Los santiaguinos que deben escuchar para leer

<P>En Providencia, existe una biblioteca para ciegos que es un mundo abierto a la imaginación para quienes, por enfermedad o accidente, han perdido la vista. La clave del buen funcionamiento es el trabajo de voluntarios, quienes transforman las letras impresas en una historia lista para ser oída. </P>




El guardián entre el centeno es el libro que por estos días Patricia Gómez-Lobo tiene sobre su escritorio. Sorprendida por lo actual del viejo relato de Salinger, decidió dedicar algunos momentos de cada día para registrar en voz alta la historia de Holden Caulfield en una serie de casetes, teniendo especial cuidado en evitar sonidos de teléfono, ladridos de perro y conversaciones indiscretas.

Todas las mañanas, Patricia se sienta un rato frente a la ventana, en el más absoluto silencio de su departamento. La habitación hace las veces de escritorio, enciende una lámpara de mesa y abre el libro donde le indica el marcador. Aprieta el rec de la grabadora, que tiene conectada a un pequeño micrófono de solapa, y apenas parpadea la pequeña luz roja del aparato se sumerge en el relato que tiene frente a sus ojos, intentando manejar el volumen y las inflexiones de voz para traspasar las emociones y acciones que se suceden página tras página en la novela.

Ella es una de las voluntarias que trabajan en la Biblioteca Central para Ciegos, ubicada en una vieja casona de dos pisos de Providencia, en Rafael Cañas, y que hace más de 40 años reúne a centenares de personas no videntes en torno a la magia de los libros. Con voz clara y segura, comienza a leer: "Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme…".

En Chile, son 510 mil los que padecen ceguera parcial o total, según el Servicio Nacional de la Discapacidad, y la mayoría está entre los 46 y los 65 años.

A diario, la biblioteca es visitada por hombres y mujeres en esta condición. Acompañados de un bastón y mucha voluntad, buscan hacer una vida lo más normal posible. Es decir, todo lo contrario de lo que les sucede día a día en una rutina que se empeña en ponerles límites y es poco amable.

Patricia no recuerda cuántas novelas, cuentos y poemas se ha encargado de grabar desde que llegó a la biblioteca invitada por una amiga, a fines de la década del 80. "En ese entonces era profesora de religión del Villa María Academy y, aunque no tenía ninguna experiencia cercana a la ceguera, por inquietud personal empecé como voluntaria ayudando a corregir pruebas a profesores ciegos", explica.

Esos eran tiempos en que ciegos y videntes se juntaban en la biblioteca, y sentados en un sillón, escuchaban a un voluntario que les leía noticias del diario. "Eso ya casi no se da o es muy raro, porque ahora los ciegos son autónomos y buscan depender cada vez menos de lo que otros puedan hacer por ellos", cuenta. Es así como surgió la idea de un banco de grabaciones que lentamente, gracias al trabajo voluntario, hoy tiene cerca de 2.500 volúmenes con 23.000 cintas de audio. Bautizada como cintoteca, está en el segundo piso de la casona y recibe a diario las visitas de quienes, más allá del impedimento de sus ojos, suben la escalera a tientas para buscar en cada nuevo título aprender, estar al día, estudiar o simplemente entretenerse.

En este gran tesoro de relatos, que se encuentra dividido en original y copia sobre los estantes de la Biblioteca Central para Ciegos, hay más de lo que se pueda imaginar: clásicos de la literatura, libros de historia, los últimos best sellers, manuales de autoayuda, poemas, biografías, textos sobre sexología, política, leyes y religión. Cada página ha sido cuidadosamente transformada en sonido y ha aumentado, así, la cantidad de casetes de acuerdo al grosor del relato. ¿El libro más largo que tienen? Patricia Soto, la bibliotecaria, responde sin vacilar: "Los cuatro tomos de Los ciegos en la historia, del español Jesús Montoso. Son 90 cassettes de 60 minutos". Un infaltable es Don Quijote de La Mancha, cuyas 29 cintas de una hora y media cada una fueron grabadas desde la cárcel de Colina por una voz anónima que desde el encierro relató la historia de Cervantes para los no videntes.

Pero en la cintoteca no sólo hay clásicos, también hay literatura de moda. Algunas muestras: El resto es silencio, de Carla Guelfenbein tiene ocho casetes; 2666, de Roberto Bolaño, está narrado en 39 cintas; y los vampiros de Stephenie Meyer, están atrapados en los 16 casetes de Luna Nueva, amarrados con un elástico y etiquetados en Braille indicando título y autor.

Es un hecho que la irrupción de lo digital ha facilitado las cosas a los ciegos. Para muchos de ellos, en especial para los más jóvenes, los computadores son verdaderas ventanas abiertas a nuevas oportunidades, amigos y trabajos. Como todos, pueden navegar por internet, chatear y escribir correos electrónicos, gracias a programas que transforman la palabra escrita en palabra audible. En esto, la Biblioteca Central para Ciegos es pionera, porque cuenta con el primer cibercafé de Latinoamérica para personas no videntes.

Para ir con los tiempos, hay otro aspecto en que la cintoteca se está modernizando, pues han traspasado algunos volúmenes de cinta a CD. "Pero no es tan fácil como tú piensas", se apura en señalar Patricia Gómez-Lobo. Ella defiende el antiguo formato del casete, que pareciera estar casi en extinción para la mayoría de la gente. "El disco es mucho más difícil de manipular por un ciego adulto, porque se raya y es complicado encontrar el lado por donde hay que ponerlo. Mientras que el casete será viejo, pero no falla", dice sonriendo. "Yo, de hecho, no he grabado en digital todavía".

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