Di Mondo: el hombre imposible




Di Mondo ha sido lo mejor en la televisión de este Festival. Di Mondo nació en Texas, creció en Chile y huyó a Nueva York. Di Mondo es raro e impredecible. Se llama Edmundo Huerta. O se llamaba: hace dos días, en Canal 13, dijo que se estaba cambiando legalmente el nombre a aquel con el que se hizo conocido. La prensa de moda lo ama desde hace un buen tiempo. Bill Cunningham lo ha fotografiado bastante en el New York Times, aunque nadie parece entender en realidad de qué va. Porque Di Mondo resiste las clasificaciones. Su objetivo es saltárselas, aspirar a la perplejidad y al shock vistiéndose como si hubiera salido de una vieja serie de ciencia ficción o llegara a la tierra desde el infierno. En realidad, lo que hace es vestirse a partir de lo que en la ciencia ficción o el infierno se entiende por moda. De este modo, hay en él algo divertido pero también perturbador. Por ejemplo, Di Mondo muchas veces se cubre la cara mientras deambula por las galas y las vernissages. Ese rostro ausente, tapado de mil formas, es un comentario a algo que no sabemos muy bien qué es pero que está ahí, escenificado como un secreto a la vista del mundo. Así, a Di Mondo los cristales y los oropeles le ocultan la mirada, volviéndolo un cuerpo extraño y perdido, una especie de disrrupción en la continuidad tediosa del espectáculo. De este modo, se pasea por los lugares comunes del culto a la personalidad pero también, sin quererlo, nos hace recordar la leyenda que construyó el viejo Marqués de Cuevas, que huyó de Santiago para explotar en Europa como una estrella jamás vista. Cuevas alguna vez volvió a Chile y sus viejos amigos (entre los que estaba Joaquín Edwards Bello) vieron de lejos como el país se rendía ante él. Pero esa historia pasó hace más de medio siglo. Di Mondo existe aquí y ahora. El año pasado aterrizó por acá: fue invitado a la gala de la película de Los 33, pero Canal 13 lo desaprovechó. El mismo estuvo sobrio y discreto, lejos de su leyenda. Ahora vino a Viña y, en medio de lo predecible, se volvió un representante de lo imposible. Con una máscara de cristales que simulaba multiplicar su rostro en medio del brillo, Di Mondo no sólo salvó la alfombra roja de una gala sin sorpresas, sino que ha dado vueltas por varios programas como un invitado especial. En Maldita moda no sabían como tratarlo. Rubén Campos ponía cara de apestado y él se quedaba callado, interviniendo poco y estando casi a la defensiva, salvo para decir que la gala le había parecido fome, sin energía. En cambio, en La Movida lucía feliz en medio de la confusión que Diana Bolocco, Jean Philippe Cretton y Rodrigo Salinas habían montado en la tarde del domingo. Ahí Di Mondo estaba contento, entregándose al caos, lejos de las imposturas y el tufillo siútico del programa conducido por Francisca García Huidobro. Aquello confirmaba su condición de figura tan interesante como inesperada, la de alguien que se comió al mundo y transformó su extravagancia en una forma privada de arte y en una declaración de libertad personal. Estos días, en medio del murmullo fashionista que parece tomarse la pantalla, de las peleas pobres de los diseñadores locales y de los desaires de Cecilia Bolocco, Di Mondo parece algo nuevo. Visto por televisión, en él la parodia convive con la soledad y la extrañeza, proponiéndose como un contrapunto inquietante a todas esas minucias idiotas que parecen ser el centro de la experiencia humana que propone el Festival de Viña.

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