La nueva ruta de los chilenos por las costas de Perú y Ecuador

<P>Cientos de chilenos recorren el norte de Perú y el sur de Ecuador en busca de playas cálidas y diversión a un muy bajo costo. Según los lugareños, desde hace tres años se nota su presencia masiva, lo que para muchos es considerado una verdadera explosión turística. Este es el viaje que hacen, dónde se quedan, lo que comen y cómo se divierten en estos lugares. </P>




Por un segundo, 20 chilenos que viajaban en un bus desde Perú hacia Montañita, en Ecuador, se quedan estáticos. En ese segundo, se escucha música por todos lados, el sonido del mar, mujeres voceando la venta de choclos, las risas y los brindis de la gente que no los mira a su llegada; porque en este lugar a nadie le preocupa lo que hace el que está al lado. La mayoría camina sin polera por las principales avenidas, o con grandes escotes, o con una cerveza en la mano. O se sientan en la vereda a tocar un par de tambores para que otro haga algún espectáculo de malabarismo.

Minutos antes, una chilena con mochila y hawaianas se baja apresurada de la micro en que viene y grita fuerte y con un puño en el aire como en señal de victoria: "¡Al fin llegamos! ¡Ehh!". Y aunque arriban a este balneario -ubicado a 180 km de Guayaquil- de vacaciones, para muchos la llegada se siente como tal, luego de viajar, a veces, hasta 15 horas seguidas en un bus destartalado, sin aire acondicionado, con los respaldos que no se bajan y con vendedores ambulantes que no dejan dormir, ofreciendo sandías en trozos, ensaladas de frutas, sorbetes de naranjillas o, incluso, anticuchos de una especie de longaniza con plátano frito.

Lo sienten como un triunfo, luego de haber salido de casa hace casi un mes. De haber sido estafados comprando pasajes desde Máncora a Tumbes, en Perú, o de casi haber caído en un engaño colectivo por un tipo que les solucionaría la falta de pasajes hacia Montañita en la terminal de buses de Guayaquil.

Antes de llegar a Montañita, muchos visitantes pasan por Máncora, en Perú. Algunos llegan vía Lima en avión, hacen conexión hacia Tumbes y luego viajan en auto hacia la costa. Así, se encuentran con un litoral ubicado a 18 horas en bus desde la capital, de arena blanca, agua transparente y tibia, palmeras y relajo, lejos de las alocadas noches que se viven en Montañita.

Varios de los que llegan a Máncora no son sólo jóvenes, también son familias de chilenos a quienes les es más conveniente pasar sus vacaciones en Perú. Arturo Covarrubias es abogado y cuenta que arrendó una casa por 15 días y para 10 personas por $ 2.000.000. "Es mucho más barato que arrendar una casa para esa cantidad de gente y días, por ejemplo, en el lago Villarrica. Además, acá dan la opción de incluir el servicio doméstico, y como los insumos son muy baratos, nosotros elegimos la opción de tener cocinera peruana. Es como comer en un restorán todos los días".

Arturo está a la orilla de la playa de Máncora, grabando a sus pequeños hijos con una cámara, mientras un joven peruano les enseña a hacer surf. Cuando terminan, se van hacia la playa de Las Pocitas, un elegante balneario al que para entrar hay que traspasar una reja y la mirada atenta de un guardia de seguridad. Se llega en 15 minutos, a bordo de un mototaxi que cobra unos cinco soles (menos de mil pesos) y que avanza por caminos de piedra. Al poner los pies en la arena se ven casas con enormes ventanales y terrazas con vista al mar, el agua clara, las olas que se agitan suavemente. A eso de las cuatro de la tarde, no hay mucha gente en el lugar. Las Pocitas es mucho más tranquilo y familiar que Máncora. Juan, un lugareño encargado de mostrarles a los turistas las propiedades que se arriendan, cuenta que ahí "las personas ricas del Perú tienen casas, pero a veces las alquilan porque viajan fuera del país". Por internet, chilenos que antes descansaban en Cachagua o en lagos del sur, arriendan casas por datos de amigos que visitaron la zona. También lo hacen en Vichayto, otra playa de similares características ubicada muy cerca de Las Pocitas.

Cuando cae la noche en Máncora, los más jóvenes hacen "la previa" en uno de los muchos hostales en los que se quedan. Entre chilenos, se reconocen porque tienen una botella de pisco sobre la mesa o porque participan en unos de los muchos concursos que se hacen en hostales, como el conocido Loki, especialmente para "chilenos contra extranjeros", que son, básicamente, quién baila mejor o quién toma un trago más rápido.

Las mismas competencias que han comenzado a hacerse desde hace un tiempo en Montañita. Ahí, locales nocturnos, como el Hola Ola, reciben a muchos de los chilenos que llegan en grupos de seis y más amigos, compañeros de la universidad. Chicas de 20 años, de clase media y alta, fanáticas de las tiendas de ropa surfista como Roxy, de los lentes Ray-Ban y las pulseras flúor.

