Llanada Grande, al otro lado del pueblo

<P>A sólo cuatro horas al sureste de Puerto Varas, y próximo al río Puelo, que conecta Chile y Argentina, se encuentra Llanada Grande, un lugar que por su aislamiento es un secreto del turismo nacional. Destino perfecto si se busca tranquilidad y potente naturaleza (y a sólo un paso de la zona de El Bolsón transandino).</P>




LLANADA GRANDE ES una fábrica de arcoíris. En la posada Martín Pescador la lluvia se escucha fuerte y durante toda la noche no se detiene. Aún así, los pájaros cantan y las ranas croan, lo que, según Marietta Gallardo, encargada de recibir a los visitantes, significa que al día siguiente habrá sol. Y sí, aparece el sol, pero también de nuevo la lluvia, y en ese juego de estaciones los arcoíris nacen y mueren, por montones, permanentemente.

Marietta coloca nuevamente leña en la estufa y sirve la comida. Una comida de casa, de tu casa, te hacen saber. Sobre la mesa de la cocina hay una radio VHF y a través de ella se escuchan breves diálogos entre distintas personas de la zona, que hay que ir a buscar a alguien al balseo, que se acabó el arroz y le lleven un kilo, dice otra señora, que los remedios y la harina. Cosas domésticas circulan por aquella frecuencia, la cotidiana intimidad convertida en ondas de radio. Marieta dice que no le gusta esa dinámica y sus conversaciones públicas, pero qué se le va a hacer, es la única manera, puesto que no hay señal de teléfono (sólo existe la alternativa satelital).

En Llanada la electricidad funciona durante ciertos horarios. La pequeña central hidroeléctrica que los abastece tuvo una falla y sólo queda programarse para utilizar la luz en los horarios establecidos: de 10.00 a 13.00 y de 20.00 a 23.00. A no ser que haya algún evento especial, como la graduación del colegio, cuando dura hasta más tarde.

El Salto

Elvira Delgado cobra mil pesos por pasar a mirar el salto de Llanada. Es anciana, le faltan varios dientes y sus pies con tierra apuntan a que ha estado trabajando en el campo, ayudando a su sobrino que se está construyendo una casa, cuenta. También dice que el chancho del vecino anda merodeando a la espera de que las cerezas caigan de los árboles, y que sus perros lo mordisquean medio en juego, medio en serio.

Elvira Delgado, la "Vila", como le dicen, agrega riendo que el pobre chancho no lo sabe, pero ya está casi listo para ser faenado, y probablemente no vuelva a comer cerezas. Está jugando sus últimos minutos y ya está "listo para un rico asadito". Eso se le entiende clarito entre los espacios vacíos de su boca.

Subiendo un par de kilómetros más allá, se llega a la orilla del salto. El agua es fría y cae como un rocío permanente, que te deja empapado sin que te des cuenta. Esa misma agua es la que abastece la central hidroeléctrica, a la que se puede acceder entrando por otro camino. Pero desde la entrada de la "Vila" la posición es inmejorable, y por eso sigue cobrando por pasar.

No es fácil vivir sólo de los animales o la morchella (un hongo comestible que se comercializa en la zona), así que el flujo de turistas es muy importante.

Juan Matamala es dueño del supermercado de Llanada y hasta 2004 trabajó para la ECA, el sistema de distribución de alimentos a zonas aisladas del Estado. El cuenta que cada vez son más los turistas que llegan y por eso, aunque el supermercado es básico, trae vinos y cosas para ellos. "Acá la gente compra lo justo y necesario, arroz, fideos, harina…, pero el turista es distinto", dice.

Marietta cuenta que el hijo del "Juanito" le lleva los productos que necesita a su casa, o la traslada gratis en su camioneta si va al supermercado. Ahí se acuerda de su hija que acaba de terminar cuarto medio en Puerto Montt, de su hijo que trabaja en la isla Jabalí (donde los turistas cazan jabalíes) y de su marido, que una noche de juerga se cayó de un bote en el lago Tagua Tagua y murió ahogado.

