Los zapateros remendones se adaptan a la modernidad

<P>A pesar de la arremetida de los zapatos plásticos y la cultura de lo desechable, aún hay rincones de la capital donde este centenario oficio sigue pujante. </P>




Un hombre de terno y corbata entra apurado a una pequeña reparadora de calzado escondida en una galería de Providencia con Almirante Pastene.

-Mire lo que le traigo, dice, mostrando un zapato de cuero con la suela agujereada.

El zapatero examina el calzado con manos expertas.

-¿Usted maneja mucho?- le pregunta.

-¿Cómo supo?

-Se nota, pues... Esto es pura marca del embriague. Le voy a hacer el cambio de goma y mañana en la tarde se lo tengo listo.

El cliente se va y Pedro Bundevoss, un zapatero de 63 años, se sienta a trabajar en su taller ubicado al fondo del local. Mientras su señora, Cecilia Marambio, se queda en el mesón atendiendo. Los dos llevan 32 años arreglando calzados, carteras y cinturones. Ella se especializa en las costuras y arreglos de carteras, y él, en la reparación de zapatos. "Mi papá era modelista de calzados, o sea, diseñaba los zapatos. Mis tíos tenían fábricas de zapatos. Me crié en ese ambiente y así aprendí. Es lindo este oficio, me entretengo", dice Bundevoss.

En las horas que el local está con pocos clientes, los dos se sientan - Cecilia frente a su máquina de coser Singer y Pedro en un banquito con sus herramientas- a trabajar en los pedidos que les hacen los vecinos del barrio. De fondo, suena Strauss, Mozart y Tchaikovsky: la música que le gusta a Cecilia, quien antes de dedicarse a los zapatos, estudió cuatro años de guitarra clásica. "Terminé graduándome en Pedrología. Aprendí el oficio de Pedro, trabajamos juntos y a las 8 de la noche, cuando cerramos el local, caminamos juntos la media cuadra hasta nuestro departamento. La gente nos pregunta si nos aburrimos de estar tanto juntos. Pero con amor todo se puede", afirma Cecilia.

Aunque este rubro les ha permitido tener un buen pasar y educar a su hijo en la universidad, Pedro Bundevoss piensa que ya está en vías de extinción. "Hace 10 años, sólo en esta galería había cuatro reparadoras. En General del Canto había otras dos. Y cerraron todas. Están desapareciendo, porque los dueños se hacen viejitos. Con la Cecilia, sabemos que cuando bajemos la cortina, ahí se acaba el oficio", sentencia.

En la última década varias reparadoras de barrio han cerrado sus puertas, con sus negocios golpeados por la importación de zapatos baratos o, simplemente, porque sus dueños, ya ancianos, decidieron retirarse. Fue el caso de zapaterías y reparadoras que llevaban cerca de 30 años funcionando, como la que estaba ubicada frente al Jumbo de Bilbao, o en La Capitanía, en Las Condes. Una de las más recordadas entre las que desaparecieron es "La Floridita", en la calle Diego de Almagro, Providencia. Su dueño, el zapatero Clemente Díaz, especialista en botas de huaso, falleció luego de 40 años de oficio.

Revirtiendo esta tendencia, a cuatro cuadras, en la calle El Aguilucho abrió en enero una de las pocas reparadoras de calzado "nuevas" en Providencia. Aunque, su dueño, Luis Castro, de 50 años, está lejos de ser un recién llegado en el oficio. "Durante 30 años tuve una reparadora en una galería de Irarrázaval, pero el dueño de los locales vendió el terreno, así que tuvimos que irnos todos. Ahora estoy haciéndome una clientela aquí, ganando de a poco la confianza de los vecinos", dice. Su negocio se llama Reparadora El Tata, nombre que se le ocurrió a su mujer, porque acababa de ser abuelo. El local, con las repisas atestadas de zapatos, tiene en la pared una foto de su padre (de quien aprendió el oficio) y un gran caimán disecado que le trajeron de regalo desde Brasil. "En los últimos años han bajado las ganancias del negocio, porque no se puede competir con los zapatos de plástico chinos. Me llegan clientes de Huechuraba porque me dicen que en su barrio no hay zapateros", dice Castro.

Mientras en los barrios residenciales las reparadoras de calzado languidecen, en el centro de Santiago el negocio sigue vivo y pujante. En las antiguas galerías Edwards, ubicadas en la calle Huérfanos, se encuentran dos de las cadenas dedicadas al calzado más concurridas de la capital: El Griego y La Alemana. Las Reparadoras El Griego tienen tres sucursales en la galería Edwards y una en Ahumada. A la hora de almuerzo apenas hay espacio para entrar en estos locales abarrotados de clientes que vienen a extender la vida de sus zapatos. Fue fundada en 1957 por el griego Atanasio Keranis, quien a sus 81 años aún administra el negocio junto a sus hijos.

Su mayor competidora, en la misma galería Edwards, es la Reparadora Alemana, fundada en 1968 y que actualmente tiene cuatro sucursales en Santiago Centro y una en Lo Barnechea. El local de la galería Edwards es el más antiguo. En la vitrina llama la atención un muñeco traído de Europa, vestido como zapatero alemán de los años 50, que martilla continuamente un zapato sobre su mesa en miniatura. Afuera del local tienen una antigua máquina lustradora donde cada tanto, los oficinistas se detienen para sacar brillo a sus zapatos. Una vez adentro, cinco mujeres atienden a los clientes vestidas con delantales rojos, como verdaderas enfermeras de zapatos, que rápidamente diagnostican el problema, anotan la receta y envían al "paciente" a los maestros reparadores del segundo piso en un carrito. "Fuimos los pioneros en importar tapillas y productos alemanes. Siempre está lleno de clientes por el prestigio de tantos años", dice Guido Rojas, de 47 años, jefe de sucursal en La Alemana. "Lo que más piden son el recambio de tapillas y pegar tacos. Aquí, donde estamos ubicados, la gente no usa mucho calzado chino barato, porque trabajan en oficinas o bancos y como en el centro se camina harto, los zapatos plásticos se rompen rápido. Todavía muchos chilenos prefieren tener un buen calzado de cuero que dure años", remata Rojas.

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