El rockstar de la felicidad
<P>La gente lo toca y le saca fotos. Hasta le pasa a sus guaguas para que las tome en brazos. Así es la vida del monje budista, vegetariano y célibe que tiene el cerebro más desarrollado en las zonas relacionadas con el bienestar y las emociones positivas. Un día en la apretada agenda de Matthieu </P> <P> Ricard, "el hombre más feliz del mundo".</P>
SON las 8.30 de la mañana del viernes 25 de abril y Matthieu Ricard es el único de la comitiva que está en el patio del Colegio Marqués de Ovando, en la comuna de Pedro Aguirre Cerda, que no reclama por las bajas temperaturas. Su túnica de algodón rojo y amarillo, similar a la que usa el Dalai Lama, es lo único que lo protege. "¿No tiene frío?", le pregunta la experta mexicana en sicología positiva, Margarita Tarragona. "Yo vivo en los Himalayas, para mí esto es como una ola de calor", dice sonriéndole.
También les sonríe a las apoderadas del colegio que lo persiguen con cámaras y al tumulto de niños que lo toman de la mano para guiarlo a través de los pasillos. Les sonríe a las profesoras que quieren tomarse fotos con él y al director del colegio, que se lo arrebata a la multitud porque no aguanta las ganas de contarle cada uno de los detalles del Departamento de Relaciones Saludables y Felicidad del Marqués de Ovando, una instancia que funciona hace dos años y que potencia la sana convivencia en el colegio. Si el monje entendiera claramente español, podría leer que las decenas de cartulinas multicolores que lo esperan pegadas en las paredes hablan de felicidad. Probablemente, también sonreiría.
Matthieu Ricard es conocido como "el hombre más feliz del mundo", título que se ganó tras la publicación del estudio del neurocientífico Richard Davidson que analizó a cientos de monjes tibetanos para ver qué ocurría exactamente en sus cerebros cuando meditaban. El hallazgo fue que producían ondas gamma, relacionadas con la conciencia, la atención, el aprendizaje y la memoria, pero también con los afectos positivos y el bienestar. En el caso de Ricard, el nivel de estas ondas era inusual, "nunca antes reportado en la literatura neurocientífica", dice Davidson, el investigador. Desde ese momento, Ricard, que logró ese particular funcionamiento cerebral gracias a decenas de miles de horas de meditación, se convirtió en un fenómeno mundial. Es precisamente esa la razón que lo trajo por primera vez a Chile como expositor del III Encuentro de Relaciones Saludables y Felicidad, organizado por el Instituto del Bienestar el fin de semana pasado.
"No soy tan famoso, comparado con otra gente", dice, siempre entre risas. Pero aunque no le guste o aunque para la vida de silencio y meditación de un monje budista la exposición mediática sea más bien una molestia, la fama de Ricard es innegable. Al monje le toca lidiar durante nueve meses del año con miles de personas que, tras sus charlas en diferentes puntos del globo, quieren tocarlo, escucharlo de cerca o simplemente tomarse fotos con él. Wenceslao Unanue, uno de los miembros de la comitiva que lo trajo a Chile, dice entre risas: "Lo hubieras visto ayer: la gente le pasaba sus guaguas para que las tomara en brazos y él no entendía nada".
La jornada de Ricard comienza temprano. A las siete de la mañana ya tomó desayuno en el Hotel Marriott y regresa a su habitación, donde descansa en silencio algunos minutos y pronto toma una van para dirigirse a Pedro Aguirre Cerda. La imagen obvia de un monje budista lo recrea sentado, meditando entre las montañas, lejano de toda preocupación mundana. Por eso sorprende que Ricard aproveche el taco de la hora peak de la mañana para sacar su Mac amarillo y trabajar en la presentación que dará más tarde en la Universidad Adolfo Ibáñez. De la misma bolsa de tela sale un smartphone que usa para grabar la diablada que bailan para él los niños en la zona poniente de Santiago. El caso del monje también es atípico en otros sentidos.
Matthieu Ricard tenía todo lo que, objetivamente, podía necesitar para ser feliz y exitoso. Hijo del connotado filósofo francés Jean-François Revel y la artista Yahne Le Toumelin, tuvo una juventud llena de comodidades en una casa por la que circulaban intelectuales y personalidades francesas relevantes, como Luis Buñuel o Henri Cartier-Bresson, quien le enseñó fotografía. Se doctoró en genética molecular en el Instituto Pasteur y estaba a punto de comenzar la que obviamente sería una espléndida carrera. Sin embargo, en 1972 una sensación molesta comenzó a agobiarlo. "No sabía hacia dónde iba. ¿Quería realmente vivir una vida así, con esa falta de claridad?". No. Ese mismo año abandonó todo y se fue a los Himalayas. Desde entonces vive en el monasterio Shechen, en Nepal, y desde 1989 acompaña al Dalai Lama, como su intérprete personal al francés y al tibetano.
Durante los tres meses que, según él, puede vivir en paz al año, su jornada es la misma día tras día. "Me levanto alrededor de las 4:30 de la mañana y hago una sesión de meditación hasta las 7:30. Miro los pájaros, las montañas. Luego almuerzo algo muy simple. Después de comer estudio algunos libros tibetanos. Más tarde trabajo durante una o dos horas en mi último libro -un volumen de 200 páginas sobre la relación de los humanos con los animales, que está a punto de terminar. Entre las tres y las seis hago otra sesión de meditación y luego me tomo un descanso, en que aprovecho de mirar la naturaleza. Finalmente, me voy a la cama alrededor de las nueve de la noche".
