La incierta espera de Susana
<P>El 15 de abril deberían comenzar las clases en la sede de Maipú de la Universidad del Mar. Pero antes que eso suceda, varios alumnos hacen el último intento por reubicarse. A Susana Giacaman, ex presidenta de la federación de estudiantes de ese campus, la seguimos durante los tres meses que lo intentó, aunque sin éxito. La incertidumbre es lo único que le queda. </P>
Susana Giacaman se pinta los labios. No importa que sea después de la medianoche del martes 2 de abril, que esté en un aeropuerto casi vacío y que a su llegada sólo Valeska Concha, la compañera con la que viaja, y la persona que atiende el mesón de Lan, se molestaran en hablarle. Susana dice que tiene sueño y que durante el día no ha comido más que galletas, porque eso es lo que sirven en los despachos de abogados y en las fiscalías por donde tiene que moverse para lograr querellarse por estafa contra su casa de estudios, la polémica Universidad del Mar.
Susana también tiene 30 años, aunque a veces se confunde y dice que tiene 28 o 29. Y en esa situación tramposa hay, quizás, un autoengaño inconsciente. Porque a esta edad, la que inscribe su certificado de nacimiento, y no la que necesariamente cuenta, Susana se imagina trabajando como nutricionista, ojalá en una clínica, con suficiente plata para pagar sus créditos y con ambición aún para perseguir un posgrado. A estas alturas son sueños estafados.
El problema es que Susana estudia en la sede de Maipú de la Universidad del Mar y eso, entre tantas otras cosas, significa que es parte de una institución que cerrará en diciembre del próximo año, porque no les pagaba a sus funcionarios, cometió serias irregularidades en su proceso de acreditación y lucraba a través de desvío de sus fondos a empresas inmobiliarias. Entonces, en este minuto, Susana enfrenta un mundo que le ofrece dos escenarios posibles. O vuelve a clases el 15 de abril, cuando se reanude el año académico en un campus donde, ella dice, al menos unos 800 de los 2.000 alumnos que estudiaban ahí han desertado; y que le ofrece pocas esperanzas laborales una vez que complete las dos prácticas, el ramo electivo y la presentación de tesis que le quedan para titularse. O bien se sube a ese avión que parte hacia Arica a las dos de la mañana y consigue que la acepten en la Universidad de Tarapacá.
Porque ese es uno de los motivos que explica por qué está aquí, prácticamente sola en este aeropuerto.
Ella, que el año pasado fue presidenta de la Federación de Estudiantes del campus de Maipú, y Concha, que es vocera del Movimiento de Estudiantes de Educación Superior Privada (Mesup), fueron contactadas por la Federación de Estudiantes de la Universidad de Tarapacá, UTA, para que viajaran a exponer la situación de los alumnos de la U. del Mar. Susana dijo que sí. Sabía que en esa universidad habían aceptado a varios de sus ex compañeros y sentía que debía probar. Allá, le contaron, la matrícula de Nutrición sale $ 120 mil y el arancel, $ 248 mil mensuales. Un poco menos que los $ 150 mil y $ 267 mil, respectivamente, que, dice, cobran en la U. del Mar.
Por eso llevó sus concentraciones de notas y sus antecedentes académicos. Y, quizás, por eso también acaba de pintarse los labios.
Con la boca roja y contra el tiempo, Susana Giacaman debe ser capaz de persuadir.
El martes 8 de enero sus esperanzas todavía no quedaban a un vuelo de distancia. Susana aparecía afuera de la estación de metro Santiago Bueras, en Maipú, dispuesta a caminar las tres cuadras que la separaban de su campus para ir a buscar los papeles que le permitirían cambiarse de universidad. Eran los tiempos en que se hablaba de reubicación de los estudiantes de la U. del Mar y de las facilidades que podría darles el Ministerio de Educación. Tres meses después dice que "cuando se habla de reubicación, el ministerio solamente se encarga de dar una lista de universidades donde nos podrían aceptar. Pero deja al arbitrio completamente de las universidades si nos dejaban en primero, segundo o tercer año y cuánto nos iban a cobrar. Porque hay que entender que entre el arancel de muchas universidades privadas y el de la Universidad del Mar, hay un mundo de distancia".
Durante las primeras semanas del año muchos de sus compañeros fueron a la Universidad Andrés Bello y a la Santo Tomás. Ninguno tuvo mucha suerte. Ella creía que podría entrar a la Usach. Decía que había hablado con el rector de esa casa de estudios, Juan Manuel Zolezzi, que él tenía la disposición. Así que fue a su facultad y la acompañé. En la entrada, dos guardias gordos y sudados decían que no había acceso a la prensa. Los muros de la universidad estaban empapelados con letreros que indicaban los pasos que debían seguir los estudiantes para cambiarse.
