La viuda que cambió la historia de la champaña
<P>El próximo martes serán muchas las botellas descorchadas. Lo que, en gran medida, hay que agradecerle a una francesa del siglo XIX que después de la muerte de su marido hizo de la bebida una industria a nivel mundial. </P>
El AÑO pasado, Veuve Clicquot fue la segunda marca de champaña más vendida en el mundo con 1.474 litros anuales. Y no es raro: se trata de una de las firmas más cotizadas y exclusivas que existen. Pero hubo un tiempo en que la hoy tradicional marca estuvo a punto de desaparecer. Pero no pasó gracias a Veuve Clicquot (la viuda Clicquot), quien se atrevió a tomar las riendas de una empresa casi quebrada, transformando para siempre la champaña.
La viuda Clicquot nació como Barbe-Nicole Ponsardin el 16 de diciembre de 1777, en Reims, al noreste de Francia. Era hija de Nicolas Ponsardin, un importante empresario textil que dejó de lado sus orígenes aristocráticos (era barón) para volverse jacobino. Gracias a este movimiento, los Ponsardin casi no vieron afectado su patrimonio tras la Revolución Francesa, una rareza dentro de los nobles de la época.
Uno de los vecinos de la familia era el empresario Philippe Clicquot, con quien competían por el control del mercado textil. Esto fue una de las claves que transformó a Barbe-Nicole Ponsardin en Veuve Clicquot: los padres de las familias decidieron consolidar sus negocios, al estilo del siglo XVIII, con un matrimonio entre sus hijos. A los 21 años, en 1798, Barbe-Nicole se casó con Francois Clicquot.
Contrario a lo que se esperaba, el matrimonio se llevó bien. Tanto que influenciado por su esposa, Francois decidió dedicarse al pequeño negocio vitivinícola de la familia. No tenía experiencia al respecto, pero los Ponsardin sí: una de las abuelas del clan había empezado la tradición. La idea no le pareció a Philippe Clicquot. Francia se encontraba en plenas guerras napoleónicas y comercializar champaña no era fácil por el bloqueo de las vías comerciales.
Y tenía razón: a pesar de los esfuerzos del matrimonio el negocio no despegaba. En eso estaban cuando en 1805, con seis años de matrimonio, Francois se enfermó y murió a los 12 días. Los rumores hablaban de un suicidio por los resultados de la compañía, aunque es más probable que se haya tratado de una fiebre tifoidea. "Antes de la muerte de su marido, Madame Clicquot no tenía absolutamente ningún papel oficial en la empresa familiar", cuenta a Tendencias Tilar Mazzeo, autora de The Widow Clicquot: The Story of a Champagne Empire and the Woman Who Ruled It, quien agrega que, sin embargo, "ella acostumbraba acompañar a su marido durante esos primeros años, aprendiendo el negocio desde afuera. Cuando murió, esto significaba que ella era capaz de dar el paso".
La muerte golpeó a la familia y el suegro de Madame Clicquot anunció que a fin de año se acababa el negocio. Pero la viuda tenía otra idea. Por eso le propuso arriesgar su herencia y hacerse cargo de la compañía. "Cuando ella hizo la petición a su suegro, tras la muerte de su marido, era algo extraordinario para una mujer burguesa de su época. Aún más inusual fue que su suegro la apoyara en una muestra de la inteligencia de ella y la fe que le tenía la familia", agrega Mazzeo.
Aunque el sí de Philippe Clicquot tenía condiciones: ella debería aprender. "En la primera parte del siglo XVIII, no era raro que las viudas de la clase obrera trabajaran en la elaboración de vino. En los libros de la firma Moet de esa época, casi la mitad de los productores de vino lo eran. Sin embargo, era muy inusual que una mujer elegante como Madame Clicquot trabajara. Cuando su suegro se mostró de acuerdo en apoyarla con el nuevo negocio, acordó con ella que iba a necesitar un aprendizaje de cuatro años con otro empresario de vinos como socio. Después de eso, si quería llevar el negocio por sí sola, la apoyaría", explica Mazzeo. Así, la viuda estuvo cuatro años trabajando con el enólogo Alexandre Fourneaux, pero no logró levantar el negocio. La empresa estaba quebrada. Por eso tuvo que acercarse a su suegro nuevamente para pedirle fondos. Y sorpresivamente le dijeron que sí.
No iba a tener una segunda oportunidad, por eso decidió mirar al desconocido mercado ruso. Sabía que si lograba llegar al lejano país, salvaba su champaña. ¿El problema? Las guerras napoleónicas y sus bloqueos navales que impedían la navegación comercial. Así que se arriesgó y decidió contrabandear sus mejores embarques hasta Amsterdam. La idea era ganar tiempo hacia Rusia a la espera de la inminente declaración de fin de la guerra. Por eso, una vez terminado el conflicto, su producción llegó a San Petersburgo con semanas de antelación a la de sus competidores. A los pocos días el zar Alejandro I declaró que era la única champaña que quería tomar y la moda se propagó por toda la corte rusa.
"Después de su conquista del mercado ruso, la demanda de su producto fue enorme. Sin embargo, el uso de las viejas técnicas de limpieza de la levadura en las botellas eran lentas, laboriosas y perjudicaban la calidad de las burbujas", cuenta Mazzeo en referencia al antiguo método para hacer la bebida, elaborada a base de vino, azúcar y levadura, y que tenía dificultades con lo que se conoce como fermentación secundaria, proceso en el que la levadura consume el azúcar generando un sedimento que enturbiaba el aspecto de la bebida y demoraba la producción al retirarlo.
Por eso inventó una solución. "Ella, trabajando de noche en secreto en sus bodegas y pidiendo a un obrero que hiciera agujeros en la mesa de su cocina, experimentó con una nueva idea para llevar a cabo la tarea y, al hacerlo, inventó la tabla de cribado", agrega Mazzeo sobre el sistema consistente en depositar las botellas inclinadas hacia abajo dentro de agujeros en tablas de madera para que los sedimentos se depositen en el cuello de la botella haciendo más sencillo y rápido retirarlos.
A pesar de la gran cantidad de trabajadores que tenía, el sistema fue un secreto que se mantuvo por décadas lejos de sus competidores. Esto le dio una ventaja definitiva. "Su técnica hizo posible la producción de una mejor champaña, más rápida y menos costosa, y todavía se utiliza en casas de la vendimia", dice Mazzeo. Gracias a este invento, el burbujeante dejó de ser un producto artesanal para volverse una industria. Así la champaña de Veuve Clicquot llegó a lugares tan lejanos como los puntos más septentrionales de Europa o Estados Unidos y traspasó las fronteras de las clases altas, alcanzando todos los públicos.
En términos más personales, la viuda nunca se volvió a casar. Fue una decisión lógica: si lo hacía debía pasar el control del negocio. "En el siglo XIX si una mujer no estaba casada dependía de su padre, no podía tener una cuenta bancaria ni pagarle al personal. Si estaba casada dependía del marido", dijo a la agencia Associated Press Fabienne Moreau, archivista de Veuve Clicquot, agregando que "sólo una viuda podía tomar esta posición como jefe de una compañía".
Madame Clicquot murió en 1866 dejando una empresa mundial y cambiando para siempre el negocio de la champaña. "Su mayor legado es que fue la primera mujer en la historia en dirigir un imperio comercial internacional, que creó a ella misma con visión, pasión y audacia", concluye Mazzeo.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.