¿Algo de espacio para conectarse de alguna forma con lo que ocurre fuera del monasterio? Otra vez, se ríe: "Mi habitación es de dos metros por tres. Difícilmente ahí cabe una televisión y ciertamente no quiero eso. Tampoco tenemos conexión a internet". Ricard además es célibe hace más de cuarenta años y dedica buena parte de su tiempo a obras sociales en Nepal y en el Tíbet e India: "Tengo más de veinte mil hijos. Claro, no son míos, pero soy igual de feliz con ellos. ¿Por qué querría otra vida?".
Matthieu Ricard habla de todo y con todos. En esos momentos aprovecha de introducir su agenda en las conversaciones. Si bien es monje, también es científico y eso se nota: siempre hace referencia a estudios de punta de universidades prestigiosas, a través de los cuales impulsa los temas que se han convertido en su marca registrada: la importancia de la compasión y el altruismo para alcanzar una vida feliz.
Sus intenciones son mucho más políticas y tangibles de lo que cualquiera podría pensar. El monje es el fundador de Karuna-Shechen, organización de caridad que busca transformar la compasión en obras concretas. Desde el año 2000, la institución desarrolla programas de salud primaria, educación y servicios de atención social para las poblaciones más pobres de India, Nepal y el Tibet. Algunos de los proyectos más recientes incluyen una clínica, construcción de colegios, instalación de electricidad solar y programas de educación no formal para las mujeres pobres en India. El dinero para todo esto proviene, en gran medida, del mismo Ricard, a través de las charlas que realiza por el mundo y las ventas de sus libros, entre los que están Bhutan; the land of serenity, The art of happiness y The art of meditation, que se han convertido en best sellers mundiales.
Según el francés, la felicidad es algo que hay que desarrollar internamente, pero recalca que las condiciones materiales también son claves. "En el mundo tenemos más de un billón y medio de personas bajo la línea de la pobreza, y uno de nuestros principales desafíos debería ser reducir las inequidades. Pero cualquier situación de pobreza puede mejorar si mejora la forma en que funciona tu mente. Yo he trabajado en áreas muy pobres de Delhi y he visto que hay muchas personas muy felices ahí. Sin embargo, quiero ser sumamente claro: no porque se sientan felices hay que dejar que se queden en esas condiciones. Sólo queremos que la gente entienda que la calidad de su experiencia interior siempre hará una diferencia y que a la vez, debemos trabajar en mejorar sus condiciones materiales", concluye ahora serio, a punto de llegar a su próxima actividad del día, una publicitada charla en la Universidad Adolfo Ibáñez.
A los estudiantes en general cuesta llevarlos a clases, pero ese día, en el auditorio de la Universidad Adolfo Ibáñez, en Peñalolén, hay más de 600, una buena parte sentados en el suelo y las escaleras para poder escuchar al monje. "Nunca había venido tanta gente a una charla", comenta una de las organizadoras del evento. Eso da cuenta del arrastre que tiene Ricard o quizás, de la imperiosa necesidad de alcanzar la felicidad a través de una receta.
Al terminar la exposición "En defensa de la felicidad", salpicada de datos sobre la importancia del altruismo para el desarrollo de las naciones e intervenciones que provocan risa entre el público, el auditorio se abalanza sobre el monje, para hacerle preguntas. La más común: "¿Cuáles son las claves de la felicidad?". Todas las respuestas tienen que ver con la compasión, el altruismo y la necesidad de enfocarse en el presente y no estar angustiado por lo que ya ocurrió o lo que puede pasar.
Ricard logra escapar del tumulto, sonriendo. Va de vuelta al Hotel Marriott, donde podrá disfrutar de su primera tarde libre de la semana. Durante el almuerzo introduce otro de sus temas preferidos: el respeto por los animales. Ricard no come carne y para almorzar pide una ensalada de tomate, lechuga y quesillo, seguida de pastas rellenas con verduras. Todo eso acompañado de enormes vasos de jugo de chirimoya, una fruta que descubrió el día anterior y que parece haberse convertido en su favorita. No le incomodan los platos carnívoros de los otros expositores del encuentro que se sientan a la mesa, como el economista y sicólogo Wenceslao Unanue, Margarita Tarragona, Alejandro Adler, de la Universidad de Pennsylvania, o José de Jesús García, director del Centro de Estudios sobre el Bienestar en la Universidad de Monterrey. Los primeros días de su visita todos trataron de seguir su dieta vegetariana, pero ya al final de la semana perdieron los escrúpulos, aunque no dejan de sentirse ligeramente culpables al escuchar las palabras que repite Ricard cuando le preguntan por su vegetarianismo: "Es simple: yo no me como a mis amigos. ¿Tú sí?".
Antes de irse a su pieza a trabajar por un par de horas en su libro, comenta que ya no está tan seguro sobre su anonimato. "Bueno, sí, quizás soy un poco famoso, pero es por todo esto de ser llamada la persona más feliz del mundo. Pero cuando estoy en mi ermita, en Nepal, la vida no es así. No tengo nada que perder o ganar con la fama, excepto que así tengo la posibilidad de compartir ideas y encontrar ayuda para algunos proyectos humanitarios. Si esto se acaba mañana, no pasa nada, porque no voy a desfiles, no vendo discos, nada depende de si soy famoso o no. A pesar de que es extraño a veces, es agradable cuando la gente viene hacia ti con una sonrisa. Estoy seguro de que mucha gente me ve y piensa 'ya viene este monje loco y calvo', pero no te lo dicen porque son amables. Aun así, estoy seguro de que muchos piensan que soy la persona más estúpida del mundo", dice y luego sonríe.
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