Guerra Absoluta: la feroz batalla entre la Alemania nazi y la Unión Soviética

<P>En mil páginas, el británico Chris Bellamy relata el enfrentamiento de las tropas de Hitler y Stalin entre 1941 y 1945.</P>




Fueron 1.418 días de combate en un territorio que abarcó, en total, 3.200 kilómetros. La "Gran Guerra Patria", como llamó la Unión Soviética a su choque con la Alemania nazi, enfrentó "a los hijos de dos de las civilizaciones más avanzadas cultural, científica y tecnológicamente que el mundo había visto".

La última apreciación corresponde a Chris Bellamy, académico inglés responsable de Guerra absoluta, una monumental investigación sobre aquel pasaje de la historia. Son 954 páginas en las que su autor invirtió 10 años de trabajo motivado por entender y detallar el modo como los contendores, más que someter, tuvieron la voluntad de exterminar al adversario.

Sin embargo, de todo cuanto pueda decirse de los sucesos del Frente Oriental, hay dos aspectos que la obra de Bellamy pone en perspectiva. Estos convierten a Guerra absoluta en un libro necesario para conocer tanto el desarrollo como las consecuencias a largo plazo "de la guerra terrestre más grande, costosa y brutal de la historia de la humanidad".

El primero es el contexto en que se genera este trabajo: tras la disolución de la URSS en 1991, surgió cuantioso material de archivo que por décadas estuvo clausurado. Aquello cobra valor, entre otros aspectos, a la hora de actualizar, por fin, el total de víctimas. Si alguna vez Nikita Kruschev habló de más de 20 millones, hoy nadie que tome seriamente el asunto podrá bajar de los 27.

Además, permite echar luz sobre los mitos alrededor de las grandes batallas, como la Operación Marte, ocurrida en paralelo a los combates de Stalingrado "y que fue comparable a ésta en tamaño", precisa Bellamy, "pero que los soviéticos simplemente borraron de la historia porque la perdieron".

A casi 70 años de los hechos, la documentación hoy disponible abre la controversia entre los investigadores occidentales. Sin embargo, hay algunos puntos de acuerdo: como asumir que no sabrán jamás con exactitud la cantidad de habitantes que tenía la Unión Soviética al comienzo del conflicto. De allí que todo esfuerzo por calzar los números siempre resulte discutible. Lo que no lo es, en cambio, es el conteo de muertos que dejó, por ejemplo, la hambruna en Ucrania entre 1932 y 1933: siete millones, o bien cifras de al menos cinco dígitos producto de la represión estalinista en 1937.

El segundo aspecto destacable del trabajo de Bellamy es su interés por aquella otra baja, a largo plazo, tras el fin de la "Gran Guerra Patria": los cimientos que mantenían la unidad de la URSS. "Aparte de las de Moscú, Stalingrado, Kursk y el sitio de Leningrado, la mayoría de las batallas significativas se produjeron fuera de Rusia: en Ucrania, Bielorrusia y otros territorios que ahora forman parte de la OTAN, en los países bálticos, Polonia y la Alemania reunificada", puntualiza el profesor de la Universidad de Cranfield. "Eso podría haber ayudado a amalgamar la identidad rusa, a costa de la identidad y unidad soviéticas, lo cual condujo a la ruptura de lo que ahora se conoce como el espacio de la antigua URSS". El alcance es novedoso, considerando que el bloque de países sólo tenía 17 años cuando comenzó la lucha.

Bombarderas rusas

Guerra absoluta es un libro que se hace cargo de la historia, tomando los grandes escenarios con la misma apabullante precisión como narra hechos que no por ser menores o desconocidos dejan de reflejar la bestialidad que se vivió en el combate. El cronista dedica pasajes, inolvidables por su épica, a las "Brujas de la Noche", un escuadrón de bombardeo nocturno de la aviación rusa compuesto exclusivamente por mujeres. Fueron cerca de mil las voluntarias que lo conformaron. Eran chicas de 20 años a las que los trajes de piloto quedaban anchos y debían acomodar el asiento de la cabina para alcanzar los pedales.

Otros, por el contrario, no admiten epifanías y sólo sirven para graficar el salvajismo, como el que narra el desquite ruso tras la retirada invasora de Sebastopol. "A unos 160 heridos alemanes abandonados en el hospital les aplastaron la cabeza con objetos contundentes, los mutilaron, los arrojaron por las ventanas o los mataron por el expeditivo método de invierno ruso de echarles agua helada por encima o lanzarlos al mar para que murieran congelados".

Y aunque estas casi mil páginas asoman como definitivas, bien sabe el autor que corresponden a un momento y a un territorio puntuales dentro de la Segunda Guerra Mundial, y que no abarcan ni por lejos la totalidad de esa porción de la historia del Siglo XX: tres meses luego de la victoria en Europa y dos días después del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima, el Ejército Rojo movió sus cañones ahora hacia Japón. El objetivo era iniciar otra guerra, una operación relámpago llamada "Tormenta de agosto". Pese a los costos que le había significado enfrentar a Hitler, Stalin pudo reunir a un millón de soldados y hacerlos marchar hacia el Lejano Oriente. En Manchuria los esperaban, también, un millón de japoneses. Pero esa es otra historia.

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