¿Caupolicán o El último de los mohicanos?
<P>La estatua emplazada en un peñón del cerro Santa Lucía no representa la imagen del fiero guerrero mapuche. Su autor, Nicanor Plaza, se basó en un indio norteamericano. </P>
Gesticulando a un costado del Caupolicán, la más famosa estatua de Nicanor Plaza, la guía del Museo Nacional de Bellas Artes ha introducido a la audiencia en los orígenes de la escultura chilena, que según su relato sigue los modelos clásicos de la tradición europea, sin reflexión ni conocimiento ni interés por el legado de los pueblos precolombinos. Entonces, interrumpiendo el batir de sus manos, la guía traerá a la audiencia al presente:
-Bien, veamos esta imagen. ¿Qué nos dice, que leemos en ella?
Y los escolares que tiene enfrente, atentos al relato y la escultura, sacarán una voz tímida y apagada para decir cosas como que parece "un guerrero musculoso", "un indio enojado", "listo para defenderse", que "usa taparrabo, plumas y aros".
Se llama Caupolicán y es una de las imágenes más icónicas de Santiago: el fiero guerrero que vigila la ciudad desde un peñón elevado del cerro Santa Lucía. Y sin embargo, esa mañana de martes, a ninguno de los estudiantes de educación media se le ocurrirá decir que lo que tienen enfrente es la imagen de un mapuche. Después de escuchar que "el artista rescató un ideal, basándose en un indio norteamericano", uno de los alumnos le comenta a otro en voz baja:
-Qué chanta.
El debate es antiguo y volvió a instalarse en la retrospectiva sobre Nicanor Plaza que se exhibe en el Bellas Artes y que tiene en el Caupolicán una atención particular. La muestra es iniciativa del escultor Francisco Gacitúa y el historiador Pedro Emilio Zamorano, quien acaba de publicar un libro sobre los orígenes de la escultura chilena y la figura de Plaza.
La investigación duró cuatro años y es quizás el más acabado sobre el tema. Sin embargo, Zamorano admite que ni una vida bastaría para desentrañar los misterios que permanecen en torno al Caupolicán y su creador.
En mayo de 1910, al celebrarse el Centenario de la Independencia, un consejo del Museo Nacional de Bellas Artes redactó un acuerdo en el que accedía a donar a la ciudad de Santiago "la estatua en bronce del héroe más caracterizado de la raza araucana, de Caupolicán". La obra quedó instalada ese mismo año donde sigue hoy, a unos cien metros de altura, sobre un peñón que se eleva a un costado de la terraza del mismo nombre del Santa Lucía.
En ese entonces, ninguno de los sabios consejeros del Bellas Artes pareció poner en duda que esa escultura caracterizaba al jefe militar mapuche. Era Caupolicán simplemente, porque así la había bautizado su autor dos décadas antes, cuando la creó como parte del programa de estudios de la Escuela de Bellas Artes de París.
La obra llegó con ese nombre y en yeso al Salón de París de 1868, y al año siguiente se fundieron varios ejemplares en bronce que se dispersaron por Chile y el mundo. El original habría llegado a manos de Luis Cousiño, mecenas del escultor, y sería el mismo ejemplar que actualmente se exhibe en Lota y que se exhibió en la Exposición Nacional de Artes e Industrias de 1872, en el recién inaugurado Mercado Central de Santiago.
Poco antes o después, otro ejemplar de la misma serie era bautizado The last of mohicans para presentarse en un concurso en Estados Unidos. En la segunda edición de Azul, que documentó su paso por Chile, Rubén Darío escribió que "la industria europea se aprovechó de esta creación de Plaza -sin consultar con él para nada, por supuesto, y sin darle un centavo- y la multiplicó en el bronce y la terracota. ¡Caupolicán se vendió en los almacenes de bric a brac de Europa y en América, con el nombre de The last of mohicans".
Al teléfono desde Talca, Pedro Emilio Zamorano dice que no hubo confusión ni ánimo de engaño por parte del escultor. Que el modelo es del tipo caucásico y sigue los cánones clásicos del David de Bernini. Y que lo que Plaza hizo fue "transformar en ícono y emblema el concepto romántico del nativo, que en Europa despierta curiosidad y hasta mitología".
En octubre de 1939, casi tres décadas de haber sido instalada en el Santa Lucía, un redactor de la revista Zig-Zag denunciaba que la estatua de Plaza no representa nada chileno. Tres años después, el poeta Carlos Acuña reparaba en el equívoco acusando que un cacique de carne y hueso había desconocido al Caupolicán de bronce.
En su Historia Urbana y Cultural de Santiago, Cristian Salazar Naudón dice además que tanto Joaquín Edwards como Ernesto Greve "creían que se trataba de un mito o de un engaño".
Para fortuna del autor, la polémica no lo alcanzó en vida. Ni la polémica ni la fortuna. Vivió de espaldas a la celebridad, encerrado en su taller de calle Ejército, como lo retrató Juan Francisco González en su paso por Europa, "viviendo pobremente, sin calefacción, y, al parecer, hasta comía mal".
Nicanor Plaza, maestro de maestros, trabajó hasta sus últimos días, pese a la amputación de uno de sus brazos, y a su muerte, ocurrida en Florencia en 1918, su obra emblema estaba distribuida por parques de Santiago, Concepción, Rengo y Lota. La obra alcanzó tal impacto, que llegó a un antiguo billete del Banco de Concepción, a la imagen del Teatro Caupolicán y la cadena de farmacias El Indio, que popularizó su propia escultura en madera y terminó de desperfilar la imagen narrada por Alonso de Ercilla.
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