El primer científico de la historia no fue Pitágoras
<P>Un autor italiano busca desempolvar la figura de Anaximandro: en el 600 a.C., este griego fue quien verdaderamente sentó las bases para la teoría de la evolución y la organización del Universo.</P>
NI GALILEO GALILEI (muerto en 1642), que fue el primero en introducir la experimentación en la ciencia, ni Isaac Newton (1727), el fundador de la física moderna, ni Arquímides (212 a.C.), el más grande científico de la antigüedad. Tampoco Pitágoras (507 a.C.), el primero en usar las matemáticas para comprender la naturaleza y el más antiguo de todos. Ninguno de ellos, sostiene una novedosa investigación, está en condiciones de arrogarse el título de primer científico de la historia. Décadas antes del matemático, otro griego fue capaz de establecer con sorprendente claridad la verdad tras el origen de las especies y los fenómenos climáticos, restándole poder a la figura de los dioses.
Eso es lo que propone el académico del Centro de Física Teórica de la Universidad del Mediterráneo, en Francia, Carlo Rovelli, en su libro El primer Científico: Anaximandro, donde asegura que fue este personaje, nacido alrededor del año 600 a.C., quien realmente sentó las bases de varias de las mayores y más revolucionarias teorías que se mantienen casi intactas hasta nuestros días.
Y todo eso, gracias a su agudo escepticismo y a haber nacido en el lugar preciso. No se sabe mucho sobre los orígenes de Anaximandro, aunque se cree que venía de una familia acaudalada. Lo que sí se sabe es que vivió en la ciudad griega de Mileto (hoy correspondiente a una provincia de Turquía), considerada por los historiadores como la cuna del pensamiento filosófico, y que eso determinó gran parte de lo novedoso de sus propuestas. Mileto, como describe Rovelli en su libro, "era una ciudad floreciente, con ciudadanos libres en el centro de una cultura cosmopolita, próspera y en una fase de extraordinario auge artístico, político y cultural". La razón, señala el autor a La Tercera, es que Mileto era el centro del intercambio comercial (de la Grecia antigua) y por eso estaba abierta también al intercambio de ideas. "Al mismo tiempo, era una ciudad libre, sin un rey o sacerdotes poderosos. Esta combinación era única y ciertamente favoreció el comienzo del estudio racional de la naturaleza", dice.
Fue en este lugar donde Anaximandro, quien fuera discípulo de Tales de Mileto (considerado el primer filósofo occidental y autor del teorema que lleva su nombre), comenzó a observar a su alrededor y a hacer anotaciones, que lo llevaron a detallar, entre otras genialidades, cuál era el verdadero ciclo del agua, que hoy niños de todo el mundo estudian en la enseñanza básica sin saber quién fue realmente su autor. La lluvia que cae, se evapora en los ríos y el mar debido al calor del sol, proponía Anaximandro, y luego es transportada gracias al viento, donde se convierte en nubes y vuelve a transformarse en lluvia que cae. Lógico, se piensa hoy, pero en ese momento, la idea era muy reprochada.
En la Grecia antigua, la lluvia venía de Zeus, el viento de Eolo y era Poseidón quien agitaba las olas del mar. Antes del siglo VI a.C., la sola idea de que estos fenómenos no estuvieran controlados por la veleidad de los dioses era impensada, y según asegura Rovelli, la revisión historiográfica asegura que antes de esa fecha, nadie se había atrevido a postular lo contrario. Es de suponer, entonces, el revuelo que en ese momento causó la noción de una naturaleza controlada por su propia lógica. Rovelli asegura que Anaximandro "no atacó realmente a los dioses, sólo los ignoró en su búsqueda de explicaciones". A pesar de ello, la sociedad no reaccionó bien, tal como lo prueban los problemas que enfrentaron Anaxágoras y Sócrates, que posteriormente siguieron su línea de pensamiento.
Otra de sus teorías revolucionarias fue proponer que todos los animales provenían de una misma criatura viviente, que inicialmente habitó el mar. Diferentes formas de esta criatura se trasladaron a la tierra a medida que ésta se fue secando y se adaptaron a la vida en superficie. El ser humano, tal como lo conocemos, decía Anaximandro, no podía ser la primera forma de vida, ya que los bebés no son autosuficientes y es imposible que alguno se desarrollara sin un cuidador que lo alimentara y lo protegiera del frío. Este es el claro inicio de la teoría de la evolución de las especies y la selección natural, que sólo vino a ser reactivada con la publicación del libro de Darwin en 1859, e incluso en ese momento la teoría no fue de fácil introducción.
Pero quizás una de las conclusiones más sorprendentes a las que llegó Anaximandro fue la noción, absolutamente novedosa para su época, de que la tierra estaba suspendida en el espacio y que había cielo sobre y bajo ella. ¿Cómo llegó a esta idea?, se pregunta Rovelli. Fácil, se responde, al menos para este científico que contaba con los instrumentos adecuados. A Anaximandro se le atribuye la introducción del gnomon al mundo griego, una varilla colocada verticalmente sobre el suelo, que puede determinar la posición del sol midiendo la sombra proyectada por la varilla. Algo así como un reloj solar que llevó a Anaximandro a darse cuenta de que el sol se movía y que la única explicación para que éste apareciera en el este y desapareciera en el oeste, era que la Tierra estuviera rodeada de espacio y desarrollara una relación de traslación con el sol. Por supuesto, en ese momento se creía que era el sol el que giraba alrededor de la Tierra, pero la semilla de la verdadera organización del Universo ya estaba ahí.
Sin importar los motivos que puede haber tenido Anaximandro para postular estas teorías, desconocidos hasta la fecha y que lo hacen ser postulado hoy como el primer científico de la historia, su método no tenía nada que ver con la forma en que concebimos la ciencia moderna. Elementos esenciales están ausentes, como la búsqueda de leyes matemáticas tras los fenómenos de la naturaleza, una idea que sólo aparecerá en la generación posterior a Anaximandro, de la mano de Pitágoras. Otro concepto ausente es la idea de la experimentación. El griego era un observador, que por ese entonces tenía validez en sí mismo, como lo confirma a La Tercera Daniel Graham, del Departamento de Filosofía de la Universidad Brigham Young, en Estados Unidos, y experto en el tema: "Los filósofos jonios creían en la observación, a pesar de que no manejaban el concepto de experimentación. Eran mejores proponiendo teorías que probándolas, pero sí tenían idea de cómo usar la observación para verificar o refutar una teoría".
Por supuesto, no se puede culpar a Anaximandro de esta "falta" de rigor: pasarían más de 2.000 años para que madurara la idea de la experimentación científica, que sólo arribó con el trabajo de Galileo Galilei, momento desde el que se convertiría en la piedra angular de la ciencia moderna.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.