Los orígenes de la "basura blanca"
<P><I>Coming Apart</I>, el nuevo libro de Charles Murray, indaga en lo que para él fue la nociva brecha socioeconómica y cultural que permitió la separación de dos clases sociales relativamente nuevas en el contexto estadounidense: los blancos más ricos y los blancos más pobres. Todo esto, en un país que, hasta hace poco tiempo, se vanagloriaba de ser eminentemente igualitario.</P>
Quienes han visto ese par de películas terribles y estremecedoras llamadas Boys don't cry y Monster, conocen, en la medida en que el buen cine lo permite, algunos rasgos de la crudeza con que se puede llegar a vivir la vida en los estratos más bajos de la población estadounidense blanca. Ambas producciones se basan en hechos reales, y ambas fijan la mirada en un grupo socioeconómico al que en este país definen, claro que despectivamente, con el término "white trash" (basura blanca).
Coming Apart. The State of White America (1960-2010) es el título del libro que acaba de lanzar el historiador y politólogo Charles Murray (se podría traducir como "Desmembrándose. El estado de la América blanca"), libro que promete ser uno de los más reveladores y controvertidos estudios sociales publicados en las últimas décadas, precisamente, porque aborda con frialdad científica las causas que fomentaron el origen, y el hasta ahora continuo crecimiento, de la "basura blanca", concepto al que Murray, dicho sea de paso, no le hace el quite.
Dejando de lado por un instante los inevitables guiños a la contingencia política que una investigación como esta ha de contener, más aún en un año de elecciones presidenciales, la lectura de Coming Apart deja en claro que, por sobre las convicciones del autor, la obra efectivamente tiene un valor documental inmenso, debido al suculento número de datos sorprendentes con que el relato está hilvanado.
Charles Murray, es útil saberlo, se define a sí mismo como un tipo libertario, algo que en este país implica ser de derecha, adorar a Milton Friedman, predicar hasta el cansancio la jibarización del Estado y, con menor probabilidad, apoyar abiertamente al precandidato republicano Ron Paul.
La importancia de este trabajo también puede medirse con otra vara, la que por estos días agita el debate en las grandes esferas del periodismo estadounidense: dos de los columnistas más respetados y leídos del New York Times, David Brooks y Paul Krugman, han ensalzado y denostado, respectivamente, la provocadora perspectiva que aborda el libertario. Otro antecedente que no se puede soslayar es que el libro más extensamente citado en la obra de Murray es, coincidentemente, uno de Brooks: Bobos en el paraíso.
Murray se sustenta en una premisa convenientemente enunciada en el primer párrafo del prólogo; pese a ello, la suposición inicial resulta ser arbitraria por un largo rato de lectura (hasta que deja de serlo): el destino de Estados Unidos cambió dramáticamente el 22 de noviembre de 1963, día en que el presidente Kennedy fue asesinado. En ese entonces, arguye el autor, en el país no existía ni la clase baja ni la clase alta. Para demostrar el punto, Murray cita una encuesta Gallup, llevada a cabo ese mismo otoño de 1963, en la que el 95% de los consultados dijo pertenecer a la clase trabajadora o a la clase media. "Una gran cantidad de gente pobre se negó a identificarse como parte de la clase baja, y una gran cantidad de gente acaudalada se negó a identificarse como parte de la clase alta. Aquellas reticencias reflejaban una vanagloria nacional que había prevalecido desde los inicios de la patria: Estados Unidos no tenía clases sociales o, en caso de que las tuviese, los estadounidenses debían actuar como si no".
Y claro, Murray no es tan ingenuo como para defender la tesis de que Estados Unidos fue desde el principio una nación liberada del yugo de las clases sociales. "No es la existencia de clases lo que es nuevo, sino el surgimiento de clases que difieren en valores y comportamientos básicos, clases que escasamente reconocen su subyacente parentesco estadounidense".
La ecuación primaria que Murray expone en su libro es bastante simple: nunca antes en la historia de Estados Unidos el segmento más rico de la población blanca estuvo tan distanciado del segmento más pobre de la misma. A consecuencia de ello, se pregunta el autor, ¿cómo es posible que la casta dirigente gobierne en beneficio de los pobres si desconoce absolutamente, en razón de las barreras físicas, culturales y mentales que se han erigido en los últimos 50 años, las necesidades de los más desposeídos?
La fijación excluyente de Murray con la población blanca tiene una explicación sólida, ajena a lo que algunos de sus críticos en la izquierda han tildado de vulgar racismo. El autor es tajante en declarar que en ningún caso pretende otorgarle protagonismo a la pobreza blanca por sobre las estrecheces, sin duda mayores, que históricamente han sufrido otras etnias, en especial los negros y los latinos.
