Economía: Tres días de harina
Su dramático anuncio del jueves 6 de septiembre de 1973, cinco días antes del golpe militar, de que casi no quedaba harina en el país pasó a la historia, pero el Presidente Allende en realidad quería informar de una crisis que, según creía, evolucionaba favorablemente. Eligió una actividad de la Secretaría de la Mujer para informar del desabastecimiento más crítico posible, en un país donde el pan constituye un producto de primerísima necesidad.
- No tenemos el más mínimo stock de harina. A lo sumo para tres o cuatro días más -advirtió.
Para terminar el año se requerirían 1,2 millones de toneladas de trigo, "pero aunque tuviésemos el dinero para adquirirlas, no podríamos hacerlo, por falta de un puerto granelero", explicó. Luego contó que para sortear la situación llamó al Presidente argentino, el general Juan Domingo Perón, y consiguió que se estibaran tres buques chilenos con 45 mil toneladas de trigo, que ya habían recalado en San Antonio…, aunque el transporte se hacía difícil por los 28 atentados cometidos en la carretera a Santiago.
Casi la mitad de las panaderías de la capital no podía abrir por falta de productos. Las que tenían harina, racionaban el pan a un kilo diario por persona y se formaban filas interminables desde la madrugada para asegurar marraquetas y hallullas.
Tampoco había medicamentos esenciales en muchas farmacias. "No pude conseguir insulina para un pariente", recuerda Luis Guastavino, diputado comunista por Valparaíso.
Encontrar combustible era muy difícil, aunque el precio estaba controlado. Microbuses y liebres que no adhirieron al paro de los transportistas igualmente debieron detener sus máquinas, por falta de petróleo. Era frecuente observar a trabajadores y estudiantes caminando, en bicicleta o en camiones. Otros productos, como papel higiénico, arroz, leche condensada, cigarrillos y pollos eran casi inexistentes en las tiendas.
A la escasez se sumaba el acaparamiento. Bastaba que llegara un producto escaso a un supermercado o almacén de barrio para que rápidamente las personas compraran toda la existencia disponible, dejando el escaparate vacío. Nadie tenía certeza si alguna vez el producto volvería a aparecer a la venta. A su propio nivel y escala, todos acaparaban. Para algunos era un negocio: en el mercado negro, que operaba en forma paralela a la economía formal, era posible encontrar todo lo que no estaba en las tiendas, pero a cinco o más veces el precio oficial.
En los días finales de la UP, el sueño de implantar un modelo de economía con control estatal de los principales medios de producción para romper con la desigual distribución del ingreso y de la tierra y el carácter dependiente del capitalismo chileno, en un momento en que el modelo de industrialización sustitutiva iniciado a fines de los años 30 mostraba signos de fatiga estructural, terminó abatido por una combinación inseparable de errores de gestión, boicot interno y externo y el desborde de las propias fuerzas que querían avanzar hacia el socialismo.
Las añosas estructuras capitalistas se estaban desmoronando sin que hubiesen sido reemplazadas por nuevas relaciones de producción ni una planificación centralizada. En septiembre de 1973, la economía estaba dislocada, en recesión galopante. Había 507 empresas en manos del Estado o tomadas por sus trabajadores, incluidas la gran industria, la banca y los servicios. Miles de predios se encontraban en distintas fases de ocupación por la Reforma Agraria. Desde 1970, la inflación se multiplicó por más de 14 veces y subió como en un ascensor hasta 508,1% en 1973. El desabastecimiento y el mercado negro competían con un aparato de distribución quebrantado por los paros opositores, sin que las JAP lograsen reemplazarlo. El déficit comercial era creciente y la falta de divisas frenaba la adquisición de bienes de consumo y de capital. Las cuentas fiscales arrojaban números rojos por la caída de los ingresos.
Los equilibrios y contrapesos con los que funciona el mercado se habían desvanecido en el fragor de la lucha política. Como había ordenado Nixon a la CIA en septiembre de 1970, la economía chilena estaba "aullando".
