La travesía más temeraria de Joan Baez
<P><span style="text-transform:uppercase">[mayo de 1981]</span> En esa fecha, la artista, que canta esta semana en Santiago, llegó para encabezar una histórica visita de cuatro días, llena de shows fugaces, pero también de duras represalias. </P>
Sólo por esa vez, Joan Baez, en pleno aeropuerto de Pudahuel, decidió no hablar demasiado. El 15 de mayo de 1981, cuando debió enfrentar a un puñado de periodistas que buscaban saber qué haría en Chile, la cantante sólo adelantó que visitaría a un par de conocidos y que no estaba entre sus pretensiones cantar de manera masiva. Un itinerario que hizo que la prensa del día posterior sintetizara sus pasos bajo un titular inofensivo, ideal para reducir sospechas y maquillar intenciones: "Joan Baez, de turista en el país".
Pero su visita distaba mucho de la distracción. Aunque el gobierno de Augusto Pinochet no le prohibió el ingreso, uno de los nombres insignes de la canción protesta protagonizó un histórico viaje de cuatro días que con los años se alzó como uno de los capítulos más emotivos de la lucha contra la dictadura en los 80. Un episodio que revive con los dos conciertos que dará este viernes 14 y sábado 15 en el Teatro Caupolicán. Pero hace 33 años, el plan también apuntaba a que la ex pareja de Bob Dylan ofreciera un espectáculo con tickets en venta.
"Fue algo que se fue dando por conexiones muy casuales", introduce Julio Moline, realizador estadounidense que vivió en Santiago y que acompañó a su coterránea bajo la doble función de traductor y director de un documental que registró su paso por el sur, con Brasil y Argentina como el resto de las escalas. En 1980, el activista argentino Adolfo Pérez Esquivel recibió el Premio Nobel de la Paz en Estocolmo y, tras la ceremonia, se encontró con Baez, a quien le lanzó la idea de montar una gira por los tres países. La intérprete volvió a EE.UU. con el proyecto aún en verde, pero recibió el impulso definitivo de parte del fallecido escritor chileno Fernando Alegría, su vecino en California y quien hacía clases en la Universidad de Stanford.
"En un momento se encontraron, Joan le habló de esta idea y Fernando le dijo que serviría de gran apoyo al mundo cultural", recuerda Moline. Con la decisión resuelta, Pérez Esquivel, en ese entonces directivo del Servicio Paz y Justicia de Latinoamérica (Serpaj), contactó a la sede del organismo en Chile para avisarles que la trovadora había sumado a Santiago en su recorrido. "Cuando nos llamaron, nos planteamos la visita como algo relámpago, que la dictadura no tuviese tiempo para reaccionar", cuenta Domingo Namuncura, quien se desempeñaba como director nacional del programa de derechos humanos del Serpaj. De hecho, el viaje cambió varias veces de fecha, con el fin de despistar cualquier seguimiento secreto.
Pero lo que parecía avanzar con calma tuvo su tropezón más brutal en Buenos Aires, la primera parada. Ahí, la comitiva de Baez -que también integraba John Chapman, ex productor asistente de la cinta Apocalipsis ahora- fue expulsada de un hotel, sufrió un ataque con bomba y fue seguida constantemente por vehículos sin patentes: jamás pudieron cantar en vivo. Con esos antecedentes, el equipo siguió hasta Chile, donde fueron revisados durante una hora en el aeropuerto, aunque los directores refugiaron sus cámaras en maletas comunes, para no levantar sospechas de que se trataba de un equipo profesional.
Tras los trámites, fueron recibidos por Serpaj y la cantautora partió hacia un hotel cercano al cerro Santa Lucía. Eso sí, ante la experiencia bonaerense, la iniciativa de armar un recital pagado parecía un arrojo kamikaze. Namuncura acota: "Ahí empezamos a manejar la idea de hacer actos gratis, no teníamos la experiencia ni los permisos para cobrar por un evento".
Al día siguiente, el 16 de mayo, Baez llegó hasta la peña Aymara en Santiago, aunque su primer acto de envergadura fue un día después, cuando arribó a una misa en la Parroquia Universitaria de la plaza Pedro de Valdivia. Tras culminar la ceremonia, la norteamericana se unió al coro -formado por Cecilia Echenique, Tati Penna e Ignacio Walker-, para interpretar un par de temas, finalizando con Blowin' in the wind de Bob Dylan. En tiempos en que Twitter asomaba como un delirio futurista, el boca a boca igual corrió y entre el público en las inmediaciones hasta se vio a Miguel "Negro" Piñera. "Fue tanta la emoción del momento que no daba ni para sentir miedo", define Echenique. Por la noche, Baez llegó al Ceneca -organismo dedicado al estudio de medios- a cantar con músicos de la época, para repartir sus siguientes días entre la Universidad de Chile, la fundación Missio y la Vicaría de la Solidaridad, donde le regalaron un chaleco chilote.
Pero su última jornada, el día 19, guardó su mayor hito: el show en la parroquia Santa Gemita de Ñuñoa, donde arribaron casi seis mil personas y que luego saltó al disco a través de Alerce. "Ahí sentimos miedo", revela Moline. "Llegó la CNI y empezó a sacar fotos todo el tiempo", se suma Antonio de la Fuente, ex periodista de la revista La Bicicleta. Namuncura remata: "Hubiera sido imposible que hicieran algo, el costo a nivel internacional para Pinochet habría sido altísimo".
La cantautora se fue al otro día, pero las represalias cayeron de inmediato. Todo el material grabado fue sustraído de manera misteriosa en el aeropuerto, lo que impidió su embarque a Brasil. Curiosamente, meses después, Moline recibió en su casa de California un paquete sin remitente donde se le devolvían las cintas. Otra consecuencia menos amable la enfrentó el Serpaj, cuyos directivos, luego de la visita de Baez, fueron secuestrados por la CNI en plena calle -incluyendo Namuncura-, sufriendo la posterior tortura y un encarcelamiento que duró seis meses, para luego ser liberados por gestiones de la Vicaría.
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