Así somos los que hablamos castellano
Las interrupciones entre Obama y Romney durante los debates están siendo analizadas de manera crítica en EE.UU. En Chile, en cambio, a nadie le llama la atención si un candidato interrumpe a otro. ¿La razón? Entre los que hablan español, las interrupciones son mucho más frecuentes.
UN DETALLE que ha marcado los debates presidenciales de Obama y Romney en Estados Unidos han sido las constantes interrupciones entre los dos candidatos. Estas han dejado escenas que para muchos estadounidenses rozan la mala educación, grosería o simplemente el "no saber conversar". Análisis en diarios, revistas y canales de ese país han desmenuzado y criticado la conducta de los contendores con el clásico "antes, esto aquí no pasaba". Por estos lados, las elecciones municipales también nos han llenado de debates televisivos, y de interrupciones, y si hubiera que desmenuzar y criticar la conducta de los contendores, seguramente nunca asomaría un "antes, esto aquí no pasaba". Simplemente, porque siempre ha pasado. Siempre nos interrumpimos en los debates y en las conversaciones del día a día. Siempre. Insistentemente. Majaderamente.
¿Es que somos una sociedad que no sabe conversar, es mal educada o grosera? Quizás, puede que decantemos en eso si lo analizamos a fondo, desde varios puntos de vista y con harta dedicación, pero no a partir de nuestro hábito de interrumpir al resto cuando habla. Lo nuestro es más bien endémico, sin culpa. Eso es lo que dicen -de otra manera, claro- las investigaciones de lingüística que revelan que lo que para nosotros (hispanos, latinos, de habla castellana, como quiera) es cotidiano y hasta colaborativo, para ingleses, alemanes o suecos es el colmo de la mala educación.
"En español, la frecuencia de interrupciones es mucho más elevada que en otras lenguas y culturas estudiadas (inglés norteamericano y de Inglaterra, italiano, alemán o sueco); tanto es así que el 50%, aproximadamente, de cambios de turnos (en conversaciones) son interrupciones", dice a Tendencias Ana María Cestero, lingüista e investigadora de la Universidad de Alcalá en España.
La diferencia con sociedades que tienen otro idioma es tan notoria, que en distintas culturas han llamado la atención de lingüistas e investigadores. Una de ellas es Deborah Tannen, profesora de lingüística de la Universidad de Georgetown, parte del Centro de Estudios Avanzados en Ciencias del Comportamiento de la U. de Stanford y autora de varios libros sobre el tema, quien dice a Tendencias que "el principal resultado de mis investigaciones es que hay que distinguir entre dos voces que se superponen (y funcionan al mismo tiempo) y la interrupción (que rompe la conversación cuando alguien toma la palabra y no le toca). En algunas culturas, como la española, esto es aceptable e incluso se aprecia; tener superposiciones en una conversación animada. La persona que habla no se detiene para que no haya interrupción, o no lo hará a menos que esté dispuesta. En otras culturas (como la escandinava) se evita eso de manera que cuando una de las personas habla entre medio mostrando entusiasmo, el otro se detiene al sentirse interrumpido".
Porque sepa que estas formas por lo general poco sutiles de intromisión son, en términos generales, aportes al diálogo. Así destaca Marianne LaFrance, profesora de sicología en la Universidad de Yale, en una columna para el sitio web de la Public Broadcasting Service (la televisión pública en Estados Unidos) a propósito de las molestas (para ellos) interrupciones de sus candidatos. "En ocasiones, lo que parece ser una interrupción no lo es, porque resulta que el que interrumpe está simplemente terminando la frase de alguien que ya habló. Superponerse a lo que dice una persona puede ser como pisarle los dedos verbalmente, pero en realidad esta habla simultánea es a menudo una señal de que la conversación se está moviendo hacia la perfección. En definitiva, lo que en la superficie puede parecer malos modales, en realidad puede funcionar como la construcción de una buena relación", dice.
Es más, la gran cantidad de interrupciones en el español responde a un motivo casi filantrópico: siete de cada 10 se usan para colaborar con la información de la conversación y no como motivo de corte. ¿Un ejemplo? "Hola, cambié el auto y…". -¿El rojo que vimos el otro día en la calle? "Sí, el mismo". ¿Le suena conocido?
¿QUIEN MANDA AQUI?
Así las cosas, los que hablamos español trabajamos más hacia la perfección de la conversación, pero hay aspectos en los que no llevamos la delantera. En español, chino, inglés y francés hay cosas que no cambian: el que interrumpe es el que manda. Estudios de LaFrance han mostrado que este efecto tiene una simetría perfecta. El jefe interrumpe al que manda, el otro se deja interrumpir y entre iguales… se interrumpen lo mismo. Equilibrio exacto. En este sentido, en nuestra lengua el estatus también lo entrega la edad. "Las nociones sociales conocidas como poder (basado en la edad) y solidaridad (basado en la igualdad) son las que más inciden en la mayor o menor frecuencia de interrupción en conversación", dice Cestero.
Este equilibrio también se ve en la pelea de los sexos. Si bien las primeras investigaciones lingüísticas mostraron que eran ellas quienes lo hacían con más frecuencia, esa noción ha cambiado. De hecho, de 56 estudios sobre el tema en las últimas cuatro décadas, 24 muestran que el hombre interrumpe más veces y habla más rato. Tannen dice que "la explicación es que las mujeres interrumpen con más frecuencia para demostrar una participación entusiasta en la conversación, pero no para tomar la palabra". Ejemplos de estas intervenciones son palabras o frases cortas como "exactamente", "sí, claro" o "te entiendo".
Y estas diferencias también se ven por edades. La investigadora de la U. de Georgetown cuenta que hoy la conversación está cambiando por la costumbre de recibir o enviar mensajes de texto, consultar el correo electrónico o hacer llamadas desde celulares cuando queramos. Esto se nota en análisis etarios, que muestran una mayor aceptación de la interrupción por parte de las nuevas generaciones. "Los jóvenes son más tolerantes a la interrupción en interacciones cara a cara y parece probable que cuando sean mayores y responsables de las normas de la sociedad, estas interrupciones se transformen en la norma", concluye Tannen.
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