La mujer del volcán
<P>Hace dos décadas, Isabel Correa abandonó la ciudad y una emergente carrera de cantante para convertirse en pionera del turismo sustentable en el sur de Chile. Desafiando las inclemencias climáticas y los caprichos de uno de los volcanes más activos del país, la "<I>hippie</I> que canta" (así le puso la guía <I>Lonely Planet</I>) ha sabido hacerse un nombre dentro de la hotelería de naturaleza, y con un sello muy personal.</P>
DESDE LEJOS SE NOTA que Isabel Correa va por la vida a otro ritmo. Lo confirma cuando dice que prefiere tener esta conversación sentada en una banca del Parque Forestal disfrutando del tibio sol de abril en vez de ir a un café. Está en Santiago, pero en unas horas parte de vuelta en bus al sur, a La Baita, a pasar las horas de nuevo entre volcanes y araucarias. "Estoy acostumbrada a andar patiperreando", comenta, mientras -alrededor- dos jóvenes recién "mechoneados" piden monedas sin zapatos y con la ropa deshecha.
De inmediato quiere partir hablando de su aventura en el sur, que lleva ya 20 años. Lo que comenzó como un sueño, se convirtió en una casita, luego en cabañas y, finalmente, en todo un lodge inserto en el Parque Nacional Conguillío, que recibe a más de un centenar de turistas nacionales y extranjeros cada año. Un refugio rodeado de naturaleza que, paulatinamente y gracias al boca a boca, logró hacerse su espacio en las guías internacionales de turismo. Algunas le causan risa, como la de la propia Lonely Planet, que describe a La Baita como "un alojamiento en Conguillio atendido por Isabel Correa, una hippie que canta".
Son ocho cabañas, un lodge de seis habitaciones y un restaurante, donde Isabel las hace de "directora de orquesta", como le gusta definirse. Empresaria pionera en la zona, que se hizo un espacio en un rubro y un lugar que era sólo territorio de hombres. ¿Lo mejor de La Baita? Ella misma, dice, sin poder contener luego unas carcajadas.
En las paredes de madera de La Baita cuelga un afiche. En él se ve una foto de Isabel a los veintitantos, anunciando una presentación en el mítico y desaparecido Café del Cerro, en los 80. "Los Anónimos" se llamaba el grupo que ella lideraba como voz principal y que interpretaba música del Canto Nuevo en una época cuando debía hacerse con cierta clandestinidad. "Era mi forma de manifestarme y militar", comenta. Aunque señala que ella nunca decidió ser cantante, sino que el destino la llevó, sin querer, hasta allí. Como con casi todo en la vida.
Hija del juez Hernán Correa de la Cerda, desde pequeña estuvo acostumbrada a la itinerancia. Nació en Viña del Mar, pero debido a los constantes traslados de su papá, tuvo que pasar su niñez de ciudad en ciudad, sobre todo en Talca. "Allí fue donde me enamoré de la naturaleza. Teníamos una casa en Vilches, al lado del Parque Nacional Altos de Lircay, y pasábamos todos los fines de semana allá en la montaña", recuerda.
Terminó su enseñanza media en Santiago donde además estudio publicidad. Aunque dice que siempre se sintió "mucho más del sur que capitalina", trabajó en su profesión en la Región Metropolitana, hasta que se dio cuenta de que no era lo suyo. En ese entonces, cantar era lo que llenaba sus inquietudes. "En esa época yo pretendía dedicarme a la música. No fue algo que busqué. Cantaba en las misas, y de repente me encontré en este ambiente rodeado de músicos y las cosas se fueron dando. Fue alucinante. Tenía toda una historia detrás el hecho de que fuera en la época de dictadura, entonces no era fácil. Había un movimiento musical de protesta medio escondido, medio camuflado", declara. Una actividad que tenía su cuota de riesgo, más aún siendo hija de un juez: "Mi papá encontraba que nosotros teníamos que ser súper libres, pero para él era fregado, por su trabajo, si metían a su hija presa".
