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Manifiesto: Felipe Bianchi, periodista




Por lo que recuerdo, parece que siempre quise ser periodista. Nunca pasé por las típicas etapas de bombero, astronauta o marino. Menos doctor o ingeniero. Y tampoco abogado, como mi papá. Desde chico me gustaba escribir y leer. Hacía álbumes y se los vendía a los compañeros de curso. Dibujaba. Mandaba cartas mitad letras, mitad monitos. Aparte de jugar -con escaso éxito- hacía las crónicas de los partidos del fin de semana de mi colegio, el San Juan Evangelista. Casi siempre perdíamos, lo que luego me ayudó para ser periodista deportivo en Chile: ya estaba acostumbrado a la derrota.

Lo que hizo Chile en el último mundial es un avance, un logro para nuestra mediocre historia. Desde luego, es el mejor rendimiento en un mundial tras el del '62. Compararlo con lo del '98 es una ignorancia que sólo revela la permanente envidia del técnico nacional y de alguna prensa más bruta de lo tolerable. Es demasiado evidente que Borghi y otros lloran por la herida cuando critican. Es decepcionante. Si alguien trabaja mejor que tú, lo sano es reconocerlo, festejarlo, aplaudirlo y, ojalá, imitar sus aciertos. Pocos lo han hecho respecto de Bielsa y Sampaoli lo que me da vergüenza ajena.

El resentimiento es de las cosas que más me molesta. En todas sus versiones: chaqueteo, rencor, acritud, envidia. No concibo que a alguien le pueda entristecer o afectar, hasta hacerlo sufrir, que a otra persona le vaya bien, que sea feliz y tenga éxito. Encuentro que resume todas las bajezas humanas al mismo tiempo. A mí, al menos, me pone feliz que al del lado le vaya bien. Me carga también el prejuicio clasista, de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba. No puede entender que alguien crea que el otro es distinto, o peor, sólo por ser más pobre o más rico, más negro o más rubio. Es el símbolo de la idiotez. Al igual que el nacionalismo encolerizado.

Sin mejorar la educación no hay cómo crecer. La educación es lo más urgente que el país debe resolver. Es imposible el desarrollo y la igualdad si tanta gente, todavía, no entiende lo que lee, si tanto bruto bota la basura a la calle o raya los edificios, si tanto empresario sigue ejerciendo la codicia desatada, si no hay capacidad cívica para convivir, protegiendo a los otros ciudadanos, a los parques, a los animales. No hay futuro posible si nadie conoce la historia del mundo o del barrio en el que vive, si se sigue despreciando a los pueblos originarios producto de la ignorancia, si los automovilistas atropellan a los ciclistas y los ciclistas atropellan a los peatones, si la gente no dice gracias cuando entrega o recibe un servicio.

Creo que es una mala señal que los ejecutivos y jefes de prensa de televisión, los actores y los rostros, sean un puñado chiquitito de gente que se da vuelta de canal en canal. Falta aire fresco. Otros mundos, otras caras. Uno de los problemas más importantes de la televisión abierta actual es que todos están haciendo más o menos lo mismo. El espacio para la creatividad se ha ido achicando. La parte administrativa mejoró mucho, la prensa es infinitamente mejor que antes cuando sólo era una bocina de la elite, pero el riesgo y la búsqueda están como de vacaciones. No hay espacio para la imaginación artística, que está muy desplazada y acotada por distintos temores. Como decía Skármeta el otro día, se ha inhibido el aparato cultural expresivo.

son muchos los que no se atreven no más a ir a tolerancia cero. hay que tener cojones para ir a sentarse ahí la noche del domingo. le guste a quien le guste y le pique a quien le pique, es la nave madre de los programas de conversación política de la televisión. no falta el bruto que preferiría más sangre, escupos y propaganda militante, pero eso sería tan poco interesante, tan mediocre. haber llegado ahí es un privilegio. claro que, como todos los que han pasado por el programa, siento que hablo menos de lo que debiera y la gente se pierde mi enorme talento entre tanto desvarío del resto, pero lo disfruto y me siento muy agradecido por el espacio.

Me da risa que me traten de ególatra y soberbio. En ocasiones soy bastante arrogante y despectivo, pero de verdad no creo ser ególatra. No es lo mismo. No soy bueno, en las conversaciones y en la vida en general, para hablar de mí (salvo en estos ejercicios satánicos a los que, de tanto en tanto, lo convocan a uno). Prefiero escuchar las historias de los otros, me interesan las vidas y las emociones de los otros. De hecho, nunca me ha gustado ir al sicólogo: encuentro feroz pagar para hablar de uno mismo. Ahora… ¿soberbio? Eso sí y a mucha honra: soberbio, gallardo y belicoso. ¿Vanidoso? También. Bastante. De hecho soy capaz de borrar y botar las fotos donde salgo mal. El resultado es que casi no tengo fotos.

Tengo unos pequeños trastornos obsesivos compulsivos. Nada grave. ¿O me van a decir que ustedes no cambian el día del calendario todas las noches apenas cruzan la puerta de la casa? ¿O que no ordenan la ropa por colores? Cuando llego después del trabajo, tras dar muchos besos, lo primero que hago es corregir todo lo que no está en su lugar. Y apagar luces y ordenar bandejas y dejar todo listo para el día de mañana, incluida, por supuesto, la ropa que me voy a poner.

Un hobby que me ha venido con el tiempo es perseguir, activamente, a los "artistas" que rayan edificios, kioscos y postes. Qué pelmazos insufribles. También a los que organizan "eventos" en los parques, entre árboles, silencio, pajaritos y fuentes de agua. ¿Creerán que son plazas, los muy ignorantes? Aparte de eso, mis pasatiempos van por el lado de coleccionar. Revistas, películas, discos, camisetas de fútbol, álbumes de monitos. Cosas viejas. Recorrer anticuarios. Leer, o al menos hojear, todas las semanas, todas las revistas que pueda, chilenas y extranjeras. Visitar tiendas. Muchas. Ordenar el clóset. Dos veces al día más o menos.

Los que amamos el fútbol sabemos que no puede servir como excusa para hacer vida social. Me indigna que a la hora de ver un partido por la tele haya gente conversando, haciendo asados o moviéndose alrededor. Los que ven el fútbol en grupo, en masa, hablando y chupando, son impostores, gente de dudosa pasión. Aparecidos. Y ya con comida entremedio resulta lisa y llanamente un delito propio de trogloditas.

¿Qué por qué los conflictos entre periodistas deportivos? Mucho italiano, diría yo: Guarello, Schiappacasse, Mauriziano, Carcuro, Bianchi. La sangre tira. Y torea. En la pelea que tuvimos con Guarello le hicimos un gran favor a varios enemigos comunes, que debieran concentrar fuerzas en vez de dividirlas. Tanta tontera no merecía un segundo de atención, aunque entiendo que para cierto público debe haber sido un conflicto agitado, efervescente y acaso libidinoso, debido a ciertos términos, muy poco refinados, ocupados por mi contradictor. Escuché que éramos como dos putas peleando por su esquina. Capaz. Fue un espectáculo muy poco elegante. Y absurdo, porque en esta calle cabemos todos. Estoy bastante arrepentido. Pese a que obviamente yo tenía toda la razón.

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