Biografía recrea el traumático paso de J.D. Salinger por la II Guerra Mundial
<P><I>Una vida oculta</I>, de Kenneth Slaweski, entrega la más completa visión sobre la vida pública y privada de Salinger. </P>
La guagua lloraba y la madre estaba insoportable. Jerome David Salinger no podía escribir y se estaba desesperando. Su hija Peggy había nacido pocos meses antes y criarla en medio del bosque no estaba resultando sencillo. El invierno era duro en Cornish, y Claire, la madre primeriza, se deprimía encerrada en la cabaña. Dos años antes, en febrero de 1953, Salinger se había alejado del ruido de Nueva York instalándose en una zona rural, en las solitarias colinas de New Hampshire. Con la llegada de su hija, el autor de El guardián entre el centeno fue más lejos: a 100 metros de la casa, cruzando un riachuelo, construyó un pequeño estudio para escribir. Al poco tiempo, pasaba allá adentro 12 y hasta 16 horas diarias. A veces, ni siquiera volvía por la noche con Claire y Peggy.
Varios años después, convertido en una leyenda fantasma, Salinger mantenía la rutina: se despertaba a las seis y media de la mañana, practicaba yoga antes de desayunar y se encerraba en el "búnker" a escribir. Su refugio estaba pintado de verde y se confundía en el bosque. Era un escondite dentro de un escondite: a 10 meses de instalarse en Cornish, Salinger terminó su amistosa relación con la comunidad y levantó un muro en torno a su casa. Lo habían traicionado: dio una entrevista a una niña para un trabajo de escuela, la que finalmente apareció en el diario local.
"No hay forma de dar con un sitio bonito y tranquilo porque no existe", había escrito Salinger en El guardián entre el centeno. La profética frase de Holden Caulfield es rescatada por Kenneth Slaweski en J.D. Salinger: Una vida oculta, la más completa biografía del legendario escritor.
Publicada a pocos meses de la muerte de Salinger, en 2010, Una vida oculta busca iluminar el misterio que ensombrece toda la vida del escritor: por qué diablos se aisló del mundo. En esa búsqueda, Slaweski reúne toda la información conocida de la vida de Salinger, entrega muchos datos inéditos, escarba en sus libros y recurre a cartas desconocidas. Y aunque traza en detalle los pasos que J.D. dio para alejarse, la biografía parece llegar a la médula cuando narra la experiencia brutal que vivió el escritor en la II Guerra Mundial. Según Slaweski el horror lo condujo a una "transformación espiritual".
Guerra y más guerra
"Puedes vivir una vida entera sin librarte jamás del olor de la carne quemada", diría Salinger mucho después de la guerra. A los 23 años, en 1942, se sumó a las filas del Ejército y pasó dos años moviéndose por bases de EE.UU. Hasta que a raíz de su manejo de idiomas, fue reclutado por el Servicio de Contraespionaje y lo enviaron al frente, en Europa. Su debut fue un día histórico: desembarcó en Normandía el Día D, el 6 de junio de 1944,
Poco antes del desembarco, Salinger tenía su cabeza en los cuentos. J.D. venía de una familia acomodada de Nueva York, había entrado y salido de la universidad y en 1941 había publicado su primer relato en una revista (The young folks, en Story). En adelante se había propuesto vivir de la escritura. Incluso tenía un agente, Dorothy Olding, quien lo acompañaría por décadas.
En la segunda oleada del desembarco, a las 6:40 horas, Salinger saltó a Normandía. En su mochila iban los primeros borradores de El guardían entre el centeno. Tuvo suerte y en solo una hora logró salir de la playa para encontrarse al mediodía con el 12º Regimiento de Infantería. Luego se acabaría la suerte: los 11 meses siguientes Salinger atravesó un infierno.
En el avance hacia París, J.D. tenía que cumplir labores de contraespionaje e interrogar a los prisioneros nazis. Slaweski sostiene que el escritor se convirtió en uno de los líderes del regimiento. En menos de un mes de combate por los campos galos, el 76% de sus compañeros estaban muertos. "La guerra, los horrores, sus agonías iban a marcar cada aspecto de la personalidad del autor y reverberar en sus escritos", dice la biografía.
