Disparar me mata: el auge de los clubes de tiro privados

<P>En Santiago, cada día se disparan más balas que en una guerra. Por suerte, en polígonos privados o clubes de tiro. Es el hermético mundo de los fanáticos de las armas y la curiosa ley que los rige. </P>




a Navidad pasada, Matías Soto, de 11 años, no pudo salir a jugar a la calle con su regalo nuevo. El Viejito Pascuero le había traído un fusil de precisión y una caja de 25 balas. Balas de verdad, capaces de matar a un cristiano. Así que esperó hasta el fin de semana para ir a uno de los seis polígonos privados de tiro que hay en Santiago y, así, poder desahogar sus nervios navideños. Paf, paf, paf, paf, paf…

Ahí supo Matías que su fusil checo CZ adquiere un calor soportable como el mango de una tetera cuando vacía el cargador. Pero se hace cada día más preciso y él, con calma tibetana, puede hacer entrar una bala en un botón de una camisa a 100 metros de distancia.

En su familia dispara hasta la nana. Hay 11 armas en su casa: dos revólveres, tres pistolas, dos carabinas, tres fusiles y un antiguo fusil militar Mauser. Todos operativos. El padre de esta curiosa familia es Alexis Soto, el presidente del club de tiro Tralkan, que tiene su polígono en Colina. "Familia que dispara unida…", dice Soto mientras dispara una andanada de balas 9mm que atraviesan un blanco de cartón una tras otra. "Mi hijo dispara por deporte. Mi mujer y mi hija de 20 años, para defensa. La nana aprendió para sacarse el miedo a las armas de la casa… y ahora tiene mejor puntería que yo, jajá", agrega.

Su club es el más sencillo. Todos los fines de semana una veintena de sus 50 socios se reúne a disparar en chalas en su laberinto de obstáculos contra un cerro.

Cada uno de los clubes de tiro o polígonos tiene sus características. El Santiago Shooting Club de Vespucio, que está al llegar a Quilicura, es el más deportivo y concurrido. Tiene 200 socios entre personajes de TV y políticos. Ahí hacen clasificatorias y llevan tablas de puntajes en sus canchas de pasto. Un poco más al norte está el Club 235 Defensores de Peldehue, compuesto por ex militares y simpatizantes. En el centro, en Santa Rosa, el polígono José Miguel Carrera es lejos el más concurrido y popular de Santiago, pero también el más hermético: todo el día entra y sale un centenar de personas a disparar en sus pistas bajo techo e insonorizadas y no dan entrevistas ni hablan con la prensa. Recientemente, un socio se disparó en la cabeza manipulando su arma.

Los otros dos polígonos para civiles son más discretos: en las armerías Target, en Zenteno, y Armería del Pozo, en Vitacura, existen túneles de 10 metros en el subterráneo, donde se dispara en un silo (o tubo de concreto) y se recoge el blanco desde el fondo con un cordel.

Aunque en Santiago hay 300 mil armas inscritas y cada día los civiles afiliados a estos centros disparan por lo menos unas 5 mil balas -según los cálculos de un armero y dueño de unos de esos polígonos-, nadie quiere hablar de ello. Ni siquiera él mismo.

A su polígono concurre un centenar de personas cada día y cada uno se despacha desde 50 hasta 200 tiros: escolares, políticos, mujeres, sacerdotes, sicólogos, millonarios, ingenieros. "Muchos disparan , pero nadie quiere que se le asocie a las armas, por los prejuicios: que somos violentos, peligrosos, cabezas de pistola. Cuarenta mil chilenos tiene permisos deportivos. Piñera disparaba cada tanto en el polígono de Investigaciones. Andrónico Luksic es uno de los 70 exclusivos chilenos autorizados a portar armas personales…Pero nadie quiere que se le asocie a las armas", dice este armero.

Alexis Soto defiende el derecho a tener armas responsablemente. Hace seis años se compró una pistola para defenderse. Pero al igual que 381 mil chilenos que tienen armas, se dio cuenta de que no podía aprender a usarla porque está prohibido sacar el arma de la casa. Porque las armas para defensa no pueden salir del domicilio inscrito, y no pueden ser disparadas a menos que uno tenga una parcela o algo así. O vecinos sordos. Pero hay un subterfugio. "Algunos de estos polígonos y armerías inventaron la figura de 'arrendar un arma' o 'hacerse socio por un día' o ser 'invitado por un socio' y otras triquiñuelas para tirar sin quebrantar la ley", comenta Soto.

En los clubes de tiro hay salas de espera. Bajo un retrato de Pinochet que existe en uno de ellos, los socios conversan de la Lüger de Hitler o si es mejor una pistola argentina o el poder de las 45. Una vez en la cancha se para frente a un mesón y un instructor le pasa un arma y una caja de balas ($ 15.000 las 50 balas). Luego, se calzan los protectores auditivos, unos lentes de seguridad y a disparar se ha dicho.

Apretar el gatillo es fácil, pero acertar a 10 metros -a un tambor, un blanco o la suegra- es realmente difícil. "Imagínate, entonces, que compraste una pistola, te asaltan y te toca disparar por primera vez asustado, en la oscuridad... Imposible que aciertes. Para usar un arma ¡hay que practicar!", dice Cristián Gamboa, un apóstol de las armas que en su camioneta tiene un adhesivo que dice: "Dispare, protéjase, recargue y luego llame al 133". Hace cuatro años se compró una escopeta a la que le tenía terror, pero se inscribió en un club de tiro (cuesta desde $ 80.000 a $ 150.000 anuales). Ahora es la voz de Antra, la Asociación Nacional por la Tenencia Responsable de Armas, nuestra propia American Rifle, que promueve que es el legal y legítimo tener armas y "aprender a usarlas".

De los siete miembros de su familia, cinco disparan con soltura, salvo su hijo de tres años y otro de nueve meses. Tiene tres pistolas en su casa y cuando sale, les deja a sus hijos la escopeta cargada. Lo suyo es "el tiro práctico", que sólo se practica en los clubes Tralkan, Santiago Shooting y 235 Defensores, y que consiste en correr por un laberinto de obstáculos disparando a distintos blancos en estilo comando. "Seguridad, seguridad y seguridad es la consigna. Nunca dejar el arma cargada. Sacar el dedo del gatillo. Siempre", dice. En pocos segundos hace papilla una serie de blancos de cartón en el laberinto. Santiago se ve desde los cerros de Colina tras la bruma dulzona que deja la pólvora.

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