Esta era la tercera vez que Susana iba por sus papeles. Antes, simplemente, no se los habían dado. Tuvo que entrar a dos oficinas. Arriba le dijeron que tenía que bajar y abajo, en un lugar donde tres personas atendían, una mujer le informó que no se los podía dar porque no tenía los pagos al día. Susana le respondió que no iba a pagar por clases que no tuvo; que la última vez que se sentó frente a un profesor, en una sala para aprender, fue en marzo de 2012. Sólo que la universidad siguió cobrando y, en ese minuto, sumando los intereses, Susana calculaba que debía unos tres millones de pesos. La mujer le dijo que la única opción era repactar su deuda, pagar unos $ 400 mil para estar al día y entonces podría retirar sus papeles. Susana trató de explicar la situación. Le contó a la mujer que por orden del ministerio, los estudiantes de la U. del Mar podían conseguir sus papeles sin costo. Que no le estaba mintiendo, que había salido en las noticias.
La mujer le contestó que no podía hacer nada sin la autorización del rector. Y que él no estaba ahora. Que nunca estaba. Después le pidió el correo a Susana y le dijo "en cuanto sepa algo te escribo". Cuando terminó, Susana se levantó y salió del edificio. En todo este tiempo, siempre nos siguió un guardia.
En las semanas siguientes, por teléfono, ella decía que estaba tratando de organizar una funa afuera del Ministerio de Hacienda, que no resultó del todo, y que se reunió con el abogado Mauricio Daza para conversar sobre su querella por estafa contra la universidad, presentada en su rol de dirigenta estudiantil, y de la que esperaba obtener cárcel para los dueños como, además, la condonación total de las deudas de los alumnos. Por fin recibió sus papeles, aunque recibió la noticia de que su futuro, y el de sus compañeros, no estaría en la Usach.
Explica Susana: "El problema es que la Usach no cuenta con el suficiente financiamiento del Estado como para recibir estudiantes de la U. del Mar. Y ellos están sumamente copados. Lo que me decía el rector es que ellos tenían la disposición, pero del ministerio no existía un financiamiento real. Y como nadie se le había acercado a ayudarlos, ellos no podían".
Después de graduarse del Liceo A-48 de Macul, en 2000, y con un puntaje en la PAA que no revela, pero que según ella "no bajaba de los 600", Susana Giacaman no tenía posibilidades de beca. Menos aún, pensando que le habría gustado estudiar Medicina. Así que tomó la opción que estaba a su alcance: trabajó en lo que pudo. Dice que fue reponedora en supermercados y promotora durante los fines de semana. Cuenta también que ese mundo era raro y que había tipos que le dejaban sus tarjetas para ofrecerle otra clase de cosas. Y que ella nunca las tomó.
La historia de Susana no es la crónica tormentosa que cuenta lo que tiene que sufrir el primer integrante de una familia pobre que quiere ir a la universidad. Sus dos padres son profesores. Pablo Giacaman estudió Arte en el ex Pedagógico y enseñó durante algunos años en liceos de Macul. María Mondaca fue a la Umce, donde se licenció en Literatura. Ambos tuvieron cinco hijos. Susana es la primogénita y quizás por eso tuvo mayor conciencia del esfuerzo familiar que significaba educar a una familia grande cuando Pablo perdió su puesto y tuvo que dedicarse al inestable rubro de las clases particulares de arte y María, sin posibilidades de trabajo, se metió en negocios familiares.
Ese contexto sólo le ofrecía a Susana educación a cambio de deudas que demoraría una vida en pagar. Por eso prefirió ahorrar y en 2007 entró a la U. del Mar, que le ofrecía un crédito interno que le cubría el 50% del arancel. Los $ 133.500 restantes los pagaba con sus ahorros y la plata que conseguía como promotora. Para matricularse, a Susana no le pidieron puntaje PAA o PSU. Sólo cuatro fotos tamaño carné, el certificado de que había completado cuarto medio y la promesa de que pagaría. Durante los primeros días, hablando con sus 32 compañeros de carrera, entendió que ese crédito interno era el factor que los aglutinaba: a la U. del Mar llegaban los jóvenes que no tenían más opción de financiamiento, sin posibilidad de quedar en otra casa de estudios y sin puntaje suficiente para becas.
En los años en que estuvo ahí, Susana vio cosas como estas: "No teníamos nada. Ni una pesa ni un cáliper, que es para medir grasa. Había un taller que parecía cocina, que la ocupaban los funcionarios para hacerse almuerzo y que tenía el refrigerador en pésimo estado. Tuvimos una profesora que hacía clases diciendo cosas que eran exactamente contrarias a lo que decía el manual del Inta. Y todos los profesores buenos se iban porque no les pagaban".
Pasada la medianoche, antes de tomar el vuelo que podría corregir su vida, Susana recuerda todo esto. Le pregunto si no tuvo mejores alternativas que la Universidad del Mar.
-No me metí porque fuera la mejor universidad, tampoco soy ciega -responde-. Pero era la única opción que tenía para ser profesional.S
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