La desconocida historia de Sánchez Besa, el chileno que hace 100 años comenzó a volar y fabricar aviones

<P>En agosto de 1909 el abogado y su socio, el diplomático Emilio Edwards, realizaron el primer vuelo público de hispanoamericanos en el mundo. Tras el éxito, fundó cuatro empresas del rubro y parte de sus 3.500 naves se usaron para la Primera Guerra Mundial y en la dotación de la incipiente Escuela de Aviación de Chile.</P>




No hay una calle, una plaza ni menos un busto que les recuerde. Pero José Luis Sánchez Besa y Emilio Edwards Bello ostentan un desconocido pero importante récord en la historia de la aviación chilena. Hace 100 años fueron los primeros hispanoamericanos en volar en avión, a sólo seis años de que lo hicieran los hermanos Wright. Una hazaña que motivó a Sánchez Besa a ser uno de los mayores fabricantes de aviones en Europa de la Belle Epoque.

Fue al mediodía de un 26 de agosto de 1909 en el primer meeting mundial de aviación en Reims. Pero la historia comenzó antes, en la casa del poeta Vicente Huidobro, en París. Su esposa era prima de Edwards y la vivienda, frecuentada por figuras como Apollinaire y Amado Nervo, también fue punto de encuentro para Emilio y José Luis, que en 1908 dicidieron aprender a volar y partieron a comprar dos aviones al maestro Gabriel Voisin. El francés los tomó por locos, hasta que pudo comprobar los fondos. "Volar era una excentricidad, como ir a cazar leones a Africa. Aún no se le veía la real utilidad", dice el historiador del Museo Aeronáutico, Eduardo Werner.

Pero lo hicieron y tomaron clases de vuelo... en tierra. Es que por entonces no había aviones con doble mando y todo se hacía por simulación, explica Werner, que cree que tienen que haber volado ese año en forma privada. Lo que se conmemora entonces en 2009 es el primer vuelo público de los chilenos, "porque yo no me creo ese cuento de que llegaron y volaron en Reims", dice Emilio Edwards Gandarillas, nieto del piloto.

Primer vuelo de chilenos

Ese día Edwards -que tenía 19 años- fue el primero en elevarse frente a un millón de espectadores, escribió Sánchez, de entonces 30 años: "Emilio empezó a elevarse suavemente ganando altura, no mucha, pero la suficiente como para que sintiera los violentos latidos de mi corazón y que mis ojos se abriesen grandes en un gesto de estupefacción". Los aviones tenían motores de 35 caballos y 50 horas útiles. Se elevaban, máximo, a mil metros, un mérito que les valió aparecer en primera plana de la prensa local. En Chile, no se sabía nada.

Tras su éxito, fueron contratados para volar en Alemania como parte de los 10 aviadores más famosos de Europa. "Sentíamos el orgullo de haber llegado a ser personajes importantes de la época", relató Sánchez en sus memorias. Los vuelos se hicieron en Hamburgo y se pagaban 2.500 francos por dos minutos de vuelo, aunque la real dificultad era aterrizar, pues no existían los frenos: Emilio se rompió el labio y José Luis casi arremete contra el público. El día siguiente marcó el fin de los cortos años de piloto de Edwards: tras 15 minutos de acrobacias, se acabaron sus 20 litros de gasolina y aterrizó sobre un bosque. El quedó en un árbol y esa noticia sí llegó rápido a los oídos de su familia en Chile que le exigió volver con la falsa excusa de arreglar una herencia.

Pero Sánchez Besa se quedó en París. Dejó de lado la abogacía y con la ayuda de Voisin levantó una fábrica y escuela de aviones, por donde pasó Manuel Avalos, el primer militar aviador de Chile. Contaba con tres chilenos que oficiaban de mecánicos y ebanistas, pues las naves eran de madera. ¿Su especialidad? Los biplanos. ¿Y su audacia? Los hidroaviones en los que llevó a distintos monarcas, a esas alturas amigos suyos. En 1913 llegaron entre cinco y seis modelos a nutrir la incipiente Escuela de Aviación chilena y fue precisamente en una de sus naves en la que desapareció el teniente Alejandro Bello.

Pero al llegar la I Guerra Mundial, el Ministerio de Guerra de Francia le informó que no le pedían aviones, porque él no era francés. Debía nacionalizarse. "Respondió que un hombre de bien no cambiaba ni de religión ni de nacionalidad", cuenta su nieto, Patricio Prieto. Ante ello, se asoció en la firma Bathiat Sánchez, cuyos aviones defendieron París. Incluso al propio José Luis le tocó probar por primera vez un pequeño cañón, claro que en vez de apuntar a las afueras de la ciudad, le dio a un hotel, generando un pánico que sólo acalló el gobierno.

Su época aviadora, cuenta Prieto, duró 10 años con cuatro empresas y 3.500 naves construidas. En 1954 recibió una carta de Edwards: "Es cierta la frialdad de los chilenos (...) Allá en nuestra ingrata tierra, apenas habrá uno entre mil que sepa que tú y yo fuimos los dos primeros hispanoamericanos que volaron en el mundo", cosa que hoy sus nietos ratifican y califican como "lamentable".

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