El hombre del jardín
<P>Andrés Garrido pagó sus pecados en la cárcel, sobrevivió y le ganó a sus fantasmas. Decidió dejar todo atrás y hoy es un próspero microempresario de la jardinería y botánica. </P>
LOS olores de la tierra recién mojada golpean los sentidos. Arriba, el cielo azul, abajo, el verde intenso de las hileras de abelias, albahacas y helechos, que sólo es interrumpido por los pequeños montículos de tierra y fertilizantes acumulados entre las plantas. Esos son los dominios que Andrés Garrido (38) observa desde la ventana de su oficina. Los mira atentamente, como dejando atrás esos enormes portones e intrincados pasillos carcelarios donde vivió por 12 años.
Las cicatrices en su piel delatan las noches que debió luchar para defenderse. Las grietas, la suciedad y el olor a orín de los pasillos permanecen latentes en su memoria, huellas del tiempo en el tour carcelario que hizo entre Puente Alto, la ex Penitenciaría y Colina I. Comenzó delinquiendo desde pequeño, cuando robaba bicicletas, llegó a hogares para menores, tuvo armas como juguetes y cayó más de una vez por asalto. Andrés pagó sus pecados en la cárcel, hasta que un día decidió cambiar. Fue en Colina I, donde llegó por buena conducta y se inició en las labores de carpintería, continuó con sus estudios escolares y nació la necesidad de realizar algún proyecto para soñar con la libertad. "Hubo un tiempo que estuve solo, lamentablemente, la vida es terrible. Me decía, cómo tengo que sufrir tanto en la vida. Hay que cambiar y salir adelante. Sólo así empecé a cambiar, a estudiar", cuenta en su oficina.
Eligió la jardinería, así que en los horarios de almuerzo en el penal, se dirigía hasta la torre donde dormía y comenzó a crear un jardín con el fin de embellecer el entorno. Cultivó rosas y algunos arbustos. Luego, hizo lo propio con otros jardines de la cárcel. Chuzo y pala en mano, trabajaba sin descanso.
Necesitaba dinero para hacer un invernadero y lo consiguió de una manera ingeniosa. Se percató de la cantidad de desechos existentes en la cárcel y decidió reciclar. Fueron seis meses de arduas labores, que le permitieron contar con el capital necesario y construir su propio jardín botánico entre las rejas.
"Al principio, todos me miraban y me decían: 'Se volvió loco'. A ellos les pagaban, andaban con plata, y yo no. Me acuerdo que me vestía con una ropa que era súper fea y ellos con zapatillas nuevas. Yo pensaba: con esto que estoy haciendo voy a quedar instalado", recuerda Andrés.
Y así fue. Con más de 3.000 plantas, comenzó a envasar y venderlas en las visitas. Todos los días se levantaba a las seis de la mañana, para trabajar y estudiar hasta las 12 de la noche. Para Andrés, sus esfuerzos rindieron frutos y cuando salió de la cárcel le dieron la oportunidad de instalarse en Capuchinos, que se encontraba inhabilitada luego del incendio. En sólo un día podía ganar más de 100 mil pesos.
Un año permaneció ahí, cuando por primera vez vio peligrar su negocio. Le pidieron que desalojara el lugar y trasladara su jardín hacia otro sector. Andrés tocó puerta tras puerta en busca de una nueva oportunidad, muchas se cerraron. Sin embargo, encontró apoyo en Fundación Paternitas, quienes le brindaron una sala de exposición en Recoleta y una parcela para instalar sus invernaderos.
Actualmente, su empresa, Jardín Urbano, realiza labores de paisajismo, poda y riego y, además, vende plantas y realiza cotizaciones a empresas. Andrés Garrido encontró una nueva vida y planea radicarse en una parcela. "Técnico paisajista", así prefiere que lo llamen.
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