En la charla del señor Cuevana
<P>El único chileno que ha participado en Cuevana, sitio argentino de películas online, ha sido Christian Alvarez, hasta que un día HBO lo demandó por $ 500 millones. Para no llegar a juicio, debió comprometerse a hacer charlas a alumnos de cuarto medio sobre lo que más sabe: arte y cine. Lo acompañamos a la primera clase.</P>
Christian Alvarez nunca había estado detenido. No conocía el Centro de Justicia ni había conversado con alguien de la PDI. Ni siquiera le habían sacado un parte. Pero el martes 13 de marzo, a las siete de la mañana, cuatro hombres de civil, uniformados con chaquetas azules y letras amarillas, llegaron a buscarlo a su casa. Juan, el padre de Christian, entró a su pieza y lo despertó.
-Los ratis te están buscando.
Lo primero que pensó fue que algún amigo se había metido en problemas. No se imaginó que su colaboración de dos años en Cuevana, sitio argentino de películas gratuito en internet, era la razón por la que cuatro policías daban vuelta toda su casa.
Christian prendió la luz de su velador, se vistió y miró los 198 discos de películas, fotos y música apilados sobre su mesa.
-¿Qué tiene adentro de los CD? -preguntó un policía.
-De todo.
-¿Cómo que de todo?
Christian respondió:
-De lo que quieras hay.
La primera vez
Son las nueve de la mañana del 15 de noviembre y 20 alumnos del cuarto medio A del Centro Educacional Pudahuel están sentados en una sala a medio iluminar. Frente a ellos, Christian Alvarez trata de hacer funcionar un proyector. Luego de algunas pifias de los alumnos, Christian les pide silencio y comienza a hablar.
-Les contaré por qué estoy acá -dice-. En marzo, una empresa me demandó por 500 millones de pesos, por el delito de violar su propiedad intelectual. No pasó nada y quedé libre, pero me pidieron que hiciera una charla. Acá estoy.
Hace ocho meses, Alvarez fue detenido -durante un día- por ser el supuesto administrador de Cuevana en Chile. La cadena HBO interpuso en el Ministerio Público una demanda por un millón de dólares, la que en mayo terminó en una suspensión condicional del procedimiento y con el compromiso de Christian de hacer dos charlas a colegios en Pudahuel, comuna donde vive. En un comienzo, las charlas serían sobre propiedad intelectual, pero el fiscal a cargo determinó que no era apropiado hablar de eso a alumnos de cuarto medio.
Christian usa el pelo hasta los hombros y jeans cortados a la rodilla. Aparenta tener más de 26 años. Habla con soltura y se ve relajado frente a los alumnos, aunque es la primera charla que da en su vida.
Mientras los alumnos conversan, Christian abre el primer video que mostrará esa mañana. En la pantalla aparece un punto azul pálido: la Tierra desde 6.000 millones de kilómetros. El planeta se ve como un simple pixel en la pantalla. De fondo se escucha el comentario del astrónomo Carl Sagan, quien dice que hay que conservar ese punto, donde está lo único que conocemos. Los alumnos están en silencio. Alvarez deja las luces apagadas y comenta:
-Con este video les quiero demostrar que, a pesar de que tenemos tecnología y otras cosas, somos frágiles. Como un punto.
Otra vez, silencio.
Antes de ser conocido como el único chileno dentro del equipo de Cuevana, Christian había estudiado en el Instituto Nacional y, luego, Geología y Trabajo Social en la Universidad Católica, entre 2004 y 2007. Por problemas económicos y falta de motivación, dejó ambas carreras. Su primer computador lo compró en 2007, con el dinero de una beca de estudios del municipio de Pudahuel. Hace dos meses se retiró de un magíster de Arte en la Chile, por falta de dinero.
Luego de trabajar como conserje en un edificio en Maipú -y con la ayuda de sus padres-, en 2009 juntó el dinero para estudiar Estética, también en la UC. Ese mismo año se tropezó con Cuevana.
"Un conocido tenía un blog e hizo una reseña a la película 500 días con ella. Entre los comentarios, alguien mencionó un sitio donde ver gratis la película: era Cuevana", cuenta.
Christian sabía de películas. Había tomado un ramo de cine en la universidad y veía muchas películas semanales. Las sacaba de la biblioteca o les pedía a amigos.
"Un día me metí a la página y vi un aviso que decía 'Buscamos colaboradores'. Quería hacer críticas de cine, me servía para que la gente me retroalimentara. No era remunerado. Tú te metías a Cuevana y te dabas cuenta de que era la página de unos amigos, no una empresa. Le escribí a Tomás Escobar, encargado del sitio, y me dijo que cuando quisiera colaborara. Me dio la clave de acceso y entré a escribir".
La primera reseña que Alvarez hizo fue a Ratatouille. A comienzos de 2010, cuando Christian se integró oficialmente a Cuevana, sólo trabajaban ocho personas en el sitio. Todos argentinos. Las visitas a la página no superaban las 600 mensuales. Hoy la visitan más de dos millones de personas cada 24 horas.
"Mientras hacía las reseñas, empecé a ver cómo se conseguían las películas en el sitio. Usaban enlaces de Megaupload y ponían los subtítulos manualmente. Me preocupé de subir películas chilenas y de cine arte".
Para subir una película, Christian tardaba 10 minutos si el enlace ya estaba en internet. Si él debía convertir el formato de la película, eran seis horas. La primera película que subió fue La doble vida de Verónica, dirigida por el polaco Krzysztof Kieslowski.
