La pelea de Mario Schilling
<P>Había dejado la vocería de la Fiscalía Oriente e instalado su estudio de abogados. Pero todo cambió en junio, cuando se destaparon los abusos infantiles del jardín Hijitus de Vitacura. Sus hijos habían asistido a ese lugar. Tomó la defensa de las familias afectadas y, desde entonces, ha estado involucrado en los casos más emblemáticos contra la pedofilia. Así ocurrió su personal transformación. </P>
Mario Schilling está arrodillado. Concentrado. Son las 9 de la noche y está con uniforme de karate en un gimnasio de Vitacura. Una docena de compañeros de kyokushin, disciplina de karate full contact en la que gana quien llega al knock out en el menor tiempo posible, hacen el mismo ejercicio. Este es su examen para pasar de cinturón blanco a naranja. El sensei dice cosas en japonés; Schilling y los otros responden "¡Os!" al unísono.
Schilling, abogado, 43 años, ex vocero de la Fiscalía Oriente, retomó el karate en marzo. Como si presintiera que meses después empezaría a recibir insultos y amenazas violentas en la calle. Es que su vida cambió totalmente el 8 de junio pasado, cuando una apoderada del jardín Hijitus de Vitacura lo llamó para contarle los abusos sexuales que había sufrido su hija en ese establecimiento, el mismo donde Schilling había tenido por un tiempo a sus hijos de 4 y 3 años. De inmediato tomó la representación de las familias afectadas, sin saber aún si sus propios niños habían sufrido algún abuso. Luego, con el paso de las semanas, lo que era un caso aislado de querella contra un pederasta, rápidamente se transformó en una cruzada de vida. Una pelea contra la pedofilia.
"¡Vamos Mario!", le gritan sus compañeros, mientras Schilling practica una rutina de golpes de puño y pies al aire. Jadea, pierde el aliento. Atrás, sus compañeros lo apoyan. El sensei, Cristián Vásquez, lo mira atento.
Es marzo del 2011 y Mario Schilling renuncia a la vocería de la Fiscalía Oriente, donde estuvo siete años. Ahí llegó como consecuencia de su primera profesión, Periodismo, que estudió en la UDD. Schilling -hijo de un comerciante, que vivió en Santiago y Viña del Mar- había empezado como asesor comunicacional de la Fiscalía de La Araucanía y en 2004 postuló a las vocerías de diferentes fiscalías metropolitanas. Quedó en la Oriente. Paralelamente, seguía con sus estudios de Derecho, que completó el 2007 en la Universidad Mayor. El año pasado, cuando supo que el fiscal Javier Armendáriz dejaba su cargo, supo que él también debía partir: "La vocería era un cargo de confianza de Armendáriz. Tenía una buena excusa para dejar el cargo y emprender. Quería trabajar como abogado particular, sin saber si me iba a ir bien o mal".
A mediados del 2011 instala Schilling y Asociados, un pequeño estudio de abogados en el barrio El Golf. Su anterior figuración pública le ayuda a atraer clientes y se dedica a casos tributarios y de responsabilidad civil. Todo va de acuerdo con lo planeado.
Hasta que la vida se le da vuelta.
El 8 de junio Mario Schilling estaba haciendo clases en la Universidad del Desarrollo en Concepción. En la noche recibe una llamada de la madre de A.I.N., quien asistía al jardín Hijitus. "Colapsó mi mundo al escuchar que la compañerita de mi hijo mayor había sido abusada sexualmente y en forma tan brutal. Esa noche no dormí. Estaba muy preocupado por mis hijos y mis sobrinos que habían estado en ese jardín. Al día siguiente suspendo la clase y tomó el primer avión a Santiago. Ese regreso fue bastante mágico. Ahí me empecé a dar cuenta de que esta podía ser la lucha de mi vida".
En Santiago, Schilling y su esposa, la arquitecta Macarena Echeverría, juntan a un gran grupo de apoderados del Hijitus en su casa en Vitacura. Schilling define ese encuentro como "una gran fiesta tétrica". Reunidos, los apoderados empiezan a sacar conclusiones sobre los extraños comportamientos de sus hijos. Los relatos incluyen masturbaciones, además de abrazos y besos con carga sexual. Schilling y su mujer los escuchaban. También tenían miedo: no sabían si sus hijos habían sido abusados o no. Al menos tenían la tranquilidad de que sus niños no habían mostrado conductas hipersexualizadas en la casa.
Schilling recuerda esa noche. "Los padres estaban destrozados llorando. Tenían rabia y culpa por no haber seguido su intuición. Llegó el fiscal y los detectives de la PDI a mi casa a tomar declaraciones y a las 5 de la mañana algunos fuimos a ver cómo detenían a Juan Manuel Romeo. Al día siguiente fue la audiencia de control de detención y logramos la prisión preventiva".
Desde entonces, Schilling entra en una vorágine. Empieza a aparecer en todos los medios como el representante de los padres del Hijitus. Se le empieza a asociar a la lucha contra la pedofilia. Como un efecto dominó, después del Hijitus se destapan casos en otros jardines infantiles y colegios. Y muchos le llegan a él. El desgarro de los testimonios de los padres, sumado a su propia experiencia de padre que vive el miedo a la pedofilia, lo llevan a hacer cambios. Como replantearse su labor profesional. Aunque su estudio tiene un área penal y un área civil, es su equipo de tres abogados el que ahora se dedica a esos casos, mientras Schilling dedica el 90% de su día a causas relacionadas con pedofilia. "Me di cuenta de que iba a ser una lucha hasta el final. Lo que les pasaba a esos padres, de alguna forma me había pasado a mí. Esa noche en mi casa vi el efecto de la pedofilia muy de cerca. Y sé que te asusta, que te destruye".
