El encanto políticamente incorrecto de Charlie Sheen
<P>Fiestas de 36 horas, insultos a sus jefes y excesos. Por donde se lo mire, es incorrecto. Pero tiene millones de seguidores. Los expertos dicen que esto se debe a que muchos se proyectan en su vida y que muchos otros lo envidian.</P>
Dos millones. Esa es la cantidad de personas que en sólo dos semanas después de que el actor estadounidense Charlie Sheen decidiera abrir su cuenta en Twitter comenzó a seguirlo, esperando nada más que 140 caracteres salidos de sus propias manos. Algo completamente fuera de la norma, tanto, que alcanzó un récord Guinness. Exagerado, puede ser, pero no tanto si se considera la popularidad que ha alcanzado Sheen en las últimas semanas. Más allá del éxito aplastante de su serie Two and a half men, Sheen sabe por libro cómo encantar a la gente. Porque aunque su ejemplo no sea el mejor para los niños en la casa y aunque su comportamiento raye en la patología siquiátrica, aceptémoslo: más de alguno ha deseado tener su vida, ganar dos millones de dólares por grabar el capítulo de una serie o poder darse el lujo de insultar al jefe frente a todo el que quiera escucharlo. Por último, confiese que al menos le da curiosidad saber cómo alguien sale vivo después de una fiesta de 36 horas.
Pero no es sólo a Sheen a quien todos siguen. También es a su calidad de estrella. Porque si hay algo que la popularidad de los reality shows y la gran cantidad de dinero que mueve la industria del espectáculo nos han demostrado, es que nos encanta seguir la vida de las celebridades. Cuando están arriba y cuando caen en desgracia. Tanto, que en 2003 la revista New Scientist aseguró que un tercio de los norteamericanos padecía del llamado "síndrome de adoración de las celebridades". Razones para esta vigilancia un poco morbosa hay muchas, pero entre las principales se cuentan que nos gusta pensar que la vida que ellos viven es la nuestra y que el sufrimiento ajeno es de esas cosas que siempre nos hace sentir mejor.
El culto a las celebridades no es nuevo, señala el académico y estudioso de la industria cultural de la Universidad de Chile Eduardo Santa Cruz, sino que "lo que está ocurriendo es una profundización de esto, que viene del star system de los años 60, simplemente porque ahora hay mayores posibilidades de soporte tecnológico". Twitter, en el caso de Sheen, o cualquiera de las imágenes subidas a internet por los papparazzi, se han hecho cargo de una extraña necesidad que data desde hace mucho tiempo: la de enterarnos de las minucias de gente que ni siquiera conocemos. La diferencia, señala Santa Cruz, es que antes solíamos admirar a quienes tenían un talento en particular.
Sobre eso, lo primero a considerar es que el mundo ha cambiado vertiginosamente, una razón a la que el sociólogo Carlos Catalán, director académico del Master en Comportamiento del Consumidor de la UAI, atribuye que hoy admiremos a figuras que hace 50 años hubieran pasado sin pena ni gloria. Aquellos a quienes hoy admiramos, dice, son los que encarnan lo que actualmente consideramos como lo más valioso: el logro fácil y el ascenso rápido. "Nuestro mundo es incierto, y ¿qué haces tú cuando vives en un mundo incierto? Quieres que todo pase hoy o mañana. Ya no puedo esperar una vida para conseguir logros graduales". Nos gustan los íconos del espectáculo, dice Catalán, porque nos enseñan el éxito fácil, y por eso que los admiramos y envidiamos.
A eso se refiere el estudioso del tema y doctor en historia norteamericana Angus Kress Gillespie, quien asegura a La Tercera que "parte del atractivo de las celebridades como Charlie Sheen es simple envidia. Frecuentemente estamos envidiosos de su fama y su estilo de vida. Al mismo tiempo están los chismes y la esperanza de que caigan o fallen. De esa forma tenemos satisfacción de su desconsuelo".
Pero la fascinación se explica por algo más complejo que las ganas de ver a las estrellas caer. No se trata tanto de esa envidia agria, sino de esa que se pregunta "¿por qué no yo?". Esa misma que nos hace sonreír al saber que el jueves pasado el actor presentó una demanda por 100 millones de dólares a Warner Bros. y a los productores de la serie por despedirlo tras haber insultado públicamente a su productor. Recordará la sensación, es algo así como la pequeña empatía que sentimos cuando el políticamente incorrecto se sale con la suya en una película, simplemente porque nos identifica, porque ninguno de nosotros es tan correcto todo el tiempo.
Muchos especialistas llaman a esto una experiencia vicaria, es decir, una suerte de vivir a través de los otros. Es por esto que, por esa mezcla de envidia o admiración, la figura de Sheen es una de la que no podemos arrancar la mirada, porque siempre nos queda la impresión de que vivir su vida, más allá de sus propios pequeños fracasos, sería espectacular.
Tanto, que, en algunos casos, parece injusto que la tenga y llegamos a disfrutar que la pierda. Un estudio de Hidehiko Takahashi, del Instituto Nacional de Ciencias Radiológicas de Japón, probó que las regiones cerebrales que responden al gusto por el fracaso de otros, son aquellas que responden a la recompensa y el placer, que es exactamente lo que nos pasa cuando descubrimos que a Sheen lo despiden de su programa, pero que vuelve al mismo ciclo de la envidia cuando sabemos que piensa demandar.
Las ventajas de la fascinación
Según el libro La mente política del lingüista George Lakoff, algunos escenarios previamente delimitados, como las historias tipo de redención o de ascenso desde la pobreza a la riqueza de una manera espectacular, nos despiertan una respuesta emocional, pues están predeterminadas en nuestro cerebro. Eduardo Santa Cruz cree que, en general, historias como la de Charlie Sheen responden a la estructura clásica del melodrama y que por eso llaman nuestra atención. "Lo que hay ahí es una construcción discursiva", dice. "Lo que hay ahí no son personas, son escenificaciones. Yo no tengo idea cómo es tal o cual animador, él simplemente juega un rol que resulta atractivo".
Queremos hablar de ellos y eso, dice Santa Cruz, nos da la posibilidad de hablar con otras personas con las que habitualmente no tenemos nada más en común que el conocimiento de tal o cual personaje de la farándula. En ese sentido, hablar sobre estos desconocidos funciona como un facilitador de la conversación con otros. Algo positivo, después de todo, ya que según diversas investigaciones, los chismes y rumores, cuando no son de una naturaleza destructiva ni afectan a alguien de la comunidad, fortalecen los lazos sociales, entre las personas, que sienten que comparten algo.
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