Detenido por un día
Esa mañana del martes 13 de marzo, la PDI estuvo en la casa de Christian por media hora. Revisaron su pieza y se llevaron los discos, su computador y sus cuatro memorias externas. "En el velador tenía un fajo con 500 lucas, porque en mi trabajo en la revista de estética de la UC me habían pagado lo que me debían hacía un año. Un PDI lo agarró y me preguntó si esas eran mis ganancias en Cuevana. No me pude aguantar la risa".
Mientras esto pasaba, Silvia Rojas, madre de Christian, preparaba un bolso con una toalla, una frazada y un termo con té. Lloraba.
-¿Qué hiciste? -le preguntó Silvia a su hijo, mientras él caminaba escoltado hacia la puerta.
-Nada malo. Tienes que estar tranquila, porque ya voy a volver.
Christian llegó a las 8.30 de la mañana a la Brigada Investigadora de Delitos de Propiedad Intelectual de la PDI, en Macul. Luego de declarar, fue llevado al Centro de Justicia, donde tuvo que esperar hasta las dos de la tarde para testificar de nuevo. Todas esas horas estuvo sentado, solo, excepto cuando algún guardia se acercaba a preguntarle por el caso.
"Tenía que verme más grande frente a los que me culpaban, echarles en cara lo que sabía. Les contestaba todo. Con el paso de las horas, los guardias fueron buena onda. Hasta me preguntaron qué opinaba del Presidente".
La audiencia fue a las cinco de la tarde de ese mismo día: le dijeron que quedaba libre, pero con arraigo nacional y sin derecho a entrar a Cuevana por un año. Sus compañeros de trabajo de la empresa de informática Social Web lo fueron a buscar al Centro de Justicia y lo llevaron a un evento de un cliente en Vitacura, para que comiera algo. A las nueve de la noche volvió a su casa.
"Estábamos comiendo con mi marido cuando vimos a Christian entrar a la casa. Le di las gracias a Dios porque estaba de vuelta", cuenta Silvia. "Lo que pasa es que él sabe muchas cosas, el computador queda chico al lado de su mente".
Según Christian, un mes antes de su detención había dejado de subir contenidos en Cuevana. "Me informé en medios argentinos de que se acusaba a Cuevana de un probable lucro ilícito. Me entraron muchas dudas y preferí desligarme. Era algo contrario a mi ética, porque yo quería difundir un contenido artístico, no ganar plata con eso".
Qué pena tu vida
En la pantalla hay ahora un retrato de Napoleón, hecho por Jacques-Louis David. Christian les pregunta a los alumnos qué opinan del retrato y, tímidamente, un escolar dice que le gusta la imagen. Otro, sentado en la última fila, dice que Napoleón usaba pantalones pitillos. Todos se ríen, incluso Christian.
La siguiente obra es Nacimiento de América, de Roberto Matta. Les dice que es uno de los mejores artistas chilenos, pero nadie parece conocerlo. Pasan los minutos y los alumnos del liceo ponen cada vez más atención a lo que dice Christian. Les muestra cuadros de Picasso y Kandinsky, hasta que una frase rompe el esquema del charlista.
-Qué pena tu vida- grita un alumno en la mitad de la charla.
-¿Por qué me dices eso? -pregunta Christian, asombrado.
-Qué pena tu vida -repite el alumno, apuntando a la pantalla.
En el proyector se ve una carpeta del computador de Christian. En ella está el link de la película chilena Qué pena tu vida, dirigida por Nicolás López. Alvarez mira hacia atrás y decide mostrarles algunas partes de la película. Los diálogos no se escuchan con claridad, por el ruido de las micros que pasan por la calle San Pablo y los gritos que llegan desde el patio. Aun así, todos miran con detención la pantalla.
"El arte puede estar en un cuadro, una película o una canción. Lo importante es el conocimiento, saber en qué estamos parados. Si supiéramos más, tendríamos más herramientas para sobrevivir". Antes de terminar su charla, Christian pone la canción de un rapero mapuche. De nuevo, todos los alumnos están atentos.
"Gracias por el tiempo, de verdad se los agradezco". Los alumnos aplauden con ganas, mientras Christian sonríe. "¿Tienen alguna pregunta o quieren irse nomás?". La respuesta es unánime: "irnos".
Sin arrepentimientos
Christian está sentado en su pieza. Sus cosas están desordenadas, pero todas de vuelta: le devolvieron su computador, sus memorias externas y sus 198 discos, después de dos meses de estar retenidos.
Cuando dejó Cuevana, en febrero, ni siquiera se despidió de ellos. Pero cuando fue detenido en marzo, supo que le habían dado apoyo público a través de foros de internet, aunque nunca más hubo contacto directo. "Entiendo que no se hayan comunicado conmigo después de la detención, quizás pensaban que mi correo estaba intervenido o algo así", dice.
Ha pasado una hora desde su charla. Ya en su casa está relajado, pero no deja de pensar en algo. "Me da miedo haber hecho mal la charla, que los cabros hayan perdido tiempo en algo que no les sirva", declara. Tiene un par de charlas más, que fueron postergadas para el 2013.
Hay algo que sí tiene claro: "No me arrepiento de nada de lo que hice. Quizás me arrepiento de no haberme informado más, no haber prevenido lo que sucedió". Mientras mira su computador, comienza a reírse. "Ni siquiera usaba la página para ver películas, porque la encuentro muy lenta".
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.