La aplicación del programa económico de la UP comenzó con viento a favor. Aumentos de remuneraciones, pensiones, subsidios y del gasto estatal permitieron elevar el consumo e iniciaron una política expansiva sin precedentes, que aprovechó la capacidad ociosa, estimada en 20%. Las empresas elevaron la producción, el empleo llegó a un récord y hubo un incremento descomunal de la demanda. Quienes compraban autos y televisores esperaban hasta tres meses para recibirlos, por exceso de pedidos. Subió el consumo de proteínas y alimentos. En 1971 la votación de la UP llegó al 49,6% en la elección municipal y el PIB creció un 9%.
Pero este éxito incubaba también las causas de su fracaso. Sin oír las advertencias, el equipo económico descartó los peligros de esta política expansiva. "Aquellos que anuncian una inflación desenfrenada no entienden nada de lo que está ocurriendo. Hay factores nuevos que hacen que no sean las puras magnitudes financieras las determinantes del funcionamiento económico, ni siquiera las que comandan el sistema de precios, ya que en la medida en que se eliminan las trabas institucionales que tradicionalmente han frenado la economía chilena, se abren grandes posibilidades de expansión", explicaba el ministro de Economía, Pedro Vuskovic.
El impulso productivo requería del financiamiento de las empresas nacionalizadas y las traspasadas al área social. Hasta la derecha se plegó y votó por la nacionalización de la gran minería del cobre en 1971, una transformación que el general Prats comparó con la firma de la Independencia. El traspaso de empresas y bancos al Estado fue acelerado, mediante resquicios -para expropiar legalmente se desempolvó el decreto 520, de la República Socialista de 1932- y compra de acciones. En el campo, los trabajadores rurales avanzaban mucho más allá de las metas de la UP. Se había abierto la caja de Pandora de la lucha por la propiedad de los medios de producción.
La crisis comenzó en 1972. Por falta de inversión, la producción no pudo seguir el tranco de la demanda, y los precios se dispararon. En las empresas estatizadas cayó la producción. El sector externo se debilitó y, agobiado por la falta de divisas, el gobierno debió renegociar la deuda externa. Allende cambió los conductores del equipo económico y estos devaluaron, lo que hizo subir los precios, pero se disparó la inflación y después las presiones salariales se multiplicaron. El paro de octubre de ese año agravó la recesión y la UP anunció el control de la distribución y la creación de las Juntas de Abastecimiento y Precios (JAP).
El número previsto de empresas en manos estatales había sido superado con creces por las tomas, pero frenar el proceso para el gobierno era un haraquiri. La UP "estaba amarrada, porque eran trabajadores quienes se habían tomado las empresas", explica el ex ministro de Minería Sergio Bitar.
En vísperas del golpe, el problema se transformó de económico en político. "Los nuestros nunca fueron problemas económicos, fueron políticos", dice Guastavino. A pesar de la crisis, la UP conservaba un apoyo importante en la población. "Había una identidad con nosotros que iba más allá de lo bien que lo hiciéramos. Como decía un cartel: 'Este será un gobierno de mierda, pero es mi gobierno'", recuerda Jaime Gazmuri, entonces secretario general del Mapu Obrero Campesino. Pero los partidos oficialistas tampoco encontraban acuerdo en esto. El PS y el MIR, con el apoyo oblicuo del ex ministro Vuskovic, criticaron duramente el plan de emergencia de los ministros Orlando Millas y Fernando Flores. Los negociadores de la deuda externa ante el Club de París recibían instrucciones para postergar los programas de pago hasta 1976, es decir, cuando concluyera el gobierno. No había piso político para un programa de austeridad y contención de la demanda, como exigían los organismos multilaterales. El crédito externo estaba agotado.
A la derrota política y económica se sumó la militar el 11. Al cabo, la industrialización sustitutiva fue reemplazada por el modelo exportador y la modernización del capitalismo.
Pero esa es otra historia.
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