Los desconocidos viajes del ministro del Transantiago

<P>El primer día al mando de Transportes, Pedro Pablo Errázuriz, ni siquiera tenía una bip! y tuvo que pedírsela a su hijo. Pero como nuevo ministro de la cartera, tuvo que conocer bien el transporte público capitalino. Por eso se propuso salir cada viernes a recorrerlo. A veces, las micros no le paran. Otras, sale al alba y se va apretado cara contra cara, sin cámaras, y como cualquier mortal. </P>




El bus oruga de la 216 se detiene en Américo Vespucio con Santa Rosa, en el paradero 25 de Gran Avenida. Sixta Lienti (56) vive a cuatro cuadras de ahí. Las camina cada mañana, a oscuras, para ir a su trabajo. En ese mismo barrio hay personas que mientras esperan que pase el bus, hacen fogatas cerca de los paraderos para ahuyentar el frío. Que es harto a esa hora de la mañana. Son las 6.15 y hay alrededor de 5°C.

Sixta toma la micro que avanza hacia el siguiente paradero. Ahí se detiene nuevamente. Un joven de parka negra y gorro de lana comienza a abrir la puerta del centro del bus. Como no puede, desesperado, se ayuda de una patada. En eso se demora un minuto. Lo que tarda el reinicio del recorrido. El no sabe que arriba de ese bus está el ministro de Transportes. Cuando logra entrar, las mujeres y los hombres, abrigados con guantes, bufandas y capuchas, lo empiezan a abuchear y pifiar. Una señora mira al ministro y le dice: "si uno le dice algo, la suben y la bajan a garabatos". El ministro lo mira, de pie, apoyado en el pasamanos. Se tambalea un poco, con el mismo vaivén que se ondula el fuelle del bus y avanza hacia el joven. Se queda a 40 centímetros de él. El ministro, más desabrigado que el resto: va de camisa blanca con el primer botón abierto, chaleco delgadísimo y jeans de color claro, le pregunta por qué se subió sin pagar. El veinteañero baja la vista, mira hacia el lado y le responde que el motivo fue que la micro no le abrió las puertas.

Cierto o no, es una realidad que se vive a diario arriba del Transantiago. Y que el ministro Pedro Pablo Errázuriz, ha comprobado a punta de bip!. El 20% de los pasajeros que evade el pago del pasaje, micros que no paran y la gente que se molesta. "A veces daba un poquito de susto, porque piensas que la gente está furiosa", revela Errázuriz.

Dice que antes de ser secretario de Estado no se subía al Transantiago y no tenía la famosa tarjeta bip!. Por eso, en su primer día en la cartera, quiso irse al trabajo en micro y tuvo que pedirle a su hijo que le prestara la suya.

Cuenta que desde que aceptó el cargo, decidió entender lo que fue el gran dolor de cabeza de sus antecesores. Y salir a la calle. Quería mejorar lo que al interior del Ministerio de Transportes y Telecomunicaciones, es reconocido como un diseño pensado al interior de las oficinas de la cartera. Lejos de Lo Espejo, Independencia o La Cisterna. Lugares que aún tienen problemas con sus recorridos. "En el interior del grupo del Transantiago había el eslogan que esto se había diseñado desde el escritorio y no desde la calle. Entonces ahí partió la idea", afirma Errázuriz.

Una señora, maciza y de rulos, habla fuerte, enojada. Gesticula con las manos. Dice que "no es justo que existan personas que no paguen su pasaje, porque al final los usuarios son los que pierden". El ministro pone atención y asiente con la cabeza. Conversa con ella. Con el de más allá y el de más acá. Les pregunta qué les molesta del Transantiago y qué se podría mejorar. De a poco, los pasajeros comienzan a acercarse a darle ideas, a preguntarle por qué sacaron un recorrido en particular. Y él responde y le pide a sus asesores que anoten las ideas. Parte de la experiencia recogida será vital para la reformulación del sistema que el ministerio alista para octubre próximo con la renegociación de los contratos con las empresas alimentadoras.

La micro va rápido y "vacía". Los buses del Transantiago tienen una capacidad para 140 pasajeros y en éste van todos sentados y sólo cinco de pie. Es una excepción.

La 216, que hace el recorrido desde La Pintana a Vitacura, siempre va "asfixiantemente repleta", dice un hombre de unos 40 años, que tomó la micro en el barrio de la señora Sixta.

Otros días, viajar en ese recorrido, puede convertirse en un asunto de supervivencia: la lucha diaria que se resume en conseguir llegar temprano al trabajo y en tratar de entrar al bus antes de que se cierren las puertas.

Cuando el ministro Pedro Pablo Errázuriz decidió hacer estos viajes, la 216 fue el primer recorrido que tomó. Acompañó a la señora Sixta y viajaron hasta su trabajo.

El ministro cuenta que ese día el viaje "fue impactante". Que llegaron al paradero temprano. Que marcó en su Iphone la aplicación para saber los tiempos de las rutas del Transantiago, y que éste les avisó a qué hora pasaría el próximo bus. "Venían dos en cinco minutos. Estaba perfecto y dije: 'aquí me voy a lucir'. Porque nosotros veníamos con la clara idea de que la cosa funcionaba. Y el bus pasó lleno y no paró. La gente corrió a la luz roja. Entraron por la puerta de atrás. Luego pasó otro lleno y al final, nos subimos como al cuarto. El viaje fue entretenido. Pero íbamos apretadísimos y fue de mala calidad", recuerda.

También relata cuando una vez estaba esperando micro en un paradero. Cuenta que un tipo que lo reconoció, lo miro y le dijo: "esta sí que para po', si usted es el ministro". Pero la micro pasó de largo.

En Bilbao con Manquehue se sube un hombre que ve al ministro hablando con otro pasajero. Se acerca y les comenta a sus asesores sobre "la odisea" que es ir de San Luis de Macul a Cantagallo. Luego se acerca al ministro y le detalla que se toma cuatro micros para llegar a su trabajo. Los asesores toman nota.

"Esto es una cuestión de muchos detalles, más que una gran transformación (...) hay mucho de conocimiento popular", afirma el ministro. El resultado de estos viajes han sido varios cambios en los recorridos. Por ejemplo, el F20, que hoy pasa por fuera del consultorio San Alberto Hurtado, cuando antes no lo hacía.

Denisse Rojas (28) dice que ha visto esos cambios. Trabaja en el Mall Plaza Oeste y sale a las 21.00. Cuenta que hace unas semanas caminó junto al ministro desde la salida de su trabajo, al paradero de Américo Vespucio. Se demoraron 10 minutos. Ahí, esperaron otros 25 para que pasara la micro y finalmente, se tardaron una hora y cuarto en llegar a la casa de Denisse en Lo Prado. Pese a todo, después de ese viaje, dice que: "Las micros pasan más seguido".

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