Las historias anónimas de refugiados españoles en Chile a siete décadas del arribo del Winnipeg
<P>Se conocen artistas, historiadores y pintores. Pero entre los dos mil exiliados que llegaron en 1939 hubo niños, soldados y agricultores que tejieron una historia en el país.</P>
Pablo Neruda estaba vestido de blanco en el embarcadero de Trompeloup. El calor del verano francés de 1939 golpeaba fuerte y él se protegía con un sombrero de paja. Desde el muelle los republicanos españoles lo veían y no podían sacar otra conclusión: Chile era un país tropical.
Era el 4 de agosto, día en que más de dos mil exiliados hispanos subieron al carguero Winnipeg rumbo al fin del mundo. Un país del que con suerte sabían un par de cosas. Pascual García (91) había visto en el mapa del colegio "Tierra del Fuego" y pensaba que ahí debía ser muy caluroso. El papá de Félix Beltrán (73) era agricultor y había escuchado del salitre. Su mamá les temía a los temblores. Habían llegado a la costa de Burdeos tras años de vagar por los Pirineos, en albergues y campos de concentración de Francia, escapando de la Guerra Civil y del mando del recién asumido Francisco Franco. Algunos llegaron sin un padre o sin un hijo, pero también se vivieron episodios novelescos, cuando los parientes se reconocían por las ventanillas de los trenes que llegaban al puerto o cuando aparecía un padre al que creían muerto.
Al otro lado del mundo, periódicos chilenos criticaban la llegada de los españoles, porque en el contingente que creían de 1.500 personas llegarían "asesinos y ladrones". Sin embargo, la misión de asilo que se impuso el poeta y cónsul de Chile en París caló hondo en el Presidente Pedro Aguirre Cerda, quien pidió que llegaran españoles de toda la península: campesinos, pescadores, técnicos e intelectuales. De todo. Marcelino Cabañas (90) y Pascual García llegaron sin saber mucho más que pelear. Son los últimos combatientes vivos de la Guerra Civil en Chile. Hombres grandes, con miles de experiencias y más de una lágrima les gana cuando recuerdan cómo fue que llegaron.
Cabañas y García estaban en un campo de refugiados en Saint Cyprien, al cuidado de senegaleses. El primero salió de ahí gracias a una solicitud de refugio para cualquier parte del mundo, "donde fuera, sólo había que salir". El segundo lo hizo con una identidad falsa y por eso tuvo que recurrir a Neruda. El poeta le dijo que le diera un día para ver si podía subirlo al Winnipeg y Pascual no se movió del muelle. "Había de todo, gente, música, bailes. Esa noche Neruda nos dio un salvoconducto para quedarnos. Le tengo mucho agradecimiento. Para él fue como una obra de arte haber reconquistado esa gente, desesperados todos".
Arriba, las seis bodegas del carguero estaban habilitadas con literas y todo estaba muy bien organizado, "aunque a veces dormíamos en una tablita", dice Cabañas. El fallecido historiador Leopoldo Castedo contó una vez que durmió en botes salvavidas que también eran usados por las parejas para intimar. Los niños tenían actividades programadas y los adultos hacían charlas. Ahí se creó el Coro Vasco. En el viaje, que duró 30 días, murieron cinco personas y nacieron tres. Una de ellas fue bautizada como Agnes América Winnipeg (69).
Al llegar a Valparaíso de noche pintaron un retrato de Pedro Aguirre Cerda para poner en la popa. Por la mañana del 3 de septiembre, se bajarían cantando el Himno Nacional. En tierra, el alcalde Pedro Pacheco y los porteños, los esperaban con un cartel que decía: "Bienvenidos, los coños republicanos". Abajo se les vacunó y 1.200 partieron a Santiago. García caminó hacia la Aduana y les preguntó a los carabineros: "¿Puedo andar un poquito más para conocer la ciudad?, y me dijeron 'claro, si ya es libre, vaya donde quiera". No sabía que entre las curiosas porteñas que llegaron al muelle estaría quien aún es su esposa. A la llegada, Cabañas dijo que había sido repartidor de pan y fue asignado a una panadería de La Calera, dando pasó a su vida de comerciante. El pequeño Félix se fue con su familia a Osorno. Desde entonces no paró de trabajar: "Los niños de la guerra no tuvimos infancia. Algunos murieron en el camino, otros llegamos a Francia", dice uno de sus poemas.
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