Ensayo: La compleja evolución en los costos de energía




LOS PRECIOS de la energía en Chile son -desde hace un tiempo hasta ahora- una preocupación permanente por sus efectos en la competitividad de los productos y servicios que exporta el país. Así, hoy por hoy, nos encontramos entre los países con mayores costos de energía eléctrica en el mundo. En este contexto vale la pena hacer un análisis histórico de su evolución. En primer lugar, aclaremos lo que se entiende por precio de la energía eléctrica. De acuerdo con nuestra legislación, el sistema de determinación de precios corresponde al "marginalista"; esto significa que son los costos marginales de producción de energía los que dan cuenta del nivel de precios del sistema eléctrico. Estos corresponden al costo de producir el último megawatt-hora requerido para suministrar el total de la demanda instantánea de energía.

Sin embargo, cabe señalar que este tipo de tarificación funciona cuando los sistemas eléctricos se encuentran adaptados, es decir, que la demanda total del sistema pueda ser abastecida por centrales eficientes y las unidades que operan con petróleo sólo se utilicen en las denominadas horas de punta y para emergencias como fallas de otras unidades. De lo contrario, en caso que se requieran unidades diésel operando la mayor parte del tiempo, el costo marginal no es más que una falacia que sólo favorece a los generadores que son propietarios de plantas eficientes. Pero ello podría ser tema para otra columna.

Así, lo importante para estos efectos es el costo de operación de la central más cara que esté despachada para abastecer la demanda de los clientes. Con este antecedente, analicemos lo ocurrido en los últimos 20 años.

En el período previo a la llegada del gas argentino a Chile, el total de la demanda de los clientes era abastecida la mayor parte del tiempo por las centrales hidráulicas (las de menor costo de operación) y por las centrales a carbón, que eran las que marcaban el costo marginal. En ese período los costos marginales oscilaron entre US$ 40 y 60 por megawatt-hora. Posteriormente -y gracias al acuerdo de interconexión gasífera con argentina, suscrito en el período de gobierno del ex Presidente Frei Ruiz-Tagle- contamos con gas natural barato, ya que el gobierno argentino de la época accedió a venderlo al mismo precio que se comercializaba internamente en ese país, desencadenando en Chile una mayor competencia en el mercado y un auge de inversiones en centrales de ciclo combinado que utilizan este combustible. Así, dichas plantas desplazaron en la operación a las centrales a carbón durante parte importante del tiempo y fueron éstas las que marcaron los costos marginales. En este período, como puede verse en el gráfico, los costos marginales tuvieron sus mínimos históricos, principalmente desde 2000 a 2004 cuando las unidades de ciclo combinado operaban a toda su capacidad.

Sin embargo, a partir del año 2004, el gobierno argentino comenzó a poner restricciones a las exportaciones de gas a Chile, lo que a partir de 2007 se tradujo en una casi nula exportación hacia nuestro país. Estas restricciones a las exportaciones de gas impuestas por los últimos gobiernos trasandinos obligaron a que ese combustible fuese remplazado por petróleo diésel con un costo varias veces superior, y por lo tanto, aumentó significativamente los costos de generación, y consecuentemente elevó los precios de la energía. Desde ese entonces, 2007, parte importante del tiempo las centrales que marcan el costo marginal son aquellas que utilizan petróleo diésel, situación que se empeoró por las sequías que han afectado al país y el consecuente déficit de energía hidroeléctrica (económica). En este ya largo período (más de cinco años), los costos marginales se han mantenido por sobre los US$ 150 por megawatt-hora, a excepción del año 2009, que producto de la crisis económica mundial, disminuyó el precio de los combustibles y se produjo un año más lluvioso que los anteriores.

El gran tema hoy es por qué el ajuste entre la oferta eficiente y la demanda de los usuarios ha tardado tanto tiempo y, por ende, ha mantenido los precios de la energía altos. Las razones son varias: por una parte el desarrollo de centrales tanto hidráulicas como termoeléctricas enfrenta cada vez más oposición ciudadana basada solamente en los efectos negativos de las centrales y en el desconocimiento de los efectos positivos que provocan en el bienestar social.

Por otra parte, una razón no menos relevante está relacionada con la falta de competencia que exhibe el mercado eléctrico, que además presenta serias asimetrías de información entre proveedores y usuarios. A lo anterior se suman las dificultades que están enfrentando los nuevos inversionistas para ingresar a la actividad de generación.

Cabe preguntarse qué nos depara el futuro. Lamentablemente, al menos en el corto y mediano plazo la situación no mejorará. La demanda por energía seguirá creciendo y la nueva oferta eficiente estará limitada a proyectos puntuales como Alto Maipo, Campiche y otros más pequeños, que no son capaces de suplir los aumentos de demanda. La esperanza para este período podría constituirla contar con gas natural licuado a menores costos y con disponibilidad para todas las centrales ya instaladas.

Para el largo plazo, tenemos tiempo de enmendar el rumbo, velando por agregar oferta eficiente, convocando a nuevos actores facilitando su ingreso e involucrando a la ciudadanía entregándole información completa y transparente.

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