En Montañita, luego de disfrutar del surf, el parapente, el sol o jugar paletas en la tarde, los jóvenes vuelven a sus hostales u hoteles por el que pagan desde US$ 5 hasta US$ 25 por noche, por ejemplo, en el Charos, que tiene wi-fi, piscina, jacuzzi, bar en la terraza, hamacas y música de fiesta todo el día. La misma música que recorre las calles del pueblo. Cada local de Montañita tiene sonoridades diferentes, y en ellos se mezclan ecuatorianos, chilenos, argentinos, brasileños, alemanes, franceses, bailando dentro o saliendo a tomarse un trago en plena calle. No hay problema con eso. La policía lo permite. Así, el paisaje junta a artesanos vendiendo en el suelo, collares de colores fuertes y cinturones de macramé. Pero también, a dos argentinas que sostienen un cartel que dice "trufas intergalácticas", que son chocolates de marihuana y que venden a cinco dólares el par.

A eso de la 23.00, el Hola Ola está casi lleno. Por cinco dólares las mujeres tienen barra libre. Sobre una tarima hay dos tipos de raza negra animando a las chicas a tomar alcohol al ritmo del reggaetón. Hombres pasan por el lado de ellas y les sirven "shots" de licor directo en la boca. Un grupo de chilenas, que no pasa los 22 años, de shorts y faldas cortísimas y con la piel roja de tanto sol, levantan las manos, bailan y gritan, y siguen bebiendo. Cinco horas después, la gente se mueve del local, sigue bebiendo en la calle o haciendo nuevos amigos.

A plena luz del día, Gisela Contreras (31) atiende en un local de ropa que ella misma diseña. Ella es una de las tantas chilenas que se quedó a vivir en Montañita hace más de 10 años, "cuando era una playa visitada únicamente por surfistas y ecuatorianos adinerados", dice. Como ella, Marcela Araya y Luis Vargas también se quedaron. Ella es una de las odontólogas del pueblo y él, es dueño de un local de comida fusión.

Sobre el carrete y la explosión de Montañita, Gisela asegura que muchas veces tiene que llamar al consulado chileno por el descontrol de los más jóvenes y que la gente tiene una percepción equivocada del pueblo, "como de sexo, drogas y rocanrol, pero no es así. Acá tú puedes ver una maravillosa diversidad cultural en los ritmos, en la comida y en el arte".

Una de las razones que ha hecho que los chilenos prefieran el recorrido costero por el norte de Perú y sur de Ecuador se encuentra en la cocina de ambos países. Los platos locales son un recuerdo que deja la vara alta a la hora de la cena.

La comida peruana hace que los chilenos, familiarizados con sus platos, recurran con seguridad a probar sus menús, aunque la mayoría reconoce que termina descubriendo nuevos sabores. En todas las ciudades hay muchos tipos de platos con diversos matices. Por ejemplo, en Tumbes, el "Sí señor" se especializa en comida típica, lo que lo convierte en uno de los favoritos de los chilenos. Comer ahí un clásico lomo saltado y un picante de gallina deja la sensación de nunca haber probado la comida peruana. Las porciones son abundantes y acompañarlas de la peruana cerveza cuzqueña cuesta Sólo $ 4.900 en total.

En Máncora, el cebiche es especial. Por ejemplo, en el Tumi, en la peatonal, lo preparan sin leche de tigre, pero con mucho limón, así, el pescado se torna mucho más refrescante para luego comer un chaufa de camarones. El total de la cuenta es lo que tiene más felices a los turistas: ¡$ 1.600!

Los jugos de fruta son muy comunes. En Vichayto se pueden disfrutar en algunos de los restoranes que son parte de los hoteles de la zona. Cuestan cerca de $ 2.000 y una de las mezclas más típicas es plátano, leche de coco, piña y frambuesas.

Las ferias artesanales venden dulces típicos, como prensados de caramelo con maní o delicias de sésamo.

Camino a Ecuador, los visitantes nacionales descubren los plátanos y camote como snacks, tortillas de plátano verde frito rellenos con queso y helados de frutas naturales, hechos a base de leche y agua.

En Montañita hay restoranes de todo tipo de comida, desde shawarmas a pizzas, sushi, comida rusa, mexicana o norteamericana. Para la noche, el Zoe ofrece clásicos norteamericanos, ecuatorianos y recetas italianas, muy frecuentadas por turistas de todas las nacionalidades. En un amplio local de madera y de dos pisos se puede comer por US$ 25 una langosta (hay lugares en donde este plato se encuentra por US$ 12), así como una hamburguesa gigante, con tocino y queso por US$ 7 o el sándwich capresse, con queso mozzarella, tomate y albahaca. Para perderle el susto a la balanza.

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