El liceo de Pitrufquén




HAY DOS actitudes posibles frente a lo excelente. La primera es gratitud y fraternidad por los excedentes que nos dejan las acciones de los espíritus que buscan la excelencia y a veces la consiguen. La segunda es rechazo. Sí, rechazo. Porque el esplendor de logros que creemos no podemos igualar ni alcanzar nos recuerda nuestra mediocridad.

El gobierno ha tomado la segunda actitud frente a los esfuerzos de muchos en la educación escolar. Ejemplos de escuelas subvencionadas excepcionales sobran. El Liceo Politécnico de Pitrufquén, al sur del río Toltén, es un buen caso. Su director, cansado de ver los magros resultados de las escuelas públicas, levantó un recinto para brindar una alternativa de calidad a las familias. Su infraestructura la envidiaría cualquier colegio privado, tal como sus excelentes resultados académicos que superan en un 25% al promedio de los establecimientos comparables. El liceo no tiene copago ni selección. Difícil en un pueblo de apenas 3.000 familias en la región más pobre de Chile.

Los profesores del liceo se sienten orgullosos de sus salas de clases y de saber que el trabajo bien hecho es valorado. Los apoderados se involucran al ver que sus ideas y propuestas tienen acogida en un cuerpo docente comprometido. Todo esto nace y se construye en torno al anhelo de excelencia y al liderazgo de alguien con una visión capaz de despertar y motivar a los que colaboran en la misión de entregar la mejor formación a sus alumnos.

No hay nada más fuerte que el anhelo de excelencia en el espíritu humano. Los éxitos de la humanidad en todos los niveles no son más que la suma de los esfuerzos de espíritus sublimes. Lo más interesante es que esto no está reservado para unos pocos elegidos. Al contrario, la excelencia puede estar en todas las personas. Pero para despertarla y avivarla es fundamental un liderazgo que parta por reconocerla y que busque las formas de potenciarla.

Este es justamente el gran problema de la reforma educacional en curso. De llevarse a cabo, el Liceo Politécnico de Pitrufquén tendría que cerrar sus puertas. Las deudas que financiaron la construcción de sus salas de clase y del internado gratuito para alumnos de zonas rurales no pueden traspasarse a una fundación sin fines de lucro. Tampoco es viable transformarlo en un colegio privado.

Casos como estos hay muchos. Más de los que el ministro Eyzaguirre nos quiere hacer creer. No es de extrañar que el gobierno cuestione la veracidad de ejemplos como este o que argumente que estos casos no reflejan la realidad nacional.

En el imaginario de la reforma educacional subyace una concepción errada del ser humano, en la que la excelencia y el altruismo no son características propias de la sociedad civil. Los sostenedores se entienden como personas sin escrúpulos y avaros. Los profesores, como empleados inermes, y los padres, como personas superficiales y brutas, cuyo involucramiento se desdeña frente al rol instructivo del Estado. Ahí está el principal problema de la reforma. ¿Por qué el gobierno construye una reforma sobre tal visión del ser humano? En la respuesta está lo más triste del asunto, pues al fin y al cabo tiene una profunda desconfianza en las personas. Una desconfianza que aplasta nuestra capacidad creadora, la cual no sólo es constitutiva del progreso y desarrollo de la humanidad, sino también de lo más propio de la naturaleza humana.

Juan Ignacio Eyzaguirre
Miembro directorio de Cientochenta

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.