La nueva vida de un ex zar
<P>El ex fiscal Alejandro Peña rearma su vida. Tras el estallido del Caso Sobreprecios y su posterior renuncia a la División de Estudios del Ministerio del Interior en octubre, el llamado zar antidrogas se alejó del mundo público, abrió un estudio de abogados junto a un viejo amigo y se refugió con su familia en Pirque. Aquí habla de su polémico paso por el servicio público y la nueva ruta que inicia a los 45 años.</P>
Antes de salir, recuerda, echó un vistazo a la oficina que había ocupado por 17 meses. Allí quedaban, además de archivadores y carpetas que casi sabía de memoria, los recuerdos de malos tiempos . Cerró la puerta y cruzó rápido el Patio de los Naranjos. Era viernes a las 6 pm, y mientras Alejandro Peña (45) abandonaba La Moneda, no pensaba más que en llegar a su casa, sentarse a la mesa y devorar un lomo salteado, su plato favorito.
Ese 5 de octubre de 2012 presentó temprano su renuncia al subsecretario Rodrigo Ubilla a la jefatura de la División de Estudios del Ministerio del Interior. Ello, en medio del escándalo por el presunto pago de sobreprecios en una licitación para la compra de equipos de detección de drogas (52 densímetros y un escáner) que involucraba a funcionarios de su división.
El escándalo estalló esa semana, cuando Ciper Chile publicó dos reportajes revelando los sobreprecios. Por ser el jefe de la división cuestionada, Peña quedó en el foco inmediato. La polémica, además, se sumaba al fracaso del Caso Bombas, cuya investigación él había dirigido cuando estaba en la Fiscalía, y a la manera en que asumió su cargo en el gobierno.
Pasado el mediodía de ese viernes, Peña fue hasta la oficina de Ubilla para ratificarle algo que, según él cuenta hoy, ya le había dicho días atrás: su decisión de renunciar.
"Fue como quitarme una gran mochila de encima, me sentía amarrado al cargo y no podía abandonarlo así como así. Sin embargo, una semana antes de que se supiera lo de los sobreprecios y mi renuncia, ya había tomado la decisión de salir de ahí y dedicarme a otra cosa", comenta.
Ya fuera de La Moneda, tomó rumbo hasta Huechuraba, donde residía entonces. En su casa lo esperaban su mujer Katherine -hoy con más de 10 semanas de embarazo-, sus dos hijas y su asesora doméstica de años. Durante la cena y el resto de la noche, el teléfono no paró de sonar. Todos querían hacerle preguntas, saber cómo estaba y qué haría al día siguiente, pero él no tenía respuestas para nadie. Lo único claro era esa inconfundible sensación de vacío, la incertidumbre de haber puesto fin a 18 años de trabajo en el sistema público y a una mediática y polémica carrera. No había vuelta atrás.
A casi cinco meses de su alejamiento de lo mediático, Peña define lo que siente en una palabra: libertad. La sintió, dice, esa madrugada, cuando pasada la medianoche, luego de cenar y hacer dormir a sus hijas -de nueve años y de casi uno-, se acostó a ver una película con su esposa, algo que por años no había hecho.
Nuevo refugio
El sábado 6 de cotubre comenzó temprano. Peña y su familia llegaron hasta Pirque para recibir el terreno que por años le habían arrendado a terceros. Quería comenzar una nueva vida allí, en otro entorno, lejos de los escenarios donde alguna vez se vio en la polémica. "La renuncia coincidió con este cambio de vida, con el de casa y de aires. Fuimos a recuperar el terreno justo al día siguiente de dejar La Moneda, pues vencía el contrato y ya habíamos decidido cambiarnos allí. Yo quería estar tranquilo, no ver a mucha gente, y cuando llegamos acá, el patio estaba tan deteriorado que tuve mucho por hacer y me desligué de todo".
Durante dos meses se enclaustró en Pirque. Apagó el celular, dejó de revisar su email y rara vez compró un periódico. Sólo salió de la casa para ir a dejar y buscar a su hija al colegio en su inseparable Peugeot 207, o cuando hacía falta algo en la despensa, o para visitar a su padre, Ramón (70), juez de Policía Local de La Florida.
Peña vivía una vida nueva. Se levantaba pasadas las 9, comía fruta y bebía café bien negro (su desayuno favorito) antes de salir al patio a desmalezar , sembrar, barrer y pintar la casa. Cambió los trajes y corbatas por un par de pantalones y una polera de batalla; el smartphone del ministerio por uno antiquísimo; y esas largas jornadas rodeado de expedientes por siestas, tardes de cine con sus hijas y cualquier otra cosa que quisiera hacer. No había ni un rastro de su antigua rutina en el nuevo refugio. Durante ese par de meses abstraído de todo, Alejandro Peña encontró la tranquilidad que necesitaba para rearmar su nueva casa y de su paso, su vida.
