Las últimas fábricas de Patronato
<P><span style="text-transform:uppercase">[barrio Textil]</span> En los años 70, eran más de cien las empresas de este sector que confeccionaban ropa. Hoy, apenas superan las diez. El resto fue cerrando a medida que las prendas importadas desde China se tomaban las vitrinas de la zona. Las que sobreviven lo hacen enfocadas en nichos específicos. </P>
La fábrica del señor Suh es un festival de sonidos y colores. En ese lugar, el ruido mecánico de las máquinas pareciera sincronizarse con el silbido que generan las planchas a vapor. En cada uno de sus rincones hay cientos de prendas y conos con hilos de variados tonos: rojos, amarillos, verdes, negros, naranjas y azules.
En el primer piso están las tejedoras, unos grandes aparatos que funcionan las 24 horas del día. En el segundo se ubican las máquinas de planchado y las mesas donde los tejidos se cortan y modelan. Abajo, en una sala pequeña, se confeccionan y terminan las prendas. Ahí, trabajan siete operarias expertas en el manejo de máquinas de coser Singer y Overlock. "Son de las pocas singeristas y overlistas que quedan en Santiago", asegura el señor Suh, que en realidad se llama Hwa Young Suh, pero todos lo conocen como señor Suh.
Su fábrica está en la calle Eusebio Lillo, de Patronato, donde también tiene tiendas. Llegó desde Corea del Sur en los años 80 y se instaló en el barrio para dedicarse al comercio. Ahí abrió Topez, una de las pocas fábricas textiles que quedan en este sector de Recoleta.
En los años 70 había más de cien de estos recintos repartidos por el barrio, ahora no superan los diez, según estimaciones del presidente de la Cámara de Comercio de Patronato, Carlos Abusleme. El resto cerró paulatinamente, mientras crecía la importación de ropa desde China.
Algunas tienen diez trabajadores, otras, más de 60. La mayoría está en manos de árabes, aunque otras son propiedad de coreanos, como el señor Suh. En Eusebio Lillo está Manzur Hermanos, donde confeccionan ropa de mujer. En Dardignac se encuentra Tejidos Helen Jadue y en Domínica, Saba Rabi, que funciona desde los años 40.
Una de las más tradicionales es Jericó, ubicada en Eusebio Lillo. Sus dueños, la familia Shawan, no han querido cerrarla, pese a que el negocio es poco rentable. "No conviene confeccionar, pero seguimos por tradición y porque trabajan con nosotros 60 personas que no nos gustaría despedir", sostiene Jihad Shawan, una de las dueñas.
La ropa interior y de guagua que confeccionan en Jericó la venden en tiendas y en su propio local de calle Santa Filomena. Hasta ahí llegan antiguos clientes de Providencia y Las Condes en busca de prendas hechas con hilos de Pakistán. "Es un público cautivo. Las señoras que venían en los 70 ahora nos compran ropa para sus bisnietos", afirma Shawan.
Carlos Abusleme asegura que las fábricas que quedan en Patronato han sobrevivido concentrándose en nichos de mercado que las importaciones asiáticas no cubren, como las tallas grandes y los encargos especiales de empresas, como sweaters corporativos, que por lo general, piden con urgencia. "El proceso de importación desde China demora 90 días. Por eso, aquí se confecciona lo que se necesita rápido", explica el empresario.
Es lo que sucede con las prendas y colores que están de moda. "Ahora se usan harto los tonos mostaza y los chalecos con manga murciélago. Si los importáramos, llegarían en tres meses y quizás en esa fecha ya no estén de moda, por eso los hacemos aquí. Así mantenemos el negocio", cuenta el señor Suh.
Poco tiempo después de llegar a La Chimba en los años 20, inmigrantes árabes abrieron talleres de confección en la parte trasera de sus viviendas. En empresas como Yarur compraban telas con las que confeccionaban las prendas y las vendían al por mayor a comerciantes que viajaban por todo Chile.
Los talleres se convirtieron en fábricas y, tras una ley que promovió el presidente Frei Montalva en los 60 (que permitía a la industria textil vender al detalle sus productos), aparecieron las tiendas. La primera la abrió Teófilo Juri en el 220 de Patronato, y desde entonces se multiplicaron por el sector. Ahí vendían camisas, jeans, blusas y faldas más baratas que en Santiago centro.
Las fábricas textiles estaban en la parte trasera de las casas y adelante (en lo que antes eran los livings), las tiendas. Marcas conocidas, como Mota, Yisus y Ferouch partieron así. "Al almuerzo, las calles estaban llenas de operarias. Salían a conversar y a copuchar", recuerda Jihad Shawan.
En los 80, con la llegada de los coreanos al barrio, todo cambió. La ropa traída de China era mucho más barata que la chilena. "En mi fábrica habíamos hecho un chaleco de lana muy bonito. Un día, vi el mismo modelo en la vitrina de un coreano. El mío costaba $5.990 y el suyo, importado, $2.990. Me devolví y le dije a mi señora que no produciríamos nada más. En un mes, cerramos la fábrica", remata Abusleme.
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