Manifiesto: Hermógenes Pérez de Arce, abogado y periodista




A mi familia le afectan mis apariciones públicas. Una de mis nietas quedó deprimida al leer todas las barbaridades que decían de mí después de aparecer en la tele. A mí, en todo caso, no me importa. Ellos igual me apoyan: en política están de acuerdo conmigo. Entre nosotros no hay ningún desertor ni arrepentido, no como esta fauna de la derecha donde, en el fondo, se habla el idioma de la izquierda. Habría sido muy desagradable tener un opositor entre nosotros. Por suerte, todos pensamos igual, pese a que a veces, incluso, están más a la derecha que yo. Por lo mismo, me gustaría que entendieran que soy como Martín Lutero cuando decía "no puedo hacer otra cosa" mientras se metía en las patas de los caballos. Así soy nomás.

Mi infancia fue tranquila hasta que empecé a tener problemitas de adolescente. Estos problemitas se manifestaron a los 15 años y los anunció monseñor Carlos González a un grupo de niños que estábamos cerca de él. A esa edad ya tenía preocupaciones, más cuestionamientos, inseguridades y las cosas me importaban más. Me acuerdo que todo me daba vergüenza y sentía siempre que todos me miraban. Empecé a sentir que la adolescencia se caracterizaba por una fuerte inseguridad y en cómo estaba haciendo todo. Siempre creí que todo estaba mal. Llegué a tener un tic por una broma que hacían mis compañeros donde me hacían creer que tenía el cuello de la chaqueta caído. El tic era que me subía la chaqueta todo el tiempo, porque no quería sentirme ridículo y desarmado.

Soy tímido, pero por convicción política tengo que hacer como si no lo fuera. No soy una persona amistosa que se acerca a todo el mundo. Recuerdo que mi madre era muy extrovertida y eso a veces me generó conflictos. Si bien nunca tuve un problema con mis padres, a veces me avergonzaba de que ella subiera tanto el volumen de la voz y que nada le importara. Pasaba pidiéndole que por favor bajara el volumen. Ella era el pensamiento hablado y no tenía restricción para decir todo lo que pensaba. Yo, como estaba en edad de "problemitas", tenía muchas vergüenzas de muchas cosas, sobre todo de esas situaciones incómodas. Mi papá, en cambio, era más tranquilo, aunque a veces un poco efusivo. Ambos, eso sí, eran muy buenas personas.

Trato de trotar lo más posible. Lo hago tres o cuatro veces a la semana, pero cuando estoy en la casa que tenemos en la costa trato de hacerlo todos los días. Me encanta hacer ejercicio. De joven jugaba tenis, pero ahora lo he ido dejando, principalmente, porque requiere hacerse socio de un club y creo que no se justificaría ese gasto. Lo cierto es que si soy sano hoy es porque de siempre he sido una persona deportiva.

Resiento no haber estado tanto como hubiese querido con mis hijos. Trabajé mucho desde siempre. La vida periodística me exigía muchas actividades que implicaban llegar tarde a la casa, lo que se traducía en compartir poco con ellos y no poder ayudarlos siempre con las tareas. Me hubiese gustado haber estado con ellos para guiarlos al tomar decisiones, por ejemplo. Ellos son muy buenos y nunca me han reprochado algo, pero internamente siempre he creído que pude haber marcado más presencia.

Soy exonerado político, pero no me pagan pensión por eso. Me da risa que haya gente que me insulte en la calle porque soy exonerado, pero eso es así, porque así se hizo en el régimen militar, no porque yo lo haya pedido. También mienten cuando dicen que tengo una pensión por eso y quiero que quede claro. Además, si me hubiera correspondido recibir algo, se lo habría dado a la Fundación Pinochet. Mi intención nunca ha sido lucrar con eso.

Como director de La Segunda hice una gestión muy independiente del gobierno. Algunas veces se enojaban conmigo, como una vez que me cerraron el diario tres días por publicar una entrevista que le hice a Claudio Orrego, donde hablaba en términos muy duros sobre el régimen. Como no edité las respuestas me llamaron la atención. Me pasó también que una vez llamó un general por orden de Pinochet para decirme traidor. Esa vez publiqué el itinerario completo de Lucía Hiriart en el extranjero. Pinochet se murió de miedo, porque pensó que los comunistas estaban dispuestos a liquidarla en cualquier parte y que, además, la expuse, pero yo pensé en el golpe periodístico, no en el peligro. Eso demuestra que cuando ejercí independientemente el periodismo, el gobierno sí se enojaba conmigo.

Confío en que José Antonio Kast será candidato presidencial. Su postulación es algo que me satisfaría completamente. Ahora, si tuviera que votar por el mal menor, sería por Andrés Velasco. El es un hombre decente -lo que le da una ventaja por sobre otros- y eso es difícil de encontrar actualmente. Antes he variado el voto: lo hice por MEO, porque no iba a votar por Piñera. Era lo peor para el país. Fue un voto de castigo. Eso es hablando de cosas posibles y que han pasado, pero si soñara y pudiera elegir al candidato, elegiría sin dudar a Carlos Cáceres.

Con mi señora nos llevamos bien porque yo me someto absolutamente. Ella no es tan ruda, pero sí tiene mucha personalidad. En lo único que no le obedezco es en no meterme en política. Llevamos 54 años de feliz matrimonio. Hemos estado unidos en todo, incluso cuando ella le ofreció a la Virgen del Carmen una manda en la que le iba a levantar una gruta en la casa si yo no salía electo diputado. Esa vez llegué derrotado y triste, pero ella estaba feliz. La gruta se hizo y sigue en pie.

Nunca me he cuestionado mi ideología. Soy un derechista orgulloso de los que ya no quedan. No entiendo a la gente que se enoja conmigo por eso. Deberían considerar que a mis 79 años, les guste o no, difícilmente voy a dejar de lado mis convicciones políticas.

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