Bar El Quitapenas: tradición, bohemia y muerte
<P>Más de 100 años tiene este local ubicado frente al Cementerio General, que hoy recibe el Premio Ciudad de la Fundación Futuro. Un reconocimiento al valor patrimonial del recinto que se suele visitar después de un funeral, pero que también inspiró a Andrés Pérez y que, en el año 1900, era escritorio y dormitorio del poeta Pedro Antonio González.</P>
Dicen que en todos los pueblos del país hay una cantina frente al camposanto. Suelen llamarse "quitapenas". El de Santiago es el primero de todos: el bar El Quitapenas, en calle Recoleta, frente al Cementerio General. Un local con más de 100 años de historia, por el que han pasado miles de deudos para dejar de lado la amargura.
Su valor patrimonial le ha valido el reconocimiento de la Fundación Futuro, que hoy le entrega a su dueño, José Miguel Mendoza, el Premio Ciudad. En ese local también se hará la ceremonia de premiación a otros ocho ganadores, iniciativas que, a juicio de la entidad, han aportado significativamente a mejorar la ciudad.
De todos, El Quitapenas está entre los más antiguos. Pero sus inicios son borrosos. "Este negocio sólo ha tenido tres dueños. Primero un señor Degellini, italiano, que se lo vendió luego a don Enrique Burroni. El estuvo aquí por más de 70 años. Después de que él murió, yo lo compré", cuenta Mendoza, que ha estado a cargo del restaurante desde hace 15 años. Oreste Plath, en el libro El Santiago que se fue, cita el primer recuerdo que se ha documentado del local: "En 1900, para el poeta maldito Pedro Antonio González, El Quitapenas era dormitorio, biblioteca, cuarto de tarea y bar". Cuando murió, a González lo velaron ahí mismo. Fue uno de muchos escritores que pasaron allí sus noches. Entre ellos, Jaime Quezada y Jorge Teillier, que pasaron la pena del fallecimiento del poeta Armando Rubio en el lugar.
Es el negocio de la muerte, reconocen sus dueños. El mismo del que viven florerías, marmolerías y funerarias del barrio. Para todos, hay menú de almuerzo a $ 1.500. También arrollado, cazuela y pernil. Si desde el Cementerio General o Católico llega algún cliente muy afligido, está la carta de tragos: un Paró la chala (pisco, gin y granadina) o un Que en paz descanse (ron, licor de café, con helado de vainilla).
"Los velorios son como los matrimonios: la gente se reencuentra", dice la señora María, esposa de José Miguel Mendoza. "Entran tristes, pero acá conversan y se van contentos. Hasta han terminado bailando". Así ocurrió tras la muerte del vocalista de Los Jaivas, Gato Alquinta. El local amaneció cantando. También se repletó cuando murió Gladys Marín. Y hace unas semanas, pasó lo mismo con el funeral de Víctor Jara.
El Quitapenas abre todos los días, excepto el 11 de septiembre, por seguridad. Su mejor momento es el fin de semana. Un domingo fue, justamente, cuando en 1925 llegaron David Arellano y Clemente Acuña, dos futbolistas disidentes del Club Magallanes. Querían pasar la pena de dejar su equipo. Terminaron fundando Colo-Colo, equipo patrono del lugar.
En el 2000, el dramaturgo Andrés Pérez llegó al local con un afiche de su obra, Antifuneral del Quitapenas. Tras firmarlo, lo colgó en la pared y se sentó a tomar unos tragos. Murió unos meses después: su funeral pasó al lado del restaurante. El cartel sigue ahí, en su honor. Junto al de deportistas, políticos y artistas que han marcado la historia del bar.
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