Los vecinos chilotes del Presidente

<P>Caleta Inío se levantó a mediados de los 80, en la parte más al sur de Chiloé. Sus habitantes se han ido acostumbrando a vivir aislados de todo. En un principio no tenían posta ni escuela. Hoy siguen sin retén de Carabineros. Hace seis años quedaron dentro del Parque Tantauco, propiedad del Presidente Sebastián Piñera. Viajamos hasta allá para ver cómo funciona esta vecindad.</P>




Nadie puede sobrevivir en Caleta Inío sin botas de agua. Mejor aún si éstas llegan a la rodilla. Cualquier otro calzado, hasta los zapatos de trekking más avanzados, no sirven. Son demasiadas pozas esparcidas por los terrenos de las 41 casas que forman este poblado diminuto. La lluvia aquí es inclemente y el barro forma un pegamento oscuro difícil de remover. Por eso, quizás, en Inío es difícil encontrar gente a la intemperie. El panorama al llegar al muelle es el siguiente: un pueblito casi fantasma, con pocas viviendas, algunos perros que se mueven bajo la lluvia… y un edificio largo y angosto, de dos pisos.

En ese edificio, el más grande de Inío, funciona la administración sur del Parque Tantauco, el territorio de 118 mil hectáreas que Sebastián Piñera compró hace seis años en US$ 6 millones. En el primer piso del inmueble hay, además, un museo con objetos aborígenes de la zona. En la segunda planta está el departamento del Presidente.

Con 143 habitantes, Inío -el asentamiento humano más austral de la Isla Grande de Chiloé- se convirtió en el único pueblo dentro de Tantauco. En los únicos vecinos de Piñera en el parque. Y eso no ha sido un tema menor. Hasta el 2005, nunca sus habitantes habían tenido que convivir con extraños en forma permanente. Era un poblado aún más remoto que hoy. La única forma de llegar a la caleta era por mar, tras seis horas desde Quellón a bordo de la lancha de algún mariscador que venía a este lugar a hurguetear el mar. Con la llegada del parque, las rutas se acortaron en algo. Una vez a la semana -si el clima y la demanda de turistas lo ameritan-, Tantauco dispone de una lancha rápida, que hace el mismo trayecto en sólo dos horas. Cuando hay cupo, los vecinos pueden subirse y viajar gratis.

Sin embargo, el aislamiento de Inío sigue siendo severo. Los frentes de mal tiempo pueden retardar por días, incluso semanas, un viaje desde o hacia Quellón, la ciudad más cercana y donde la gente de esta caleta se abastece de provisiones, hace trámites y va al doctor. Aquí ni siquiera existe una comisaría de Carabineros y los celulares son chatarra, porque no hay antenas para teléfonos móviles. Tampoco hay caminos, autos o veredas. Lo único que sobra es lluvia, barro, mariscos y bosques.

El paisaje de Inío es típicamente chilote: cielos grises, cargados de lluvia, y tupidos bosques de cipreses, olivillos y arrayanes. La caleta no da exactamente al mar. Está en la desembocadura del río Inío, protegida del mar rabioso de Chiloé. A sus 143 habitantes se suma una población flotante de mariscadores, que anclan sus barcos justo donde el río se encuentra con el mar. Todos ellos trabajan y duermen en sus botes. La convivencia no es fácil: los vecinos de Inío se quejan de que los mariscadores tiran sus desechos al agua.

En Inío hay 23 familias que viven desperdigadas en la orilla del río, la misma donde Tantauco tiene sus instalaciones y donde, además, están la posta y la escuela. Las otras 18 familias viven en la orilla opuesta, a unos 200 metros, en un sector llamado La Puntilla. Desde este último lugar, de lunes a viernes, a las 8 de la mañana, sale una lancha con alumnos de la única escuela del lugar. Son seis estudiantes cuya única única manera de llegar al colegio es una pequeña lancha que cruza el río en dos o tres minutos. En las tardes, alrededor de las cuatro, todos ellos salen de la escuela vestidos con sus chalecos salvavidas. Listos para volver a casa.

Desde mediados de los 80, cuando se instalaron sus primeros habitantes provenientes de Quellón y otras localidades chilotas, Inío es un asentamiento de mariscadores y de recolectores de pelillo, un alga que se usa para la elaboración de cosméticos y champú. Se dice que la fiebre del pelillo a fines de esa década hizo que llegaran a vivir tres mil personas durante el verano en Inío. Después de un par de años, el precio cayó y la gran mayoría regresó a sus pueblos. Pero hubo gente que decidió quedarse y ganarse la vida en un destino apartado de la civilización. Y trabajaron en la extracción de mariscos cuando aquí todavía no había colegios, ni postas, ni almacenes, ni restoranes. Para las mujeres había un gancho adicional: en Inío no había alcohol ni tentaciones citadinas para sus maridos.

