De baile pagano a fiesta católica

<P>La tradición del Baile de los Negros de Lora -que se realizó ayer, en el Maule- se remonta a la Colonia y fue reconocida por la Unesco. </P>




DESCONOCIDA por muchos, hay una tradición que sobrevive desde la Colonia, de orígenes misteriosos y paganos, de años donde fue prohibida y de cómo se nutrió del fervor cristiano. El Baile de los Negros de Lora, dedicada a la Virgen del Rosario, transforma cada año este pequeño poblado maulino en una fiesta popular.

Lora es un caserío perteneciente a la comuna de Licantén, en la costa norte de la Región del Maule, donde habitan no más de 250 familias. Sin embargo, el tercer domingo de octubre llegan centenares de personas a participar en una de las fiestas religiosas más llamativas del país. Y ayer esa cantidad aumentó mucho más, pues este año fue declarada "Tesoro Humano Vivo" por la Unesco y el Ministerio de Cultura.

Anita Farías tiene 80 años y no recuerda hace cuántos comenzó a participar en la celebración. "Mi madre bailaba y viéndola a ella aprendí. No es difícil, sólo hay que dejarse llevar por el ritmo. Lo demás es cuestión de fe", cuenta. Anita dice orgullosa que su hijo y un nieto también se unen como pifaneros, aquellos que tocan los pitos durante el baile. "Es una tradición muy bonita, que las generaciones nuevas han ido aprendiendo de los más viejos", agrega Anita.

Para ella, el baile "es un símbolo de la fe en la Virgen del Rosario y, por eso, cada año le pido por la salud mía y la de mi gente, para poder seguir trabajando en la iglesia (...), y es tanta mi fe, que la Virgencita siempre me cumple".

Pero en sus orígenes, la fiesta era un ritual pagano de los pueblos originarios. La directora regional del Consejo de la Cultura y las Artes del Maule, Irene Albornoz, cuenta que "el Baile de los Negros se trata de una expresión ritual de ricas y muy antiguas raíces culturales, provenientes de los habitantes originarios de la zona central de Chile, o promaucaes. Ellos aportan la música y la danza a esta fiesta, que fue enriqueciéndose luego desde fuentes de la religión católica, transformándose en una celebración dedicada a la Virgen del Rosario, como lo es hoy. Una fiesta viva, la única de este tipo que aún perdura en el país. Eso la hace doblemente valiosa", comenta. Y destaca que, por eso, fue reconocida como "Tesoro Humano Vivo 2011".

Su origen fluctúa entre los años 1550 y 1600, y combina ritos indígenas, negros y coloniales. De acuerdo con una leyenda, una imagen quiteña de la Virgen del Rosario fue encontrada en medio de un caserío indígena por un misionero, quien la trasladó a la capilla. Pero la imagen aparecía en su lugar de origen varias veces, razón por la cual los indígenas habrían decidido llevarla en procesión de vuelta a la capilla.

La historia, una suerte de alegoría evangelizadora, fusionó los ritos locales con tradiciones criollas. Por ello, en la fiesta tienen participación pifaneros (músicos con flautas y tambor), empellejados (hombres vestidos con pieles) y mujeres vestidas y pintadas de negros, para recordar a los esclavos. Todos, en un baile que tomó sentido por la figura de la Virgen.

Para el coordinador del baile, Diego Guerrero, que hayan sido reconocidos es "obra de la Virgen, en agradecimiento a nuestro esfuerzo por realizar esta fiesta cada año".

El párroco de Licantén, el sacerdote Sergio Díaz, tiene sentimientos encontrados. "Por una parte -dice-, siento que las cosas de Dios deben ser silenciosas, sin tanta publicidad, pero por otra, creo que permitirá que más gente pueda conocer esta experiencia y venga a Lora a vivirla con nosotros". Díaz cuenta que la fiesta se remonta a más de 400 años y que "es una mezcla de costumbres de los españoles, que tenían sus imágenes para venerar, y de los indígenas, que tenían su particular forma de sentirse conectados con el sol y la naturaleza, a través del baile. Poco a poco, los indígenas se fueron bautizando y así surge esta celebración en honor a la Virgen del Rosario".

¿Por qué fue prohibida en una época? El religioso cuenta que, "antiguamente, se utilizaba chicha para afinar los pitos y las flautas, y esto daba pie a unas tomateras enormes, que fueron criticadas por los sacerdotes norteamericanos que llegaron a la zona en la década de los 60, quienes prohibieron la fiesta por considerarla pagana".

Pero con la llegada del entonces obispo de Talca, Carlos González, todo cambió. En 1968, después de escuchar a la comunidad de Lora, González decidió que era necesario retomar la tradición. Pero sin alcohol.

El coordinador del baile dice que, "después de que monseñor consiguió la autorización del Vaticano para retomar la celebración, esta es entendida como una fiesta religiosa, en la que se da gracias a la Virgen y se establecieron algunos parámetros. Así, se nombró un encomendero, que es el encargado de guiar al grupo que baila, y se reunieron los trajes e instrumentos, que se habían sacado de Lora, para retomar la fiesta".

Nueve días antes, la comunidad se prepara para la gran celebración. La mayoría asiste a la Parroquia Nuestra Señora del Rosario, para participar en "La Novena", ocasión en la que se reza el rosario y se lee el Evangelio. El grupo de baile ensaya cada noche, para que el tercer domingo de octubre todo salga a la perfección.

La celebración parte con una misa -presidida ayer por el obispo de Talca, Horacio Valenzuela-, con todas las autoridades eclesiásticas de la diócesis. Luego se inicia la procesión de la Virgen sobre una carreta adornada, que recorre unos 800 metros, escoltada por los sacerdotes, 19 pifaneros, hombres vestidos de terno, corbata y una cinta tricolor, que tocan la pifilca o el pífano; les siguen unos 20 empellejados, encargados de proteger a la Virgen; unas 10 negras, vestidas con ropaje mapuche y pintadas de negro para recordar a los esclavos que bailaban a la Virgen, y luego los peregrinos.

La procesión culmina en el templo parroquial, donde se realiza el baile al ritmo de los pífanos y bombos. En total, son cinco danzas en la iglesia y, al final, los fieles salen del santuario y bailan tres cuecas. Todo termina con los empellejados sacando sus espadas y huyendo en señal de persecución.

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