El recuerdo se detiene porque Marietta debe ir a hacer la comida a su casa, o probablemente porque el recuerdo se vuelve medio amargo.

Lagos de colores

- Y usted, Miguel, ¿dónde vive? - Al otro lado del lago. - Y quién más vive allá. - Nadie más. - ¿Nadie más? - Yo, mi señora, mi hijo, y ahora unos trabajadores que estamos alojando, ya que estamos levantando unas construcciones detrás del lago.

-¿No se aburren a veces? -No, tengo 400 canales en la tele.

Don Miguel Gallardo es un afortunado de Llanada. El posee una turbina propia que lo abastece de electricidad permanente y, como recalca en numerosas ocasiones, una antena satelital que le provee 400 canales para ver televisión hasta hartarse.

El se dedica a hacer paseos por el lago Azul (cuya agua es efectivamente de un azul intenso), y mientras habla, la lancha se mueve a gran velocidad, dando saltos a ratos por el lago. El agua se levanta, el viento pega en la cara, y todo, todo se ve mejor: los colores son más intensos, y los cerros, los árboles, los pájaros más nítidos, como si toda aquella ceguera citadina se solucionara sólo por estar ahí, en medio del agua, muy azul y muy fría.

Muchos se mueven por el lago Azul. César y su primo Oscar Albornoz hacen cabalgatas por el Valle de los Huemules, donde no hay huemules, pero sí enormes alerces, mañíos, cipreses de las Guaitecas y pájaros como traucos, peucos, jilgueros y martines pescadores, el "rock star" de la zona.

Mientras, los caballos descienden por lugares que parecen montañas rusas en cámara lenta y cruzan ríos de aguas transparentes.

Al final de la cabalgata nuevamente aparece el lago Azul, al que también se puede llegar caminando durante 45 minutos por un bosque, cuya ruta comienza en el puente de un río llamado Mapocho. Sí, Mapocho, un sueño lejano para el visitante santiaguino.

Quienes también hacen paseos por el lago Azul son Andrés y Loly. Llegaron hace algunos años a Llanada y descubrieron un cañón, a tres kilómetros de donde viven ahora, en la ribera del Puelo.

El sitio es perfecto para hacer rafting y kayak (deporte en el que Loly es especialista). Desde entonces viven ahí junto a su pequeña hija, y ahora también realizan cabalgatas al glaciar El Toro, para luego bajar en kayak por el río Ventisquero.

Hasta la pasarela

Aunque los caminos son buenos en Llanada y sus alrededores, muchas de sus rutas siguen siendo sólo senderos. Avanzando hacia el sur, hay más lagos, más cascadas y más árboles donde los pájaros posan para la foto.

Al llegar a Primer Corral se ve un retén de Carabineros y muchas máquinas abriendo camino. Ahí mismo está la pasarela, única forma de cruzar el Puelo -sólo a pie y a caballo- para llegar a Segundo Corral. De ahí al paso El Bolsón, y hacia Argentina y su Parque Nacional Lago Puelo hay sólo unos kilómetros.

Durante el viaje hay numerosos animales que se cruzan el camino o se instalan en la orilla a comer hierbas. Vacas, corderos y chanchos, que de seguro le pertenecen a alguien, se pasean, mientras que algunas liebres más osadas corren cerca de los pocos autos que avanzan por la ruta.

El regreso a la ciudad se hace nuevamente por el lago Tagua Tagua. Otra vez los arcoíris cruzan el paisaje y la gente se reúne en el balseo para alcanzar a entrar en el pequeño ferry.

Marietta dice que sólo viaja un par de veces al año, pero a veces extraña el otro lado del Puelo, el que la mayoría conoce, donde nació, y donde todavía tiene unas tierras que le cuida su hermana.

"Pero para qué voy a ir allá. Mejor aquí, más tranquilo", reflexiona, mientras se escuchan más voces en su radio VHF hablando de cotidianos menesteres.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.