Silvia Hueicha (40) es parte de una de las cinco familias fundadoras de Inío. Mientras seca pelillo en unos tendales en el patio de su casa, para después venderlo por kilo en Quellón, recuerda un invierno de finales de los 80 en el que quedó totalmente incomunicada, sin posibilidad de encontrar leche para sus hijos. Un sistema frontal hizo que fuera imposible el tránsito de lanchas entre Inío y Quellón. Tras varios días desesperada, decidió engañar el estómago de sus críos. Hizo hervir harina en una olla y luego la filtró para hacerla pasar por leche. "No me quedaba otra, pero resultó. Después de eso decidimos ir a vivir a Quellón. Pero en un pueblo más grande, con acceso al trago y a fiestas, mi marido se empezó a portar mal. Le dije que nos devolvíamos a Inío o nos separábamos. Me dijo que sí y todavía estamos juntos".

Las razones de Hueicha para volver tienen sentido. En Inío hay ley seca. Debido a que no hay carabineros, está prohibido vender alcohol. El lugar más cerca para conseguirlo es Quellón. Y para eso hay que tener suerte y conseguir un cupo en alguna lancha, las que no tienen horarios fijos ni frecuencias regulares.

Tener acceso a salud tampoco es fácil. La posta se construyó a principios de los 90, pero ahí sólo vive una paramédica. Ella sólo da primeros auxilios. Si el asunto se complica, el enfermo se traslada a Quellón. Si es más grave, los deriva a Castro. Una vez al mes pasa la ronda médica en la embarcación Cirujano Videla, de la Armada. En esas oportunidades, el doctor, el dentista y la asistente social llegan en zodiac a la orilla. Pero si hay malas condiciones de tiempo, el zodiac no puede llegar hasta el muelle. Y el Cirujano Videla se ve obligado a pasar de largo.

La electricidad también tiene sus reglas en Inío. La única manera de prender una ampolleta o una tostadora es haciendo funcionar los generadores de petróleo que tiene cada casa. Echar a andar este generador entre las seis de la tarde y las 11 de la noche -el horario más usado por las familias para tener luz- le sale a cada familia alrededor de $ 80 mil mensuales. Y hay gente que paga aún más. Como Silvia Cadin, propietaria de una cocinería que atiende regularmente a la administración de Tantauco, quien confiesa haber prendido el generador en la mañana exclusivamente para que su nieto vea monitos animados. En Inío pueden faltar muchas cosas, pero a ninguna casa le falta una antena satelital para ver televisión.

De todos los habitantes de la caleta, Silvia Cadin es quizás la que ha tenido una relación más estrecha con Sebastián Piñera. La primera vez que éste llegó a Inío, hace unos cinco años, se alojó en su casa. También recibía a los administradores, paisajistas e ingenieros que trabajaban en las nuevas instalaciones del parque. Tanta demanda la convenció de instalar una pensión, además de la cocinería donde ahora prepara una humeante cazuela sureña. Tantauco, dice, la ayudó con los materiales de construcción.

Cadin confiesa que votó por Eduardo Frei en la última elección, en enero del año pasado. "Yo era la única de la Concertación en la lancha que nos llevó a votar a Quellón", señala. "Pero tampoco puedo ser ingrata. Yo sé que el parque nos ha traído beneficios, como trabajo para mí y mi familia".

Hasta ahora, 30 personas de la caleta trabajan para Tantauco. Diez desempeñan labores de paisajismo y seguridad con contrato indefinido. Otras siete hacen trabajos de mantención de senderos y retiro de maderas. El resto tiene contrato hasta fin de año en la construcción de la pista de aterrizaje para avionetas.

El departamento de Sebastián Piñera en Inío tiene una pieza matrimonial, un cuarto para huéspedes, cocina americana y living. Todo es madera. Las puertas son de ciprés, el piso de mañío y los muros están enchapados en ulmo. En el velador del Presidente hay tres revistas: dos The Economist y una publicación nacional con su foto en la portada y con el título "Cómo debería gobernar Piñera". En la pared que enfrenta a la entrada hay un pequeño cartel escrito con hojas recogidas en el bosque. Dice "Thank You". Lo hizo Kris Tompkins, la esposa de Douglas Tompkins, cuando vino de visita hace un par de años.

Ella estuvo en Inío para uno de esos encuentros que Piñera organizó durante tres años, antes de convertirse en Presidente. Estas citas se programaban en marzo, y a ellas concurrían empresarios, políticos y líderes de diferentes sectores. Así, el 2007, 2008 y 2009 llegaron a Inío personajes tan diversos como los ecologistas Sara Larraín y Manfred Max-Neef, el rector de UAI, Andrés Benítez; el arquitecto Gonzalo Mardones o los actuales ministros Pablo Longueira y Jaime Mañalich. Rostros que hasta entonces los habitantes de esta caleta, acostumbrados a la soledad, sólo habían visto a través de su señal de televisión. Hasta hoy, ellos se refieren a estos eventos como "la semana VIP".

Silvia Cadin -la dueña de la cocinería- se encargaba del curanto y del cordero al palo para los invitados. Cuando le pregunto por el Presidente, ella sonríe. "Es un loco", dice. Y recuerda cuando el senador Espina le mostró una foto de Piñera en calzoncillos, acarreando toda su ropa en las manos. "El había salido a caminar por los senderos, se resbaló y se embarró entero. No encontró nada mejor que quitarse la ropa y seguir caminando casi desnudo".