Adiós anonimato
En una pared de la oficina que tiene en el segundo piso de su casa, justo frente a su colección de revistas Harvard Business Review y las novelas de Ars Larsson y Roberto Ampuero, cuelga un diminuto cuadro que una amiga artista le obsequió en 2003, cuando se convirtió en fiscal. En la imagen aparece una mujer sosteniendo una pared sobre sus hombros en medio de la oscuridad. "Es como si hubiera predicho todo lo que venía", comenta él.
Su experiencia en el sistema público comenzó en 1992, cuando fue oficial del 11° Juzgado Civil de Santiago y luego, entre 1995 y 2000, relator de la Corte de Apelaciones de Santiago. "Esos fueron los mejores años de mi vida profesional, sin duda. Si pudiera, de hecho, volvería a desempeñar esas labores, lejos de tanta polémica y revuelo", afirma. Fue el 3 de octubre de 2003, al asumir como fiscal jefe Metropolitano de la Zona Sur, cuando la prensa comenzó a referirse a él como el Zar antidrogas. La consagración de su carrera y el abandono del anonimato.
"Me sentí muy afortunado profesionalmente. Me tocó colaborar en la instalación del Ministerio Público, algo inédito en Chile en ese entonces, y demandó mucho esfuerzo. Había que establecer procesos nuevos de trabajo, formar equipos. Le hicimos también un aporte a la gente de la Zona Sur, que a diario sufre con el flagelo de los traficantes que venden pasta base a sus propios hijos y amigos. Aunque no se reconozca mucho, me quedo con la sensación de que fue un gran trabajo", comenta.
Mientras Peña desarticulaba a bandas como "Los caras de pelota" y "Los Cavieres", y su fiscalía aparecía como una de las más audaces en la aplicación de la Reforma Procesal Penal, se le retrataba como un hombre duro, competitivo, ambicioso y de un carácter explosivo que lo traicionaba a ratos. Sus operativos solían ir acompañados de cámaras de televisión y fotógrafos.
La exposición pública trajo amenazas. Recuerda una en particular, de la que le cuesta hablar y que lo obligó a cambiarse de casa en 2004 luego de que la encontrara rayada con mensajes en su contra.
Caso bombas
Dos investigaciones en 2010 alzaron aún más su nombre en la prensa: al asumir el Caso Bombas el 14 de junio, y liderar la indagación por la eventual responsabilidad de funcionarios de Gendarmería en la muerte de 81 reos en el incendio de la cárcel de San Miguel el 8 de diciembre.
"Hubo que trabajar muy rápido en el caso de la cárcel por la urgencia de reconocer los cuerpos, y retirarlos metódicamente para situarlos en su lugar. Establecimos, entre varias cosas, que el fuego había comenzado mucho antes de lo dicho, y dimos con testimonios impactantes. Fue la investigación más importante de mi vida", cuenta el ex fiscal y también bombero de la Cuarta Compañía de Santiago.
El Caso Bombas, en cambio, se convirtió en su espina. Se lo asignó apresuradamente el fiscal nacional Sabas Chahuán -en reemplazo del fiscal Metropolitano Oriente Xavier Armendáriz-, luego de que el entonces ministro del Interior, Rodrigo Hinzpeter, llamara a "apurar el tranco" en la investigación de los casi 100 bombazos atribuidos a grupos anarquistas. Luego de dos meses, Peña ordenó la captura de 14 jóvenes -en su mayoría anarquistas que vivían en casas okupas-, entre otros cargos, por asociación ilícita para el terrorismo.
A medida que se conocieron las pruebas contra los detenidos y más aún con el inicio del juicio oral, a Peña se le criticó por actuar con ligereza -los menos duros- hasta de haber realizado un montaje para revertir la mala imagen del gobierno en el manejo de la delincuencia.
A meses del abrupto término del caso -en octubre de 2012 la Corte Suprema retiró los cargos contra los imputados por Peña-, el ex fiscal da sus impresiones con la amargura de una derrota. "No existe una causa única para hablar de fracaso. Un fracaso hubiese sido no llevar la causa, y nos encontramos con un caso que a nuestro parecer tenía razón de ser. Lamentablemente, no se logró convencer ni con las pruebas ni con nada. Ojalá la ley pueda determinar a los responsables, pues los ataques explosivos continúan y sus autores operan bajo el mismo modus operandi. Esto está inconcluso. Ojalá no nos lamentemos después".
A él no le gusta que se hagan caricaturas del caso. El 13 de febrero fue a un estelar en vivo de televisión. No estuvo más de 20 minutos al aire. Durante la exhibición de una entrevista a Pablo Morales, uno de los ex imputados, Peña se paró y les dijo a todos que se iba. "Yo nunca me negué a tocar ningún tema, pero no pensé que durante la entrevista, el animador se pondría a tomar para la risa algo que era serio. Cuando se caricaturiza en torno al Caso Bombas, prefiero no hablar", comenta.