Ubicados frente a la perspectiva que Murray defiende, el asunto vendría a ser más o menos así: por décadas, las tendencias propias de la vida americana estuvieron representadas en términos de raza y etnia, siendo los blancos el punto de referencia: el índice de pobreza negra comparado con el índice de pobreza blanca, el porcentaje de latinos que va a la universidad equiparado al porcentaje de blancos que va a la universidad, etcétera. "En ello no hay nada malo. Yo mismo he escrito varios libros repletos de comparaciones de esa índole. Pero esta estrategia ha desviado nuestra atención de cómo, en sí mismo, el punto de referencia está cambiando". Y aquí llegamos a los dos grandes temas del libro, el surgimiento de las denominadas "nueva clase alta" y "nueva clase baja".
A través de una abultada cantidad de datos, por lo general llamativos, ingeniosos y bastante convincentes, flanqueados por una batería de gráficos que a ratos se hace un tanto agotadora y redundante, Murray dibuja, peldaño a peldaño, la fascinante escalera social que recorre en su libro. En 1963, nos recuerda el investigador, el costo de la vida diaria en Estados Unidos no era menor al de hoy en día. Sin embargo, las diferencias de precios entre los bienes a disposición de los consumidores no eran tan exageradas como en la actualidad. Un ejemplo: en 1963 se podía comprar una casa en uno de los más exclusivos barrios del país, Chevy Chase, en Washington, pagando sólo el doble del precio promedio que costaba construir una casa nueva en cualquier parte el país.
La frase atribuida a Hemingway en un supuesto diálogo con Scott Fitzgerald aún podía ser considerada válida en 1963: "La principal diferencia entre los ricos de siempre y el común de los mortales es que los primeros tienen más plata". Este constituye un punto fundamental en el desarrollo dramático de Murray: hasta los años 60, en Estados Unidos efectivamente se dio una vida en común, en la que ricos y pobres habitaban muy cerca unos de otros, si es que no en la misma cuadra.
En resumidas cuentas, a partir del 22 de noviembre de 1963 las cosas cambiaron demasiado; según Murray, para mal, pues dieron paso a la segregación física y cultural hoy en día prevalente: la riqueza que obtuvieron los ciudadanos mejor educados y más exitosos -muy inusual en cuanto a cifras para los parámetros de los años 60- les permitió a ellos, flamantes miembros de "la nueva clase alta", aislarse del resto en barrios que ya no eran accesibles para todos o casi todos. Peor aún, la tan humana segregación cognitiva -rodearse de personas que tienen un mismo nivel educacional- y la práctica de la endogamia pasaron rápidamente a formar parte de las costumbres de vida de la nueva cúpula dirigente.
Por el otro lado, "la apertura de colegios de elite destinados a los mejores alumnos, sea cual fuese su origen, no estuvo acompañada de una democratización socioeconómica de tales establecimientos". A principios de los años 60 comenzó a desarrollarse algo novedoso: "Una clase baja blanca que no ya sólo era una franja, sino parte sustancial de lo que anteriormente se conocía por población de clase obrera". De ahí en adelante, la historia es familiar para nosotros: los ricos se hicieron más ricos, los pobres se hicieron más pobres.
El capital social eminentemente americano que alguna vez distinguió las relaciones entre ciudadanos blancos acaudalados y sus pares menos afortunados dejó de ser eso, un espacio de creencias comunes en el cual todos se entendían bajo un mismo marco referencial. El pacto social que habían establecido los Padres Fundadores al formar una república de características peculiares como la norteamericana, pacto basado en cuatro pilares básicos (matrimonio, laboriosidad, honestidad y religiosidad), se había roto, en gran medida, debido a que estas virtudes cardinales ya no eran practicadas por los segmentos más pobres y menos educados de la población blanca (las innumerables razones que explican este proceso coinciden con los capítulos más interesantes del libro).
En opinión de Murray, nada peor que eso pudo suceder. Por tal motivo, su percepción del estado actual de las cosas no deja de tener un componente apropiadamente apocalíptico para tiempos de pobreza como los que corren: "Si la brecha económica entre ciudadanos blancos de clase alta y ciudadanos blancos de clase baja continúa creciendo como lo ha hecho en las cinco décadas anteriores, ya podremos dar por muerto todo aquello que históricamente hizo que Estados Unidos fuese Estados Unidos".
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