Esteban Tapia, administrador de la parte sur de Tantauco, habita un departamento al lado del de Piñera. Para la última "semana VIP" debió cedérselo al actual alcalde de Buenos Aires, Mauricio Macri. Ese fue el único tratamiento especial para un huésped. Todo el resto de los invitados dormía en colchones, dentro de carpas en los sitios para camping que Tantauco tiene en Inío.

Según Alan Bannister, administrador general del parque, Piñera ha ocupado su departamento en Inío seis o siete veces desde que se terminó de construir, hace poco más de tres años. "Pero desde que asumió como Presidente, no ha podido venir", explica. "Antes de salir electo siempre estaba pendiente de los avances mes a mes, pero ahora sólo se toma 15 minutos al año para aprobar el presupuesto del parque (en 2011 fue de $ 500 millones) y listo".

El anterior dueño de los terrenos de Tantauco, el conde francés Timoleón de la Taille, había perdido por deudas parte de ellos, los que a mediados de los 90 salieron a remate a través del Estado. Los habitantes de Inío aprovecharon la coyuntura para pedirle al gobierno de Frei la propiedad de las tierras que habitaban. Les fue bien. Actualmente, poco más de la mitad de las familias que viven en esta caleta son dueñas de sus terrenos que, en promedio, van de tres a seis hectáreas. Las familias que no tienen títulos de dominio llegaron después de esta cesión de terrenos o simplemente no lo pidieron.

Hoy hay nuevos movimientos. El terremoto en Japón de marzo pasado trajo consecuencias inesperadas para las familias que viven en La Puntilla. La ola que llegó desde Asia se comió varios metros de costa, se llevó el muelle e hizo pasar susto a las familias que allí habitan. Decidieron contactarse con Bannister y solicitar el traslado de sus casas hacia el pedazo costero donde se encuentra la administración de Tantauco y el resto de la caleta.

"Accedimos a que se cambien de lado y a entregar un terreno a cada familia con acceso a agua y bosque", dice el administrador. "A las familias de la Puntilla que tengan título de dominio se permutará su terreno por uno de igual superficie en la caleta. A los que no tengan título, se les dará un terreno de media hectárea en las instalaciones del parque, aunque sin título de dominio".

José Muñoz tiene 61 años y es habitante de Inío desde el 87. Hace trabajos esporádicos para Tantauco y arrienda sus bueyes para despejar la futura pista de aterrizaje. A pesar de su edad, camina seguro por el complicado sendero que lleva al bosque más profundo. En su mano carga un hacha para cortar leña, con la cual -y tal como lo hacen todos en la caleta- alimentar la estufa que cumple dos funciones al interior de su casa: de cocina y de calefactor.

Mientras camina entre olivillos y cipreses de las Guaitecas, dice que el parque le trajo más seguridad a Inío, que de un año para otro empezó a importar lo que pasaba en la caleta. "Antes estábamos demasiado solos", dice. "Nos podía pasar cualquier cosa y nadie se enteraba. Ahora tenemos visitantes, gente interesante, que antes jamás habría llegado. El parque de alguna manera nos puso en el mapa". Sin embargo, a pesar de eso, en la caleta varios admiten que jamás se han encontrado con el Presidente.

Las voces más disidentes son las de los únicos dos profesores de la escuela básica de Inío. Marcelo Barrera, quien se encarga de séptimo y octavo, critica a los encargados de Tantauco: "Ayudaron a pintar y refaccionar la fachada para que la escuela no desentone con la administración y el refugio del parque, que están justo al lado. Pero es sólo eso". Joel Vera, el profesor de primero a sexto básico, coincide en que Tantauco podría hacer mucho más por la comunidad. Según él, desde el parque se ha incentivado a muchas familias para que dejen Inío. "El 2001 la escuela tenía 40 alumnos. Ahora son apenas 18. El parque ha empezado a comprar los terrenos a algunos habitantes para que se empiecen a ir. Cada vez hay menos gente en Inío".

Bannister, el administrador, admite que el parque ha comprado terrenos -cerca de 21 hectáreas-, pero que jamás le ha ofrecido a alguien irse. "Si una familia quiere volver a su pueblo de origen, le compramos. Por lo general hemos comprado a gente de la tercera edad, a quienes se les ha hecho muy duro vivir en Inío. La lluvia, el barro, cortar leña... empiezan a afectarlos. La idea de comprar es para no correr el riesgo de que esos terrenos los adquiera una salmonera o alguna industria de ese tipo. Queremos que esto siempre sea comunidad y parque".

Son las 11 de la mañana y la lancha que nos trajo a Inío está lista para regresar a Quellón. José Muñoz deambula cerca del muelle. Está contento por dos razones: viajará gratis y sólo demorará dos horas en llegar. Alan Bannister, el administrador de Tantauco, está feliz porque los cielos se despejaron y por primera vez en 48 horas ha parado de llover.

Se hace el llamado para partir. La lancha es cargada rápidamente y suben los 12 pasajeros.

Caleta Inío queda atrás, un poco más sola que antes.S

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