Manifiesto: Francisco Llancaqueo, peluquero
Fui un niño pobre, indígena, hijo de empleada doméstica y homosexual. O sea, no me tocó por ningún lado el premio. Tener todo en contra ha sido la esencia de mi vida. Desde muy niño me di cuenta de que la pobreza tenía olor. Y era un olor que no me gustaba, era un olor azumagado. No era un olor up, era súper down. Me pasaba que era amigo de todos los niños del barrio, pero era el hijo de la empleada doméstica y eso me lo hacían notar. Si estaba de cumpleaños Juanito, estaban todos invitados menos el hijo de la nana.
Después de publicar el libro De lo bueno mucho, como que solté todo. Contando mi vida, sin querer, le di el palo al gato. Pensaba que todo ese dolor, las situaciones adversas y los abandonos, ya no iban a ser míos. Y así fue: lancé el libro y fue muy liberador. Incluso tengo una página en Facebook con el mismo nombre, en la cual interactúo con las personas que lo leyeron.
Tengo un profundo agradecimiento por la clase alta de este país, porque fueron elementales para que pudiera empezar. Inicié mi carrera de peluquero en Zapallar, en la meca de la aristocracia chilena, y les agradezco muchísimo cómo me abrieron sus puertas. Nunca he tenido un resentimiento con la clase alta. Acepto que les tocó vivir de esa manera. Lo que sí me gustaría es que ellos pudieran hacer mucho más por las personas que no tienen, pero eso es otra cosa, no resentimiento.
Me identifico con los movimientos homosexuales, me parece genial que existan, hay una mayor voz, pero no veo cambios. Falta algo más concreto, chutean siempre la pelota y no es culpa de ellos, pero todo sigue igual.
Soy discípulo de Isha, una maestra espiritual de Australia. Ella me salvó del infierno. Estaba pegado en cuanta adicción existía y recuerdo que en el último tiempo de eso había una parte de mi conciencia que me decía que parara. Cuando estás atrapado en una adicción, hay que tener una voluntad muy fuerte para revertir la situación. Un día me pasaron un libro sobre Isha y me hizo mucho sentido lo que escribía. Me salvó.
Soy un mapuche citadino y mi realidad frente al mundo mapuche es distinta a la de aquel que vive en La Araucanía. Mi realidad es diferente a la del mapuche que se caliente con un brasero. Todos dicen que se han preocupado, que les han dado tierras. Pero, ¿quién ha visto la calidad de las tierras que les han dado? Eso es muy importante, y nadie ha reparado en eso. Son tierras que no se pueden trabajar. Además, no puedo entender esos prejuicios en contra de los mapuches de que son todos flojos y borrachos. La mayoría de las personas que dicen eso nunca han conocido a uno.
Todo esto funcionaría mejor con un Estado mapuche. Porque cuando existe un universo mapuche, donde sus códigos son tan polares al del español, no hay mejor solución. El que percibe que Francisco Huenchumilla está haciendo todo desde la rabia, es su rabia la que está haciendo su lectura. Lo escuché el otro día y que un ser humano pida perdón, lo único que puede hacer es enaltecerlo.
Con todo el respeto que se merece la Presidenta Michelle Bachelet, le haría un cambio de look total. Cuando ella era ministra de Defensa la atendí para una producción fotográfica. Siempre pensé que iba a ser su peluquero, pero nunca más en la vida la vi. Me gustaría ver a la Presidenta más moderna, más de ahora. Es una gran líder y le haría un cambio de look no sólo en su pelo, también en su ropa.
Siempre he tenido una fascinación por la Navidad. Cuando el 1 de noviembre empieza a aparecer todo lo de Navidad en el mercado, me encanta. Mis primeras navidades siempre estuvieron marcadas por la tragedia. Una vez mi mamá me regaló un monopatín de madera, color turquesa, con blanco y con las ruedas rojas. Desperté y fue lo primero que vi. Salí a la calle, me voy a subir y viene el hijo mayor de la familia en que vivía y se tira arriba del monopatín y se desarmó entero. Fue una tragedia. Cuando pasó eso, pensé que cuando fuera grande iba a ser el Viejo Pascuero. Desde hace 35 años, todos los 24 de diciembre voy a la casa de mis amigos y me disfrazo para alegrar a sus hijos y asegurarme de que tengan una Navidad distinta, alegre, no como la que alguna vez tuve.
A la mayoría de los chilenos, son sus mujeres quienes les compran la ropa. Ellas generalmente optan por looks clásicos, así no se equivocan. Hay una suerte de imagen colectiva: todos de beige, gris o negro. Desde eso, puedo traducir a los chilenos inseguros frente a la singularidad. En general, existe una ausencia total de atrevimiento consigo mismo. Sin embargo, hay una elite de hombres jóvenes que se ocupan de su imagen y que están enfocados en las últimas tendencias.
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