El talento para correr que nos impulsó a evolucionar

<P>En una frenética carrera mano a mano, la mayoría de los animales nos vencen. Pero la habilidad de perseguir a una presa a paso moderado y por largas distancias es una habilidad para la que nuestro cuerpo se adaptó hace miles de años y que nos ayudó a imponernos como especie.</P>




Craig Foster, codirector del documental El gran baile: la historia del cazador, aún recuerda la escena que grabó hace 10 años en el desierto africano de Kalahari. El realizador es uno de los pocos occidentales que ha presenciado en vivo una práctica que, según los científicos, ofrece una vistazo antropológico único a los orígenes del hombre. "Verme trasladado hacia atrás en el tiempo y presenciar el diseño original humano fue extraordinario. Me hizo darme cuenta de quiénes somos y para lo que fueron diseñados nuestro cuerpo, cerebro y alma", indicó al sitio web de la cadena ESPN.

La toma que Foster registró mostraba a Karoha -un miembro de la tribu ¡Xo San- acercándose de forma pausada pero segura a su presa, una especie de antílope al que persiguió hasta, literalmente, matarlo de cansancio. No fue una persecución frenética, sino que se prolongó por varias horas y bajo un sol sofocante que calentaba la arena a 46 °C. El documental fue el primer registro filmado de esta práctica llamada cacería de persistencia y sentó las bases iniciales de una teoría que hoy ya tiene bastantes seguidores: la del "hombre corredor".

De acuerdo con esta corriente, nuestro dominio como especie se debe a un atributo que fue ignorado por décadas: la capacidad de correr a paso moderado por largas distancias. En otras palabras, esta costumbre de los ¡Xo San -y que antiguamente practicaban aborígenes australianos e indios Navajo de EE.UU.- revela que en lo que se refiere a movimiento humano la velocidad no fue el talento primordial que nos hizo sobrevivir, sino que fue la capacidad de resistir físicamente durante períodos prolongados.

Un talento que, pese al paso de los milenios, no hemos perdido. Así lo muestra un reciente experimento organizado por la revista dedicada al aire libre Outside. La publicación reunió en un coto de cacería de Nuevo México (EE.UU.) a nueve hombres -incluyendo a varios destacados maratonistas de Kenia y Etiopía-, con el fin de probar esta teoría. La misión era perseguir a un antílope de una especie considerada como el segundo animal más veloz del mundo.

Tras dos horas y media, y bajo una temperatura de 34 °C, los "cazadores" lograron acercarse lo suficiente como para ver los músculos de los hombros del animal moviéndose. Si hubieran tenido un arma o una lanza podrían haberlo abatido fácilmente. En el libro Nacidos para correr, publicado en 2009 y que aborda la ciencia e historia de las carreras de resistencia, Dan Lieberman -profesor de evolución humana de la U. de Harvard- afirma que esta capacidad es un antiguo vestigio del talento que nos hizo progresar como especie: "Si te mantienes lo suficientemente cerca de un antílope como para que éste te vea, éste seguirá corriendo a toda velocidad. Pero después de 10 o 15 km, sufrirá de hipertermia y morirá".

Correr para vivir

A mediados de los 90, Dennis Bramble -biólogo evolutivo de la U. de Utah- se interesó en este tema luego que uno de sus estudiantes publicara el primer estudio que planteaba la conexión entre evolución, fisiología humana y correr. La teoría decía que los Australopithecus se alzaron en dos pies no para portar armas o recolectar frutas, sino que para expandir sus pulmones y así respirar y correr mejor. Esta idea hizo que Bramble visitara a Lieberman, quien estudiaba a animales que no eran grandes corredores: ambos se iluminaron al ver cómo un cerdo no lograba estabilizar su cabeza mientras corría en una trotadora.

De esta forma descubrieron que los cerdos y otros animales carecen de un factor presente en el cuello de humanos, caballos y perros, todos destacados corredores de distancia: un ligamento que estabiliza el cráneo si el cuerpo se mueve a alta velocidad. Y ese fue sólo uno de los 26 rasgos morfológicos relacionados con correr y que fueron publicados en un famoso estudio de 2004. "De la cabeza a los pies, todo funciona perfecto. Evolucionamos para correr", señaló Lieberman a ESPN.

¿Otros ejemplos de adaptación? Nuestra cintura estrecha nos permite balancear brazos y piernas en línea recta al correr, mientras que si nuestros dedos fueran 20% más largos requeriríamos el doble de energía simplemente para empujar y levantar los pies del suelo. Además, a diferencia de los chimpancés, nuestras piernas y pies poseen numerosos ligamentos y tendones esenciales para correr. Algo similar ocurre con los músculos de los glúteos, los más grandes del cuerpo y que balancean nuestro pecho al correr y evitan que caigamos de boca al suelo.

Los científicos indican que otra clave es que nuestras piernas tienen fibras de contracción más lenta, lo que nos hace resistir por más tiempo una carrera de distancia, más que la mayoría de los cuadrúpedos. Además, tenemos tres millones de glándulas sudoríparas que enfrían nuestro cuerpo con transpiración. En cambio, un antílope que corre 15 minutos con un tupido pelaje, debe recurrir al jadeo para liberar el calor generado por el esfuerzo físico: de hecho, la mayoría de los animales desarrolla hipertermia -algo muy similar al golpe de calor- tras 10 ó 15 km.

Un ejemplo de la efectividad de esta estrategia, dijo Lieberman en un artículo de Harvard, es que los humanos comenzaron a integrar carne a nuestra dieta hace 2,6 millones de años, mucho antes de que creáramos armas avanzadas, como el arco y la flecha, que aparecieron 50.000 años atrás. Según el experto, la aparición hace 2 millones de años de adaptaciones físicas que no tuvieron gran impacto en el caminar, pero sí en las carreras de distancia, muestran que la carrera de resistencia nos volvió cazadores.

"Las carreras de largo aliento son parte de una serie de cambios que nos hicieron humanos. Somos terribles atletas en términos de poder y velocidad, pero somos fenomenales a un ritmo lento y sostenido. Somos las tortugas del reino animal", afirma Lieberman.

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