De Los Tres Tenores a André Rieu: el triunfo de la música mestiza

<P>A 25 años del primer show de los cantantes líricos, los artistas del género llamado cross over se han consagrado en ventas y masividad.</P>




El empresario húngaro Tibor Rudas, que venía del circo y de joven fue acróbata, sabía que lo último que quería para sus shows eran la etiqueta y los silencios. Para él, un aria cantada por Pavarotti debía repetirse hasta el infinito si es que el público lo pedía y combinar Puccini con Agustín Lara era tan natural como echarle azúcar al café. Ese concepto, el de despeinar la llamada "música seria", fue uno de los motores de Los Tres Tenores, el acto clásico más exitoso de la historia, con 10 millones de discos vendidos. El otro motor, quizás el de partida, era ganar dinero.

Rudas, que se definía como "el tipo más odiado en el mundo de la ópera, pero amado por las masas", era un hombre de casinos, estadios y televisión. Su conocimiento de la ópera no era mayor que el de un habitante promedio de EE.UU., pero su instinto era el de un agresivo promotor pop. Vio el show de Pavarotti, Domingo y Carreras en la final del Mundial de Italia 90 y tras llamadas telefónicas, visitas y esfuerzos de convencimiento, transformó el espectáculo en un disco, un dvd y una gira mundial que no paró por los próximos 13 años. Además, repitió la cumbre de los cantantes en los siguientes tres mundiales: Estados Unidos 94, Francia 98 y Japón-Corea 2002.

Tibor Rudas, que había sobrevivido a un campo de concentración nazi y murió el año pasado a los 94, se llenó generosamente los bolsillos. Mientras, los puristas de la música docta se atoraron de críticas y el público se empapó insospechadamente de algunas de las arias más infalibles de Verdi, Puccini y Leoncavallo.

A 25 años de aquel show inicial y muerto Pavarotti en el 2007, Los Tres Tenores luce como un ejemplo irrepetible de mezcla de géneros clásicos y popular. También aparece como una brillante operación de marketing y, sobre todo como punto de partida para diversos actos que han tenido distinta suerte, variado pedigrí y un inocultable desprecio de parte de los tradicionales abonados a los teatros líricos.

Quizás la más exitosa experiencia que volvió a mezclar géneros es la del violinista holandés André Rieu, showman que ha hecho de los valses de Johann Strauss el emblema de la llamada música cross over. Rieu, que debió agregar un cuarto show en sus presentaciones en Chile, en el Movistar Arena los próximos 20, 21, 22 y 23 de agosto, ha vendido millones de discos y es un auténtico maestro de ceremonias. Utilizas generosas orquestas con músicos vestidos a la usanza de la época, pantallas gigantes, globos, nieve artificial, carisma y, en fin, toda la artillería de un artista pop con el objetivo de tocar a Strauss. Además, a diferencia, de un tradicional conductor del podio, sonríe mucho y no para de hablarle al público.

Es aún más resistido por los aficionados "duros" a la música clásica básicamente porque a diferencia de Pavarotti, Domingo y Carreras, Rieu no era nadie antes de su éxito masivo. Las cifras lo favorecen: en 1987 formó la Orquesta Johann Strauss y, según Billboard, entre el 2008 y el 2013 ganó US$ 400 millones con sus giras, ubicándose entre los 20 más exitosos junto a Paul McCartney, Rihanna o Taylor Swift.

"Básicamente él vuelve a los orígenes de cierta música. Muchas de las composiciones que hoy son consideradas clásicas, fueron música popular en sus inicios, tocadas en salones, en fiestas y dónde lo común era que se bailara. Rieu revive esa época a través de un gran espectáculo. En términos de show es una gran idea", explica Alfredo Alonso, director de Bizarro, que trae a Rieu a Chile y que espera llegar a las 50 mil entradas.

No hay que confundirse: Rieu, que toca un Stradivarius, no es un talento como Itzhak Perlman o Yo-Yo Ma. Está lejos de serlo y tampoco compite a ese nivel. Su apuesta comercial y condescendiente (suele terminar los recitales tocando música local del país de turno) es música cross over que está más cerca de lo que hacen el tenor Andrea Bocelli o la soprano Sarah Brightman.

El violinista Itzhak Perlman, ganador de 15 Grammys clásicos, ha sido el solista en varias bandas sonoras de John Williams, entre ellas las de las películas La lista de Schindler y Memorias de una geisha. Su amigo Yo-Yo Ma ha ido aún más lejos, haciendo del sincretismo musical una suerte de filosofía de trabajo: algunos de sus discos más vendidos son los de tangos de Piazzolla, los arreglos de Ennio Morricone y el álbum Hush, junto al cantante Bobby McFerrrin.

"En el caso de Yo-Yo Ma, su habilidad interpretativa lo hizo buscar otros canales de difusión. Uno puede disfrutar tanto sus Variaciones de un tema Rococó de Tchaikovsky, como sus incursiones en jazz junto a Stéphane Grappelli", explica Ignacio Olivares, director musical de radio Infinita.

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