También hubo calma. El regimiento de Salinger fue uno de los primeros en entrar a París, el 25 de agosto. Ahí se enteró que Ernest Hemingway estaba reporteando para la revista Collier y sin pensarlo demasiado, tomó un jeep y se fue al Hotel Ritz. No era un seguidor de su obra, prefería a Fitzgerald, pero salió emocionado tras conocerlo: "Es un buen tipo de verdad", escribió en una carta. Hemingway sabía perfectamente quién era Salinger y lo trató como un amigo. Desde ese momento, J.D. lo llamó Papa.
Pero la fiesta de París terminó rápido. El 12º Regimiento enfiló hacia Alemania y a mediados de septiembre "Salinger entró en el bosque Hürtgen y atravesó el umbral de un mundo de pesadilla". Durante el mes siguiente, vivieron en hoyos de barro asediados por el fuego nazi. El frío, la lluvia, la niebla y la geografía conspiraron para el desastre: 2.517 compañeros de Salinger murieron en esa batalla, muchos de ellos congelados.
Aunque Salinger no hablaría nunca más de Hürtgen, Slaweski advierte que para "entender la profundidad de sus obras es necesario conocer los sufrimientos que soportó el escritor" en esa batalla. Sostiene que de ahí, por ejemplo, proviene el cuento Para Esmé, con amor y sordidez.
Terminada la guerra, no regresó de inmediato a EE.UU. Arrastraba una densa tristeza. Había estado en decenas de campos de concentración y el sufrimiento se había vuelto natural. En julio de 1945 ingresó a un hospital de Nuremberg. Desde ahí, le escribió una larga carta a Papa Hemingway, donde reconocía estar en "un estado casi continuo de abatimiento". Entre otras cosas, le habla de un proyecto de novela donde aparece Holden.
Camino a Cornish
En mayo de 1946, Salinger volvió a EE.UU. Venía casado con Sylvia Louis Welter, una alemana con estudios en oftalmología. En suelo americano todo salió mal: Sylvia se fue al mes y nunca más apareció en la vida del escritor. El, con 27 años, se lanzó a una vida bohemia en el Greewich Village e inició su larga relación con la revista The New Yorker, la que el 21 de diciembre del 46 publicó su cuento Slight rebellion off madison, protagonizado justamente por Holden.
En los años posteriores, Salinger estuvo cerca de publicar una recopilación con los relatos que había publicado en revistas. Además, tuvo un inesperado reconocomiento al editarse en The New Yorker Un día perfecto para el pez plátano, en 1949. Tanto que fue invitado a un colegio a hablar de su carrera. Jamás lo volvió a hacer.
En 1950 establece una relación con el maestro budista D.T. Suzuki y sigue sus lecciones. Luego se encerró en una casa de Wesport, Connecticut, a terminar la El guardián entre el centeno. No era fácil: "El material del que disponía era una maraña de relatos sin ensamblar escritos desde 1941", cuenta Slaweski.
Publicarla tampoco fue sencillo. Controló obsesivamente la edición del sello Little, Brown, descartando varios diseños. Tampoco quería su retrato en la contraportada. Cuando el libro fue publicado, Salinger se fue a Inglaterra. Lanzado el 8 de mayo de 1951, un año después la novela seguía entre los libros más vendidos de EE.UU. Pocos meses después, el autor estaba en Cornish, a 370 kilómetros de Nueva York, mirando la casa que desde febrero de 1953 pasaría a ser suya.
Desde allá, Salinger controló la publicación de los libros Nueve cuentos (1953), Franny y Zooey (1961) y Levantad, carpinteros, la viga del tejado (1963). También cerró la puerta: el mundo era un lugar hostil. Una vez, rechazó una invitación para visitar a J.F. Kennedy en la Casa Blanca. En 1974 habló por última vez con la prensa. Todos los días iba hasta su búnker y se encerraba a escribir.
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