El proceso personal de Schilling como apoderado del Hijitus le daba una empatía natural con sus defendidos. Su hijo mayor de cuatro años estuvo inscrito en el jardín hasta el 2011. El de al medio, que tiene tres años, fue sacado un mes antes de las denuncias. Ambos veían de manera regular a Juan Manuel Romeo, el único imputado del caso, que hoy sigue en prisión preventiva a la espera de una resolución de la justicia. "La semana en que saqué al segundo, Mario lo llevaba al jardín y el niño lloraba", cuenta su esposa. "Fue una razón para cambiarlo y otra fue llevarlo al jardín donde estaban mis sobrinos. Pero uno no relaciona una pataleta a un abuso sexual".
Después de conocidos los hechos, el matrimonio Schilling-Echeverría quedó intranquilo. Por meses, pasaron con sus hijos por una serie de especialistas, quienes no encontraron daño en los menores. Pero la sensación de duda, de falta de certezas, igual quedaba en el aire. El tercer especialista dio a los niños el alta definitiva. "Igual es complicado, queda una sensación terrible, porque hay niños que ven el tema como un juego y otros como una agresión", dice Schilling.
Macarena Echeverría recuerda que todos los días, a la hora de ingreso, Juan Manuel Romeo estaba parado en la puerta del jardín y saludaba a todos los niños por su nombre. Pero sucedían cosas extrañas: "El saludaba a mis niños y ellos no lo saludaban de vuelta. Y lo mismo pasaba con otros niños que pasaban por al lado de este tipo y no lo miraban. Yo les decía a mis hijos que lo saludaran, pero no me pescaban. Si hubiera sabido…".
En el jardín Hijitus había 89 niños matriculados. Se presentaron 77 querellas por abusos. El tema sigue doliendo. Dice Schilling: "Te cuestionas la fe. ¿De qué sirvió tanto rezo? Muchos padres en el Hijitus eran muy creyentes y ahora están en el agnosticismo total. Esto te revienta tu vida".
Macarena Echeverría refuerza la idea: "Yo era de rezar todos los días, de misa los domingos. Aunque sigo creyente, ya no voy más".
Cristián Vásquez, el sensei de Schilling, sostiene una tabla de terciado. El abogado debe partirla en dos de un solo puñetazo. Su mujer, que lo acompaña al examen, se ríe nerviosa. Schilling está exhausto. Tuvo que hacer 20 flexiones apoyado en los puños y ahora, por primera vez en su vida, debe partir una tabla. Schilling se concentra, saca fuerza y parte la madera con un grito digno de una película de artes marciales.
Actualmente, Schilling lleva 12 casos de delitos sexuales, varios de ellos emblemáticos. Hijitus es uno. El de los abusos a niños de la auxiliar de párvulos del jardín Osito Panda de La Florida, otro. También tomó en su momento la querella en contra del sacerdote John O'Reilly del Colegio Cumbres por supuestos abusos a una niña de seis años y asesoró a los padres del colegio Apoquindo en una primera instancia, tras los abusos cometidos por un grupo de auxiliares. También están los casos más anónimos, como el de un padre de La Serena que violaba a sus dos hijos. "Antes mi trabajo era pega. Ahora empecé a comprender que esto para mí es una cruzada", dice.
En estos meses, cuenta, le ha pasado de todo. Cosas como recibir en su estudio a una mujer que lo quiso contratar para que obstaculizara la justicia en el proceso de su hijo abusado. O que los padres de un jardín de Las Condes hayan seguido mandando al establecimiento a sus hijos a pesar de la evidencia de abusos. "Me impresiona la comodidad de ciertos padres. Siguieron mandando a sus hijos solo porque la parvularia de ellos no era la culpable, sino que era la de otro curso, pensando: 'total no les pasó a los míos, le pasó al de al lado. No me importa'. Prefiero a 100 pederastas que a esos padres. Son personas sin corazón".
La violencia ha sido otro tema, dice. Hace 10 días, cuando se dejó en prisión preventiva a la auxiliar del Osito Panda, los familiares de la imputada intentaron agredir a Schilling y al fiscal en el Centro de Justicia. Debieron huir por la puerta por la que salen los jueces, directo al estacionamiento. Meses antes, se le había acercado un familiar de Juan Manuel Romeo, el profesor del Hijitus, mientras se tomaba un café en la Clínica Alemana. Dice que fue amenazado en forma temeraria.
"Mi pega no es fácil, es un poco peligrosa. Tienes muchísimos enemigos, gente que defiende a los pederastas, que creen en su inocencia. Trato de evitar los conflictos, pero practico karate dos veces por semana. Alguna vez fui vicecampeón regional, pero llevaba 25 años sin hacer ninguna cosa: sedentario, casado, guatón, pelado. Retomar el karate me ha brindado un poco de seguridad. Tengo la certeza de que, ante un ataque determinado, puedo intentar defenderme, aunque no es lo que busco en lo absoluto".
"¡Vamos Mario!", le gritan. El examen de karate llega a su fin. Schilling ha sostenido tres pequeños combates con los alumnos de su curso. En el último, apenas pudo defenderse por el cansancio. Su mujer respira aliviada mientras mira la ceremonia en que Schilling recibe su cinturón naranja y un diploma del sensei Vásquez. "Esto te va a servir para remar contra la corriente", le dice el maestro. Schilling sale del gimnasio, levemente cojeando.
En la mañana volverá a su gran pelea.
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