una variada fauna que se mezcla de manera democrática una vez que cae la noche. Todos son bienvenidos a la fiesta que se toma la calle, mendigos y millonarios, orientales y europeos, unos al lado del otro, sin discriminación alguna. Aquí hay espacio para todos y el respeto a la juerga del vecino es sagrada, con una actitud cool, por supuesto.

Porque al fin de cuentas, defender el título de la ciudad es aquí lo más importante.

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