La Moneda
Los primeros días de abril de 2011, Alejandro Peña anunció su renuncia a la Fiscalía Sur para encabezar la División de Estudios del Ministerio del Interior, un departamento que se haría cargo, entre otras cosas, de dirigir el programa Frontera Norte en la lucha contra el narcotráfico.
El ex fiscal dice que el ofrecimiento fue formal, que recibió una llamada telefónica y ya. ¿Quién lo llamó, Ubilla o Hinzpeter? El prefiere no responder. Apenas se supo de su renuncia a la fiscalía, una ola de críticas se le vino encima por su premura en la tramitación del Caso Bombas, donde Interior era querellante.
"Me fui al ministerio con la idea de aportar más desde lo público, devolver al Estado, en parte, la formación de las materias en las que me había desarrollado, pero no vi todas las variables que el cambio podía producir ni las asociaciones que se hicieron cuando criticaron mi traspaso. Con Rodrigo Hinzpeter solo éramos compañeros de trabajo, era mi jefe. Y lo admiro, pero no es mi amigo. Por mi parte, no estaba dispuesto tampoco a defenderme de todos los ataques desinformados que recibí. Mi llegada se convirtió en pan para palomas, en algo de lo que todos querían picotear y alimentarse un poco".
Dice que durante esos meses nunca tuvo tan de cerca al ministro Hinzpeter y que la gran parte del tiempo se sintió solo; que postergó el tiempo con su mujer, sus hijas, y su padre. "Cuando se ejercen estos cargos, se cae en la soledad del poder, uno se encripta, no ve la transversalidad de las cosas. Fue agotador y muy drástico. Había siempre una atmósfera tan rara en torno a mi persona, que nada de lo que pudiéramos hacer en la división se vería con buenos ojos, por eso quería renunciar. Luego vino lo de los sobreprecios y me tocó asumir mis responsabilidades en el escándalo, como buen capitán de barco". Hoy, cuestiona su decisión: "Fue un error mío apresurar las cosas. Nunca lo conversé con nadie tampoco, fue una decisión que tomé solo. Un error estratégico".
El 5 de octubre de 2012 Peña cerró el que considera el peor año de su vida y dejó La Moneda convencido de que iniciaría una nueva vida.
De Cero
Para finales de noviembre, el refugio en Pirque estuvo listo. El terreno se había convertido en un gran cuadrado verde con una casa de dos pisos al centro, rodeada por rosales, palmeras y unas cuantas hamacas por el patio donde suenan los discos de U2, su banda favorita, y por donde corren Morgana y Oso, sus dos perros policiales. Al costado de la entrada de autos, siete enanos de Blanca Nieves, de yeso, que él pintó con sus hijas. En sus dos meses de descanso retomó un contacto que no había tenido con su familia.
Un día, mientras cocinaba una lasagna, tomó el teléfono y llamó a un amigo y compañero de universidad, Giorgio Marino. Un café al día siguiente cerró el trato de trabajar juntos en un estudio privado.
"Hace mucho tiempo que quería ejercer la profesión. Yo quería litigar, llevar causas, eso fue lo que me apasionó siempre. Pero bueno, los caminos a los que lleva la vida siempre son desconocidos, y terminé 18 años en el servicio público, alejado de lo que quería realmente. Este era el momento de hacerlo", comenta.
El 3 de diciembre, Alejandro Peña entró por primera vez en su nueva oficina, en el décimo piso de un edificio en calle Agustinas. No tiene vista y por la ventana se filtran ruidos de obras de construcción. Allí pasa ahora más de 10 horas al día. En el lugar hay un escritorio, un par de sillas para clientes, y un cerro de libros en un viejo estante. Y un detalle: en la pared, a sus espaldas, está enmarcado un titular de 2006 "Fiscal Peña no dejó un narco en la zona sur".
El retorno a sus labores como abogado dejaron atrás el descanso, reaparecieron el despertador, las camisas y corbatas y los desayunos exprés para estar en la oficina antes de las 9. Aun así, dice que se siente "más libre con este nuevo trabajo, con el ritmo que quería y eligiendo incluso mis propios clientes". Lleva causas en casos de estafa, violaciones, asuntos laborales y otros.
"A los 45 es difícil empezar de nuevo, aunque no imposible", dice. Mientras está de pie frente al edificio de Agustinas, en pleno centro, Peña se arrepiente de algo más: las miradas de quienes lo reconocen al pasar, le ponen nervioso, le intriga saber qué piensan de él, qué le dirán. Ahora, le incomoda la fama, dice.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.