Fue en ese contexto en las noches de folclor del Café del Cerro donde conoció a su marido, el italiano Luca Citarella, quien se transformaría también en su socio en La Baita. La vio cantar e hizo que alguien le hiciera "la movida" para que se conocieran, como ella relata.
Allí, volvió la vida itinerante. En la calidad de antropólogo encargado de la Cooperación italiana para el desarrollo en América Latina, su marido era constantemente trasladado de país. Vivieron en Bolivia, en Italia y finalmente en Temuco, lugar donde comenzaría el amor de Isabel Correa con Conguillío: "Yo no conocía el parque y mi marido me llevó. Al ver ese lugar, lo encontré increíblemente mágico. Todo el paisaje modelado por este gran volcán que es el Llaima, que además se encuentra muy cerca de Temuco. Busqué y busqué terrenos y encontré uno de 32 hectáreas colindantes al Parque Nacional. Era un sueño tener una casa ahí. Luego empezamos a soñar más grande y decidimos compartir este sueño con otras personas".
Cuando está en Conguillío, Isabel canta... y también hace cantar. "De repente veo que hay onda, me pongo a animar y siempre hay alguien que canta. Hacemos un concurso", dice risueña. Según comenta, el arte, las risas y las charlas son el motivo de que La Baita (que significa "casa de montaña" en italiano) sea el lugar tan acogedor que tanto celebran las guías de turismo. Además de alojamiento, el recinto cuenta con líneas de canopy, excursiones, zona de escalada (una muy original adaptada en un coigüe milenario gigante) y el spa, "que es mi chochera", dice Isabel.
Sin embargo, construir todo lo que este lugar tiene ahora costó. Mucho. Si ya edificar en medio de la naturaleza es difícil, lo es más cuando se convive con los embates de uno de los volcanes más activos de Chile como el Llaima. "Siempre las erupciones han estado vinculadas al crecimiento de La Baita. En 1994 compramos y hubo erupción, el 1 de enero de 2008 estábamos inaugurando el lodge, y hubo erupción. Ese fue un año de pérdidas y de susto también. Pero la verdad es que no le tengo miedo al volcán".
Si no es el fuego, es la nieve. Un año después de la erupción del 94, el "terremoto blanco", recordado como el peor desastre climático del país en 40 años, afectó también la zona. "Tuvimos que traer los materiales de construcción de las cabañas en carreta. Las cosas se caían, quedábamos aislados, los maestros quedaban incomunicados... este lugar tiene harto de sudor y pasión. Hasta hoy no hay electricidad, no hay celular, no hay internet. Todo lo generamos nosotros. Ahora, obviamente queríamos eso, lo logramos. Fuimos pioneros en esa mirada turística".
Con la creación del lodge, diseñado por los estudios de arquitectos Gubbins, Polidura y Talhouk, La Baita logró su consagración como uno de los alojamientos turísticos más innovadores de la Región de la Araucanía. Autosustentable, con acceso para personas con movilidad reducida y una fachada rústica amigable con el entorno. "Lo que más me gusta de estar en La Baita es servir, que la gente lo pase bien, que se sienta como en casa. Cuidar todos los detalles, que la experiencia sea auténtica. Eso es lo que quiero transmitir. Lo que yo imagino como hogar se utilice para eso, y que la gente lo disfrute de esa manera", describe.
¿Y qué le depara el futuro? Pues, seguir con el lodge, mientras el volcán lo permita, claro. "No sé si en 20 años más La Baita va a estar. Pero tiene una connotación muy fuerte para mi familia. Aquí crié a mis tres hijos. Mi vida es tan itinerante que es la única raíz que tengo", reflexiona.
A pesar de los años, de recibir turistas de decenas de nacionalidades y de recorrer el parque una y mil veces, dice que aún sigue asombrándose: "Me encanta hacer excursiones, sobre todo con gente que no conoce mucho de naturaleza. Uno ve cómo ellos se sorprenden, cómo redescubren el mundo y uno se sorprende más. Es darse cuenta de que uno puede entregar un montón de cosas, como con el canto, pero de una manera diferente".
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.