Los últimos habitantes de la Torre 10

<P>En 1984 TVN transmitió una teleserie que transcurría en un edificio de la Remodelación San Borja. De la vida en esa comunidad sólo pueden dar fe hoy las cintas grabadas y los seis habitantes que quedan ahí. </P>




CAMINABA por Diagonal Paraguay -de oriente a poniente- cuando lo vio por primera vez. Después visitaba algunos cafés del sector de la remodelación San Borja con amigos y se quedaba largo rato observando el edificio. Su cabeza volvía a contarse la misma historia. La idea regresaba con obsesión.

"Mi papá pensaba que nada retrataba mejor lo que pasaba en Chile en esa época que esa torre. La clase media vivía ahí y por eso los personajes que creó: los funcionarios públicos, dueñas de casa, liceanos…", dice Daniela Castagno, hija de Néstor, un odontólogo argentino que prefirió la dramaturgia y se quedó acá para escribir el guion de la teleserie La Torre 10, uno de los culebrones más famosos de los 80.

En 1984, bajo la dirección de Vicente Sabatini y con un elenco que sumaba rostros como Sonia Viveros, Lucy Salgado, Carolina Arregui, Malú Gatica y Luis Alarcón -entre muchos otros- la telenovela salía por las pantallas de TVN. No sólo rompió los esquemas porque su banda sonora marcó un antes y un después en las producciones locales, sino porque intentó ser un fiel retrato de la vida de los santiaguinos de esos barrios y estrato social.

La remodelación San Borja -flanqueada por la Alameda por el norte, por Marín al sur, Av. Vicuña Mackenna al oriente y Lira al poniente- fue un proyecto parido desde la irreverencia. Un lugar con 21 torres, de entre 20 y 22 pisos, donde pudieran vivir 10 mil personas. Comenzó a levantarse en 1969 y fue finalizado en 1976.

Concebido durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva, lo más importante de este proyecto habitacional era que alcanzara una gran envergadura y que quedara instalado en un lugar central, pues sus viviendas financiadas por la Cormu (Corporación de Mejoramiento Urbano, un departamento que formaba parte del Ministerio de Vivienda de la época) estaban precisamente pensadas para albergar a familias que vivían en la periferia.

El conjunto, que tomó el nombre del antiguo Hospital San Borja (antes en ese sector) estaba dirigido a la clase media. Así como podía llegar un funcionario público, también podía hacerlo un médico. O una profesora.

Entre los 21 inmuebles estaba la famosa torre 10, específicamente en Diagonal Paraguay 361. Tenía 118 departamentos y un número de personas que hoy nadie puede determinar. Sólo se sabe que los primeros propietarios llegaron en 1972 y que de todos ellos, hoy sólo quedan seis. El resto murió o se mudó a otros barrios de la capital. "La mayoría vendió a mediados de los 90, luego de que sus padres murieran", cuenta la actual administradora de la torre 10, Aurora Paillavil. Hoy se siguen ofertando, a un precio que oscila entre los $ 30 y los $ 35 millones, según cuenta la corredora de propiedades, Loreto Ibáñez, que trabaja con un departamento en la torre 11.

Uno de los conflictos más claros de la teleserie fue el de la diferencia social. En la pantalla lo interpretaban Carolina Arregui, hija de un doctor que llegaba a instalar una consulta al edificio, y Rolando Valenzuela, de una familia sencilla. Ambos se enamoran y deben sobrepasar el inconveniente de clase. "Acá había harta mezcla de gente. Los edificios eran lindos y estaban llenos de áreas verdes. Cuando llegamos nos subió el pelo", comenta riendo Eleticia Ortega (69), más conocida en la torre 10 como "la señora Ticha".

Fue una de las primeras habitantes. Venía de la población Juan Antonio Ríos N°2, en Independencia. Junto a su esposo -con el que se casó cuando ella tenía 17 años y él 15- compraron en $ 60.000 de la época su departamento de 70 m2, con un baño, terraza y tres dormitorios en el piso nueve. "Era un sueño para nosotros. Esa vez compré todo nuevo, hasta esto pues", dice tocando el sillón de felpa café donde estamos sentadas.

-¿Y por qué le subió tanto el pelo?

-Porque acá era lindo. Había ascensor, calefacción. Con el tiempo ya no iba a la panadería, sino que al supermercado. Y como teníamos estacionamiento, mi esposo que trabajaba de electricista, compró un Charade azul.

La casa de Ticha está intacta. Tal como la inauguró hace 38 años y como se quedó cuando sus dos hijos partieron y su esposo murió, hace 13 años. Ella actuó de extra en la Torre 10. "Me pagaban $ 10.000 por pasearme cuando estaban grabando", cuenta con una sonrisa que no se ha desvanecido. "Nos creíamos la muerte. Todo el mundo conocía la novela".

Era dueña de casa y sus hijos estudiaban en el Liceo Darío Salas, en Avenida España. "En general, todos los niños y jóvenes de acá, iban a colegios céntricos, el Instituto Nacional o el Liceo 1", recuerda.

Sin conocer a esta vecina, el Premio Nacional de Arquitectura 1976, Héctor Valdés, concuerda con ella: "La remodelación tiene el mérito de haber permitido el acceso a la vivienda digna a familias de nivel económico medio y de integrarlos a las actividades y atracciones del centro", dice el profesional cuya emblemática oficina de arquitectos Bresciani, Valdés, Castillo y Huidobro proyectó el diseño de una de las torres.

Pina García fue un imán en la torre 10. En la de la teleserie y en la de la vida real. Fue otra de las primeras propietarias en llegar al edificio y aunque murió en octubre del año pasado, su nombre pareciera estar grabado en la estructura del edificio. La profesora de matemáticas era de carácter fuerte y fue ella, en su calidad de administradora del edificio por 18 años, quien le dio permiso a Televisión Nacional para grabar la comedia.

"¿Ves esas letras doradas de allá?", pregunta Aurora Paillavil y apunta unas letras gordas y grandes instaladas sobre la cabeza del amable conserje: "Torre 10", dice. "Pina siempre repetía que eso había quedado de recuerdo de la teleserie. Si tú ves, no hay ninguna torre más que tenga esas letras", cuenta Aurora, quien también hace de guía espiritual-enfermera en la comunidad.

En un comienzo, la remodelación fue pensada para familias jóvenes y profesionales, pero debido a la presencia de universidades y el envejecimiento de la población, dio paso a universitarios y adultos mayores.

Hoy, pese a que la torre 10 (y sus vecinas) están en buen estado, que los ascensores y la calefacción funcionan tan bien como hace 30 años, el carácter de la comunidad ya no es el mismo de los 70 y de los 80. Como la mayoría de los niños que vivían acá fue a la universidad, se convirtieron en profesionales que emigraron a otros sectores en Providencia y Ñuñoa. "También a La Florida, sobre todo, a los nuevos conjuntos habitacionales", explica Aurora.

La fisonomía del conjunto habitacional también cambió: la construcción original consideraba rampas y uniones, pero hoy la mayoría están cerradas por un tema de seguridad.

Así y todo la propietaria de uno de los departamentos de la torre 10, Silvia Aros, cuenta que ésta no está garantizada y dice que lo peor del barrio lo ha visto en los últimos 10 años, cuando pusieron reja en torno al recinto. "Hay muchos indigentes que vienen a dormir: en Marcoleta, frente a la posta, en la esquina de Lira... ¡Hasta el divino anticristo duerme por acá! Y mire lo que pasó con el joven Daniel Zamudio. Eso no lo habrían ni imaginado los que crearon la novela años atrás", se lamenta.

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